La invasión en los espacios públicos: Nuevas propuestas de apreciación artística para la (re)interpretación de símbolos en la cultura

Foto: Carlos Brignoni

 

 Especial para En Rojo

Nombres como los de Cristóbal Colón y Juan Ponce de León son parte de la sociedad colonial puertorriqueña. Nombres con los que se han identificado –invadido–, desde el poder, diversos espacios públicos y con los que interaccionamos a diario. Nombres con los que hemos tenido que convivir sin conocer el por qué en la mayoría de las ocasiones. Y ello nos toca muy de cerca en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, pues la avenida que nos da la bienvenida –y una de las principales del entorno capitalino– lleva por nombre justamente Juan Ponce de León. Y el mismo conjunto de palabras nos acompaña en nuestro peregrinar por las librerías de Río Piedras, o hasta las entrañas del mismo pueblo. Cabe señalar que Cristóbal Colón y Juan Ponce de León coincidieron en el segundo viaje colombino. Desde entonces, en las postrimerías del siglo XV, ambos personajes pasarían a formar parte de una región dominada por la violencia del crimen de la conquista y colonización europea. Y, en efecto, esta violencia sería parte de ambos personajes. Ellos vendrían a representar la violencia misma como “encomienda” sagrada. En el presente, dicha representación permanece. Y desde el presente, ¿cómo interpretar la caída reciente de Juan Ponce de León desde su pedestal en la Plaza de San José a poca distancia del vendido –un [verdadero] acto violento en la colonia– Seminario Conciliar –un [verdadero] patrimonio histórico-cultural– en el Viejo San Juan?

Interpretación e historia están relacionadas. Las interpretaciones y significados que se le han dado a hombres y mujeres a través de los años son expresiones de un tiempo y espacio determinado. Dichas interpretaciones y significados por su relación con lo temporal siempre estarán sujetas a transformaciones. «El acceso a la temporalidad, a su vez, no puede entenderse como otra cosa que una entrada en los signos y en la forma de manipular o trabajar con los signos y las figuras de significación que ellos permiten construir» (Córdova Iturregui 2018). La misma figura de Cristóbal Colón pasó por sus transformaciones; por diversos significados desde el imaginario imperial mismo. A finales del siglo XIX, España promueve una figura de Colón como símbolo –de triunfo(s) o de progreso(s)– de su historia nacional; y de las “historias coloniales” que eran parte de esa misma historia nacional e imperial española que ellos querían destacar. Colón fue exaltado a “figura nacional” que unificaba y armonizaba historias y territorios. Por ello hoy, la Plaza Mayor de la ciudad de Guayama lleva por nombre Cristóbal Colón, en conmemoración de los cuatrocientos años del primer y segundo viaje de esta antagónica figura. ¿Por qué no se le identificó con otro nombre a este espacio público en aquella década del 1890? El nombre escogido para la Plaza de Guayama, podríamos decir, es la declaración e imposición de un significado que se le dio a esta figura de la historia desde la metrópoli misma. ¿Qué relación tenía con el pueblo [caribeño] de Guayama de aquella época? Un pueblo negro en su esencia. Fue justo en esta Plaza donde asesinaron a los negros esclavos: Francisco Cubelo y Juan Bautista Texidor, a finales de septiembre de 1822 por el deseo de libertad que es inherente a la existencia humana. Asimismo, desde la década del 1890, una de las plazas de nuestra ciudad amurallada portaría el nombre de Cristóbal Colón respondiendo a esa ideología que quería promover la Corona española. «La lucha ideológica habita en la vida interna de los signos», en palabras de Félix Córdova Iturregui.

Ciertamente, en los nombres o símbolos que se promueven desde el poder hay una ideología, o varias, que se quieren imponer sin permitirle al pueblo espacios para reflexiones, cuestionamientos o refutaciones. Es por ello por lo que quieren destruir nuestra educación y nuestras escuelas especializadas. Es desde la educación, desde el conocimiento, que podemos cuestionar y refutar; y, sin duda alguna, hacerle frente a la violencia de un gobierno colonial con el sentimiento de solidaridad y de comunidad que se gesta en los espacios de conocimiento. Un verdadero conocimiento histórico, conocer de nuestras luchas y capacidades como pueblo, nos permitirá ser más solidarios con todo lo que está al otro lado del poder, es decir, con nuestra misma gente, con los que no están en pedestales o en espacios privilegiados.

La literatura histórica de Puerto Rico denota una incesante lucha por la definición de símbolos patrios. ¿Acaso Juan Ponce de León o Cristóbal Colón son parte de los símbolos culturales con los que se identifican la sociedad puertorriqueña colonial del presente? ¿Qué representaban ambos para el pueblo trabajador de la sociedad puertorriqueña decimonónica? La lucha por identificar y definir símbolos que verdaderamente representen nuestra identidad como pueblo, distinto a la metrópoli, no surge en el vacío. Se origina desde la violencia ya expuesta en el inicio del presente escrito. También tiene sus orígenes en las decisiones y acciones arbitrarias por parte de la metrópoli española al dejar fuera a los puertorriqueños y puertorriqueñas en los asuntos de vital importancia referentes a su porvenir como país. Así como desde la metrópoli española se impulsaban nombres y acontecimientos particulares –lo mismo ocurre hoy en Puerto Rico como colonia de los Estados Unidos–, así también intelectuales puertorriqueños, escritores de la historia en la segunda mitad del siglo XIX, iniciaron una búsqueda de símbolos propiamente “regionales”. José Campeche fue uno de estos símbolos. En la década de 1840, José Julián de Acosta y Calbo escribió acerca de este pintor hijo de un esclavo coartado. En este escrito, el autor “levanta su voz” para que sus coetáneos le escuchen: <<¿Y dejaremos nosotros dormir en el silencio del olvido un insigne artista, una de las glorias del país?>> (Acosta, 1846). Asimismo, Tapia nos legó de las primeras escrituras biográficas de nuestro pintor. Por otro lado, los indios también se convirtieron en símbolos regionales, o nacionales, a mediados del siglo XIX. Es por ello por lo que existen en nuestra literatura nacional: La palma del cacique (1852) de Tapia y Los dos indios (1855 o [1857]) –escrita originalmente en francés– de Betances. También La peregrinación de Bayoán (1863) de Hostos.

Así como varios de los intelectuales puertorriqueños –quienes estudiaron en España, es decir, conocían de la vida en la metrópoli– sintieron la necesidad de identificar y significar símbolos en su región –no peninsular–, de igual manera las siguientes generaciones han sentido – y sentirán– la necesidad de (re)interpretar y (re)definir personajes, símbolos, acontecimientos de la historia [en la colonia]. Es en esta “apertura” donde precisamente se puede entender la “caída”, del 24 de enero de 2022, de esta figura en “tres dimensiones” ubicada en una de las plazas –que, por cierto, ha cambiado de nombre en varias ocasiones también– del Viejo San Juan. ¿Por qué condenar una imagen rota –ello es otra versión, y subversiva– de esta figura inerte y “sagrada” que ha sido parte de la versión oficial de la historia en la colonia? Una figura que lleva gran parte del peso de la violencia de la conquista no es posible defenderla de alguna actitud iconoclasta, ni de privarla de esta más reciente “propuesta” de “apreciación artística” que la ubica fuera de su cómodo pedestal.

Por último, es menester tener presente que en una colonia como Puerto Rico los inicios de su historiografía se encuentran en fuentes históricas que han sido legado de la misma conquista. Los intelectuales de esa época eran conscientes de ello, y es por tal razón que se fundó en el 1851, en Madrid, la Sociedad Recolectora de documentos históricos de la Isla de San Juan Bautista de Puerto Rico. Para iniciar con la escritura de la historia regional, o nacional, era preciso investigar en los archivos españoles. Leer lo que otros, los que representaban el poder, habían escrito acerca de nosotros. Había que iniciar la interpretación de las fuentes y textos. Era necesaria ya una historia escrita por los propios puertorriqueños. Esta misma necesidad permanece. Continuemos con la (re)interpretación de las fuentes históricas, discursos, narrativas e imágenes culturales. Continuemos con el diálogo y la escritura. Es en esa “apertura” que nos permite el estudio y el conocimiento donde podemos (re)encontrarnos la humanidad y aspirar a   algo más

La autora es estudiante de doctorado en Historia, UPR-Río Piedras.Es presidenta – Museo de Historia y Arte de Guayama

 

 

 

 

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