La Torre de Sísifo

 

Iván Collazo

En el cuento “El Aleph”, Borges narra una experiencia mística: una esfera en cuyo centro se refleja el Todo y en donde desaparece el tiempo y el espacio.  La contemplación de la belleza también es una forma de abolir la brevedad para prolongarla atemporalmente en el suspenso.  De este modo, existe una arquitectura de la mirada. El misterio se puede abordar de forma lineal, en patrones concéntricos o en óvalos que representen el espacio sagrado.

En el Tarot, la carta de la Torre está vinculada a los cambios repentinos. La vida (y la muerte) son asumidas de súbito como fábulas en movimiento. La visión del transeúnte es incierta, pero hay atisbos que hilvanan el tapiz de la sospecha. El mirador de la torre es el templo de los poetas que miran hacia el abismo. ¿Qué busca el caminante en ruta hacia la cima? ¿Acaso la contemplación suprema? ¿Un fervor omnipresente? ¿Una mirada que se aloja dentro de sí como si fuera el cénit?

Roberto Barrera es un nómada que recita bocetos. Sus versos sobre papel, dejan un rastro tenue y fugaz hacia el ascenso o la caída. Sus escaleras leves nos elevan y nos sumergen hacia el todo, hacia la nada, a la plenitud y el vacío. Su poemario visual titulado “Génesis” sugiere un inicio, pero también un final que se repite. En sus dibujos, hay un retorno permanente hacia el interior, como si tratara de ir descifrando su propio resplandor. Las claves de esta búsqueda continua se hallan en su propio nombre. Etimológicamente, “Roberto” significa “brillante”. Un halo destella cada vez que re-corre incesantemente sus adentros.

La presente muestra consta de una serie de espectros. El grafito delinea el movimiento desde el precipicio hasta la cúspide. Se percibe entre sus trazos una persistencia por emerger hasta lo alto. Una pequeña y solitaria escalinata inicia el desplazamiento. ¿Para qué tanto afán en elevarse? ¿No podemos asumir el fondo como otro cielo? ¿Qué nos sugiere este nómada que lanza formas mientras levita? En el trayecto, surge una nómina de sombras sobre la superficie: caminos, ventanas, ojos, escaleras, manos, estrellas, vírgenes, pupilas avizoras, puertas, ramificaciones, estelas… Finalmente el recorrido llega a la cúspide y estalla en éxtasis.  ¿Por qué culmina de este modo? ¿Se trata de una paradoja? ¿Será que el caminante desea repetir su odisea? ¿Acaso el ascenso no es un pre-texto para la caída? ¿Estaremos ante un Sísifo que se auto-condena a la sublimación de su peregrinaje? ¿Serán sus escaleras un crescendo hacia el orgasmo visual? Barrera, en este uni-verso, no es sinónimo de tapia, oposición o muralla.  Hay un dinamismo, una dialéctica, un diálogo del contrasentido. Génesis es principio y fin, como tener a Sísifo desde la Torre, mirando el Aleph.

 

 

 

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