De ciudades flotantes y carros de fuego: Biblia y ciencia ficción

 

Especial para En Rojo

Dicen que uno debe escribir de lo que sabe, o aquello que le seduce, que le provoca. Que escoger un tema es el resultado de una pulsión, como una criatura de la que urge desprenderse.  Y tal vez por ello escribo relatos frecuentemente ambientados en espacios y tiempos apocalípticos. A los nueve años podía disertar frente a algún teólogo acerca de las bestias del Apocalipsis, o el orden de las plagas postreras.  La Biblia fue el primer libro en llegar a mis manos como texto de estudio e investigación.  Resulta inevitable, que en la actualidad, encuentre relaciones entre la literatura de ciencia ficción y otras formas de literatura especulativa en la narrativa bíblica.

Para poder leer algunos relatos bíblicos desde la ciencia ficción, es necesario salvar ciertas distancias. En primer lugar, asumir una definición adecuada del género. La propuesta de Darko Suvins en «The Poetics of the Science Fiction Genre» establece que la ciencia ficción se enfoca en posibles futuros y equivalentes espaciales, pero también puede abordar el presente y el pasado como casos especiales de una posible secuencia histórica vista desde un punto de vista extraño. Esto permite que la ciencia ficción utilice las potencialidades creativas de un enfoque que no está limitado solo por preocupaciones empíricas. Así, algunos textos bíblicos pueden ser considerados ciencia ficción, como el Apocalipsis que presenta la salvación de la raza humana a través de la llegada de una ciudad flotante.

Otra definición útil es la de Brian Aldiss en «Billion Year Spree«, donde la ciencia ficción se propone como la búsqueda de una definición del hombre y su lugar en el universo que se mantenga en nuestro estado avanzado pero confuso de conocimiento científico. Esta definición se ajusta a la de Suvins en la medida en que la ciencia ficción busca interpretar al hombre y su lugar en el universo desde nuestro conocimiento científico y lo proyecta imaginativamente hacia el futuro, utilizando elementos oscuros y sombríos para explorar temas complejos y abstractos. En consecuencia, construcciones como el Arca de Noé y la Torre de Babel, la ciudad Santa descrita por Juan,  pueden ser considerados ciencia ficción debido a que se alejan de toda posibilidad empírica y su diseño o la consecuencia del mismo son el producto de un ser no humano.

El carácter ficcional de los relatos bíblicos es un tema de debate y análisis hermenéutico. Los lectores deben asumir un pacto con la ficción al alejarse de los fundamentos religiosos y espirituales. La capacidad hermenéutica de la Biblia radica en su multiplicidad de lecturas, aunque esto también es uno de los puntos más controversiales al explorar su interpretación. A pesar de las evidencias científicas que cuestionan los relatos bíblicos especulativos, 2.38 billones de personas se consideran cristianas en el 2023. Sin embargo, según una encuesta de Gallup, el 29% de los encuestados considera que la Biblia es una colección de fábulas, leyendas, historia y preceptos morales registrados por el hombre, lo que indica que cada vez más personas se alejan de su interpretación literal como un libro sagrado e indebatible.  Esto ha llevado a una aproximación a sus narraciones desde el espectro de lo especulativo.

Aunque el pacto con la ficción bíblica no es relevante en el contexto de la ciencia ficción como objeto de estudio, puede justificarse cierta relación ya que algunos relatos bíblicos abordan temáticas, tecnologías, seres y espacios no empíricos.

La tercera distancia y sin duda la de mayor complejidad resulta el establecer los límites del conocimiento científico en los periodos en que los textos fueron concebidos.  Esto por varias razones que incluyen las diferencias temporales de los mismos, los conocimientos del autor, así como el debate que supone el decidir si instalar un relato en lo mitológico o en lo relativo a la ciencia ficción.  Si la balanza se inclina por lo primero, la narración es aceptable, puesto que permean otras justificaciones como la naturaleza providencial y divina de sus personajes. Todo este conjunto de razones parecen venir sostenidas una sobre la otra: será necesario observar cada caso propuesto de manera independiente en cuanto a su contexto histórico, el autor y los elementos narrativos que conforman el relato.

Cabe señalar, sin embargo, en este punto, que entre el Antiguo y el Nuevo Testamento existe una distancia temporal de más de cuatrocientos años. Mientras que los textos que recoge el Antiguo Testamento fueron escritos durante la formación, desarrollo y caída del imperio de Israel, los que conforman el Nuevo Testamento vieron la luz durante la hegemonía romana sobre el pueblo judío, lo que supone una diferencia fundamental en cuanto a conocimientos, por ejemplo, de carácter astrológico, arquitectónico y tecnológico.

Salvadas estas distancias, suelo leer algunos relatos bíblicos como referentes de la ciencia ficción y otros géneros especulativos, abordando cuatro temáticas frecuentes en estas literaturas:  La relación entre creador y criatura, las dimensiones posibles de la ciencia y la tecnología, la interacción entre lo terrestre y lo alienígena y el imaginario distópico y utópico.

En el caso de la relación Creador/criatura podemos hacer una referencia inmediata al mito fundacional del Génesis.  En esta narración, Yahweh,  el creador, forma del polvo de la tierra un ser a su imagen y semejanza.  Esta característica ha sido eje de debate teológico: qué significa imagen y semejanza.  Aunque no logran en ese contexto ponerse de acuerdo, se desprende del relato una constante en otros textos que abordan esta relación:  el creador teme de su criatura al percibir la eventualidad de ser superado por esta, razón por la cual decide destruirla. Criatura se vuelve de pronto en la némesis del creador, transformando la relación en una de amor-odio. Hay ahí una forma de repulsión; lo familiar es lo siniestro.    Esto se ha repetido en textos como el Frankenstein de Shelly  o el AI del ya citado Aldiss.  En el caso del Adán del Génesis, finalmente el creador, opta por concederle la vida dentro de ciertos límites que terminan en la mortalidad. La idea de Dios como creador arrepentido de su criatura, estará presente desde el inicio de la antología bíblica hasta su final apocalíptico.

Más adelante, el Génesis de Moisés vuelve a presentarnos a este Dios arrepentido a través del relato del diluvio.  Una vez más, el creador se siente decepcionado de su obra y decide destruirla con agua.  Encuentra sin embargo, bondad en un hombre, de entre todos, y preserva su vida dándole las instrucciones precisas para la elaboración de una nave que asegure su supervivencia, lo que nos lleva al segundo tema: las tecnologías imaginadas.

El pasaje bíblico de Génesis 6: 14-17 describe cómo Dios instruyó a Noé para construir un arca de madera de gofer sellada con alquitrán o brea,  por dentro y por fuera. La descripción detallada sugiere cierto conocimiento de la ingeniería y la construcción naval para la época. Sin embargo, posterior al relato, no se registran hallazgos arqueológicos que sugieran la influencia de la construcción propuesta en el relato. En el caso previo a este, solo son comparables algunas construcciones de la ingeniería civil egipcia, en cuanto a complejidad; pero estas no fueron el resultado de un ejercicio inmediato sino de un proceso prolongado de evolución. Siendo que el relato del Arca aparece en el libro del Génesis, cuya autoría se le atribuye a Moises, habría que considerar que a nivel histórico, este autor  fue educado en Egipto y tenía acceso a una serie de conocimientos que evidentemente trasladó al texto, no solo de carácter tecnológico pero también literario.  Esto puede ser atado al hecho de que el relato de un diluvio universal tiene origen en la antigua Mesopotamia, de donde surgieron nueve versiones, siendo la Épica de Gilgamesh,  la más similar al de Moisés y sobre 100 años anterior a este. No obstante, el relato del arca de Noé es un ejemplo temprano del uso de la tecnología y la ciencia en la narrativa  y comparte temas comunes con la ciencia ficción moderna en cuanto al diseño y construcción de espacios propuestos como una solución ante el temor a la enfermedad y la aniquilación.

Génesis 11 describe cómo todos los habitantes de la Tierra hablaban un solo idioma y se establecieron en Sinar, donde construyeron una ciudad y una torre para alcanzar el cielo y salvarse de otro diluvio. Sin embargo, Dios confundió sus lenguas y los dispersó por toda la Tierra. Cronológicamente posterior al Arca, este relato destaca la búsqueda de la humanidad por superar los límites de la tecnología y la construcción. Además representa una secuela del Arca: una vez más el creador se arrepiente de su creación porque esta intenta superarle. Teóricos coinciden en que su referente arquitectónico es el templo babilónico conocido como Etemenanki de siete pisos de altura, 300 años anterior al relato de Moisés. Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. A  partir de las ruinas de Babilonia del siglo VI a.C. que fueron excavadas durante los siglos XIX y XX, se conoce que en la construcción de la ciudad utilizaron ladrillos cocidos, junto con asfalto o alquitrán como mezcla,  compuesto también presente en el proceso de construcción del arca de Noé. El relato, por tanto, parte de unas posibilidades empíricas en los métodos de construcción como base para proponer la solución a la aniquilación de la raza mediante una construcción especulabe:  una torre que llegue al cielo.

2 Reyes 2:11 lee:  Mientras iban caminando y conversando, de pronto apareció un carro de fuego, tirado por caballos de fuego. Pasó entre los dos hombres y los separó, y Elías fue llevado al cielo por un torbellino. En este pasaje, el profeta es transportado al cielo por un medio con características que parten de lo probable para  extrapolar lo improbable. El imaginario tecnológico se nutre de la mecánica existente para sugerir la recompensa del humano trascendental, seleccionado por seres de naturaleza no humana. En otro caso, el profeta Ezequiel, aunque no fue abducido, tuvo la visión de “una gran nube, con resplandor alrededor de ella y fuego centelleando continuamente, y en medio del fuego, algo como bronce reluciente”(Parafraseando Ezequiel 1: 1-4). Lo puede observarse como un objeto con características tecnológicas  sobrevolando el cielo. Y estas tecnología bíblicas, como el arca, el carro de Elías y la visión de Ezequiel están conectadas a la figura de seres no humanos.

Otras desapariciones terrestres de personajes bíblicos son interpretadas como abducciones. Un caso es el de Enoc, quien según Génesis 5:22-24 desapareció porque Dios se lo llevó y en Hebreos 11:5 se dice que fue trasladado al cielo. El cuerpo de Moisés fue resucitado y  transportado al cielo luego de su muerte e incluso la ascensión de Jesús ha sido interpretada como una forma de abducción por parte de ufólogos, pero eso es un tema de la pseudociencia. Lo que es cónsono en esos relatos es la integración de un ser extraterrestre que reconociendo las virtudes del hombre/profeta, le ofrece la recompensa de ser trasladado a una dimensión desconocida.

Estas abducciones plantean una relación entre seres humanos y extraterrestres, personajes que aparecen en el folclore humano debido a los rasgos y características que secretamente deseamos, como la inmortalidad.  Los eventos históricos que nos ponen ante la posibilidad de la aniquilación son detonantes para construir en el colectivo social  un imaginario de fuentes potenciales.  En ese sentido también solemos mirar fuera de nuestros límites antropológicos y físicos:  buscamos hacia arriba.  Sin embargo, no siempre vemos   la figura alienígena como la redentora de la especie humana, también es, en ese mismo imaginario, precursora de la destrucción.

En Génesis 6 y Números 13 se relata el encuentro con seres no humanos que el folclore judío llama Nephilim o gigantes. El relato menciona que los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y tuvieron hijos, quienes eran gigantes y valientes. En Números, los israelitas describen a estos gigantes como hijos de Anac y se comparan a sí mismos con langostas en su presencia. En la discusión teológica existen cuatro teorías sobre el origen de los Nephilim: producto de la unión entre ángeles caídos y humanas, descendientes directos de Seth, tercer hijo de Adán y Eva y  humanos poseídos por ángeles/demonios o simplemente humanos pecadores. Una quinta se discute en contextos no  teológicos: algunos consideran la posibilidad de que los Nephilim sean seres alienígenas, pero una vez más aquí interviene la pseudociencia o la interferencia con las características del mito y sus personajes.  No obstante, esta idea ha sido ampliamente explorada en la ciencia ficción y literatura especulativa.

Finalmente, la construcción de lo utópico y distópico como escenario tiene una presencia innegable en algunos relatos bíblicos.   Lo apocalíptico, en el contexto de la ciencia ficción, detona de inmediato una relación con la destrucción y lo escatológico. La lectura del texto bíblico alude desde el inicio a la aniquilación de la raza humana y la destrucción final de la tierra.  Mirado desde la ciencia ficción, el Apocalípsis es el libro de esa antología que más recoge el conjunto de temáticas que la narrativa especulativa y sobre todo, la de ciencia ficción aborda  y que se han tocado someramente en estas líneas: la destrucción de la criatura por parte de su creador, los seres no humanos y su interacción con el hombre, la abducción como una solución a la raza humana.  Puede proponerse que existe un consenso en el hecho de que el Apocalípsis es, en fin, un referente de la ciencia ficción.  Pero llama mi atención un dato que suele pasar desapercibido. Al leer la descripción minuciosa de la Ciudad Santa de Juan en Apocalipsis 21, resulta inmediata una referencia pictórica a aquellas naves madre representadas en la ciencia ficción. Sus medidas perfectas, su construcción impecable así como la protección que ofrece han sido paradigma de modelos de ciudades flotantes en el inventario de la literatura futurista y alienígena.

Descrita por Juan, la llamada Nueva Jerusalén, inmediatamente alude a un evento histórico: la ciudad de su visión es una respuesta a la Jerusalén  física derribada en el 167 por Antioco IV. por otro lado, la también llamada Madre Celestial (término que se me antoja muy de la ciencia ficción)es  una propuesta revolucionaria ante las amenazas de aniquilación del pueblo judío en el pasado y el presente de su autor. De hecho en el  griego se utiliza el término kainos para Nueva, que significa renovada.

En el contexto de su descripción física  resalta la combinación de elementos cónsonos con la arquitectura de la  ciudad destruida, las descripciones previas de los libros de Ezequiel y Zacarías  y elementos de naturaleza onírica integrados por el autor, tomados en parte de la extrapolación de Isaías sobre la Jerusalén derribada. En la descripción de Juan, la Nueva Jerusalén está construida de cimientos de piedras preciosas y oro, sus dimensiones son similares a las de la Jerusalén antigua, aunque propone numerologías simbólicas como el 12 que es sinónimo de perfección en el contexto apocalíptico. Pero su propuesta de ciudad posee la particularidad de la traslación.  Esta desciende desde el Segundo Edén, establecido en el Cielo para acoger a los salvados, para instalarse e instalarlos permanentemente sobre la Tierra.  La ciudad de Juan en el Apocalipsis puede leerse como una especie de nave nodriza que combina las características de ciudades conocidas para el autor con sus ensoñaciones de una ciudad ideal en la que por ejemplo, no hay necesidad de cerrar las puertas, que son perlas gigantes,  porque la misma carece del peligro de ser reinvadida,  ni de sol o luna ya que no existen los acechos de la noche.

Mi lectura de estos y otros relatos bíblicos, así como algunas interpretaciones de estos que he dejado en el tintero por falta de tiempo, me sugieren una relación con elementos propios de la ciencia ficción y una evidente referencia en el género. Pero eso es desde mi lectura, que reconozco parte de esa pulsión, de la que hablé al inicio.  Mi lectura de la Biblia con el  caleidoscopio de las incontables temáticas narrativias, incluidas la ciencia ficción, es una criatura de la que aun no me desprendo.  Para esto me resguardo, tanto ante la comunidad teológica como la literaria de la naturaleza hermenéutica de esta controversial antología.

Pero lo que es aceptado por el colectivo es la evidente influencia de algunos pasajes bíblicos en la literatura especulativa, incluida la ciencia ficción.

En el terreno de lo teológico, algunos relatos bíblicos han sido el andamio del que se sostienen teorías, filosofías y doctrinas cuyas posturas fácilmente pueden interpretarse desde las dimensiones de la ciencia ficción.  Como las ideas de Elena White, escritora y fundadora de la Iglesia Adventista del Séptimo   Día y su teoría de la amalgamación que proponía que los antediluvianos poseían tecnologías tan avanzadas que eran capaces de manipular la genética de hombres y animales con el fin de crear nuevas especies, incluidos los dinosaurios y algunas razas humanas,  acción que provocó la ira del creador sobre su criatura al sentirse en riesgo de ser superado. O su visión de Orión como una  especie de vasija gigante a la vez que un pasillo astral por la cual la Santa Ciudad descrita por Juan sería expulsada en un parto luminoso.  Pero la discusión de las controversiales  ideas de la sra White  requerirían unas cuantas horas adicionales y son otra pulsión, otra criatura de la que todavía no logro desprenderme.

 

 

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