En Reserva-Carta a Chemi González

 

(Sobre “Shadow Kingdom” de Bob Dylan)

 

“Oh, I was so much older then,

I am younger then that now”

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Querido Chemi,

 

El 2 de junio de 2023, salió a la luz el disco “Shadow Kingdom”, de Bob Dylan. El 2 de junio de 2023, me escribiste con tu impresión del disco. Y yo, todavía, no te he podido responder. El ajetreo de este mes me ha robado el tiempo de ocio, a tal nivel que estuve más de una semana (¡una semana!) sin poder escucharlo. Cuando por fin lo hice, se dio en tránsito, de camino al trabajo – aproveché un día en el que sabía que el recorrido hacia las labores asalariadas sería lo suficientemente extenso como para poder escuchar el disco en su totalidad y sin interrupciones, aunque, también, sin la paciencia y la ponderación que suelo dedicarles a empresas amorosas como la música verdaderamente querida. La realidad es que todavía no lo he podido hacer del todo, pero estimé necesario, por fin, darte una respuesta.

Como recordarás, cuando el concierto/montaje “Shadow Kingdom” se dio de manera virtual el 18 de julio de 2021, en el medio del encierro, me lo perdí. Ni recuerdo en qué andaba; la vida pandémica me consumía. Pero el hecho es que, luego del acto, evité reseñas del concierto/montaje, por si tuviera otro turno al bate para poder disfrutar de la experiencia.

Digo todo esto para marcar que, cuando por fin saqué el tiempo para escuchar “Shadow Kingdom”, lo hice desde la más profunda ignorancia sobre en qué me metía. La impresión, por tanto, fue impactante.

La distancia entre “Shadow Kingdom” y su último disco de música original, “Rough and Rowdy Ways” (2020), es inmensa. Para empezar, “Rough and Rowdy Ways” es, para mí, un “disco-concepto”, conformado por un yo-poético que recorre una gran parte de las canciones, como si fuese un poeta-bardo envejecido, que se alecciona a sí mismo, que habla de la vida y que prepara su despedida. El canto, en ese disco, se ha convertido, casi, en letanía, oráculo, versículo. La influencia de Whitman se ve, no solo en la canción “I Contain Multitudes”, sino en el proyecto entero. Su primer disco de música original luego de ganar el Premio Nobel es como un poemario con música de fondo, un disco que tiene un proyecto lírico transparente, aunque con tono oscuro, con la mirada hacia atrás pero evitando la nostalgia, a la vez pasado y porvenir, pero sin presente.

Shadow Kingdom” es una cosmovisión distinta, casi como si los espectros del pasado felizmente vinieran, no a compartir el mundo con nosotros (como en “Rough and Rowdy Ways”), sino paraa habitarlo ellos solos. La primera sorpresa, por supuesto, fue la lista de canciones seleccionadas: “When I Paint My Masterpiece”, “Most Likely To Go Your Way”, “Queen Jane Approximately”, y por ahí sigue la lista, canciones que forman parte de esa primera década de Dylan. Dylan, en concierto, no suele concentrar tantas canciones de su juventud, una detrás de la otra. Pero no solo eso: la manera en las que las cantaba también era siguiendo la tónica de su música, digamos, pre “Time Out of Mind”. Si Dylan, en el siglo XXI, buscaba cantar sus canciones viejas con una melodía tan distorsionada que apenas era reconocible (en ocasiones, sencillamente preservando todas las sílabas, todas las palabras, hasta la segunda mitad de cada compás musical, en un gran ronquido musical, más apto para algunas canciones – “Things Have Changed” – que otras – “Tangled Up in Blue”), aquí regresaba a la melodía original, siempre de manera juguetona y variada, por supuesto, pero regreso al fin. Me imagino al jovel Dylan de los 1960 y 1970 cantando las melodías de la misma manera. En “Shadow Kingdom”, hay mucho juego: lo escucho divertirse.

(Si me hubiese enterado antes que el concierto/montaje del 2021 llevaba como título “The Early Songs of Bob Dylan”, la sorpresa hubiese sido la contraria: “What Was it You Wanted?” (del disco “Oh, Mercy”, 1989), ¿canción temprana de Dylan? Recordé a Manuel Sacristán, haciendo mofas de quienes hablan de Historia y consciencia de clase como un libro del “joven Lukács”, cuando el húngaro ya tenía 38 años al publicarse.)

Sentí un Dylan rejuvenecido. Claro, a los 80 años, “rejuvenecer” puede significar “volver a tener 50”, pero creo que desde hace décadas no cantaba con un timbre tan limpio, claro y elegante. O, por lo menos, si no contáramos sus proyectos de clásicos de mediados del siglo XX, “Shadows in the Night” (2015), “Fallen Angels” (2016) y “Triplicate” (2017), donde también deja ver lo mejor de su voz ya madura. Suena como una voz recuperada, incluso si se compara con el diso “Time Out of Mind” (1997).

“Shadow Kingdom”, claro, no es todo “regreso”. Musicalmente, estamos a tono con lo que ha sido el proyecto de Dylan desde “Time Out of Mind”, que en temas, letra y composición dialoga con el mundo previo al rock. Pero, como siempre, dentro de su mundo, innova. La ausencia de percusión es lo más notable de este nuevo conjunto musical que lo acompaña, pero la variedad de guitarras y – por supuesto – el acordeón alegre y sorpresivo hacen de su banda y de estos arreglos algo particularmente especial. Sorprende, además, escuchar una harmónica siempre melodiosa, nunca caótica y peregrina.

Watching the River Flow” me pareció un final perfecto: una canción, entre las muchas de Dylan, en que los cuerpos de agua crecidos parecerían metáforas del fin del mundo, de las disputas terrenales, de los castigos celestiales, cantada en el medio de una pandemia, y en el género perfecto para decir cosas tristes de manera alegre: los “blues”.

Pero muy al estilo Dylan – porque nada es fácil con el querido Robert Zimmerman –, ese no es el final del disco. Le sigue la maravillosa rendición de “It’s All Over Now, Baby Blue”, que casi suena a canción de cuna, y que se despide (¿de quién? ¿del pasado, del sujeto amado, de uno mismo?) previo al verdadero cierre, una canción fantasmagórica (sí, es la palabra que hay que utilizar) y sin letra, la primera instrumental de Dylan, que yo recuerde, desde el disco “Nashville Skyline” (1969). (Dudé que fuera de él, incluso; lo reconozco.) Una canción perfecta, por demás.

No me tienes que preguntar mi preferida, porque ya la sabes: “Most Likely To Go Your Way”, originalmente de “Blonde on Blonde” (1966), seguida por “Queen Jane Approximately”. Pero también te digo que las versiones de “Shadow Kingdom” de “Just Like Tom Thumb’s Blues” y “Forever Young” son mis preferidas. Las originales nunca me tocaron tanto como estas.

El mismo día que escuché “Shadow Kingdom” de camino al trabajo, lo repetí de regreso a casa, al atardecer, por la carretera 165. Así lo he hecho, también, esta última semana. El goce (más que disfrute, el goce) se repitió tal cual la primera vez, aun sabiendo ya algunos de los giros melódicos, conociendo el repertorio y preparado para lo que vendría. Esa es, por supuesto, una señal del arte: una experiencia cuya reiteración no disminuye el placer. Anhelé lo que anhelo cada vez que escucho “Blonde on Blonde”: el tiempo para no hacer más que escuchar el disco, con buenas bocinas, en un buen sofá. Ahora mismo, me faltan los tres elementos: tiempo, sofá, bocinas. Pero el deseo sirve de horizonte.

Sonará ridículo, Chemi, lo que te voy a decir. Pero me imaginé en ese sofá inexistente, con las bocinas inexistentes, con el tiempo carente, y recordé por qué, en parte, aspiro por un mejor mundo, por qué, dentro de mi precariedad, le dedicó tantas horas a la lucha sindical y política, por qué, sin tenerlo, pierdo tanto tiempo en reuniones innecesarias, en piquetes raquíticos, en consignas temporeras: porque para hacer lo que amo – escuchar música como Dios manda, o como Bob quiere – necesitamos otra sociedad, en la que, por fin, podamos abolir por completo la lógica hegemónica de la ganancia inmediata, abolir por completo la explotación del ser humano por el ser humano, abolir la relación asalariada y el racionamiento del mercado, y crear, crear, crear, los espacios de arte y de disfrute.

un abrazo, titán,

lefevre

 

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