Las plenas que cantará Marcelo

Marcelo en el centro de la despedida de su padre. Foto Ricardo Alcaraz

 

Juan Otero Garabís

 Panderetero adiós

En algún lugar del universo las piedras y las nubes se estarán estremeciendo con la voz y los panderos de Héctor Tito Matos. De modo similar se levantó la vecindad de las calles Loíza, Díez de Andino, Pesante y Jefferson el sábado antes de su muerte, cuando encabezaba la comparsa de zancos y cabezudos de Agua, Sol y Sereno en saludo a las suspendidas Fiestas de la Calle San Sebastián.

Si algo resumía su espíritu y vitalidad era su amor por la música y su comunidad. Para Tito la una era inseparable de la otra. De su vida dedicada a la música, en especial a la plena, hablan sus grabaciones y las que espontáneamente le hicieron en sus presentaciones en plazas, bares, calles y esquinas. Hace unos meses, lo grabó la prensa cuando junto a sus inseparables Willie, Noel, Lagarto, Emmanuel, Yoko y Llonsi recibieron en la calle Aponte de Villa Palmeras el cortejo fúnebre del maestro Roberto Rohena. El martes, ese bonche se autoconvocó para despedirle, porque como dice Edgardo Rodríguez Juliá: “los muertos no se pueden dejar solos por mucho tiempo. Si no hacemos ese primer esfuerzo inmediatamente … ya no resucitarán, ya no resucitarán”[1].

En su proyecto comunitario, perdón en nuestro Taller Comunitario, vive en el legado de la Plena Cangrejera y la Casa de la Plena. Casa, no museo, insistía en diferenciar quien veía la bomba y la plena no como asuntos del folklore sino como música que vive en nuestra comunidad y cuya ancestralidad hoy enaltece las paredes de la antigua escuela Pedro G. Goyco de la calle Loíza, en Cangrejos. En La Plena Cangrejera reconocía su deuda musical y comunitaria exhibiendo fotos de pleneros principalmente de los barrios de Santurce, cuyas canciones nos recordaba en sus recorridos mensuales. La Casa de la Plena completa su homenaje con los tapices, los cds y libros de Ramón López —quien se los legara seguro de que en Tito tenían el mejor jardinero—, en panderos de diferentes rincones del mundo que plasman la larga trascendencia de nuestros ritmos y en fotografías que muestran su historicidad local.

Mi corazón hoy no me permite dar constancia de su enorme aportación musical de casi cuarenta años. Su larga carrera que comenzó con los Sapos del Caño, cuando “una rana y un sapo se casaron con amor”, pasando por los Pleneros de Pueblo, de la 23 Abajo, los de la 21, Afroboricua y desembocando en Viento de Agua y la Máquina Insular. Todos ellos demostrando que la plena sigue siendo voz de pueblo, “bembeteo”, como decía Ramón, y que mantiene viva la tradición al imprimirle espontaneidad y renovación. La explosividad rítmica y armónica de Viento de Agua ponía a bailar a los más tímidos y a sentarse a escuchar con atención a los sabios. Mi amigo Rubén Colón me contó que su primer disco de Viento de Agua fue un regalo de otro amigo, quien le contó que mientras buscaba en Viera Discos que regalarle, le escuchó Catalino Curet Alonso. Don Tite, tras preguntarle sobre los gustos musicales de su amigo, se levantó y le trajó De Puerto Rico al mundo, la primera grabación de Viento de Agua.

Motor, junto a Víctor “Toro” Muñiz y otres muches pleneros y pleneras, de los Plenazos Callejeros, Tito se encargó de llenar de música calles y barrios por todo Puerto Rico y parte de Nueva York. Maestro en todo el sentido de la palabra dio talleres a músicos y músicas que hoy entonan las viejas canciones que Tito nos enseñó y otras muchas más que se inventan en el camino.

Con esfuerzo y dedicación Tito se encargó de educar futuras generaciones de pleneros y pleneras y valga la insistencia en el lenguaje inclusivo, porque para Tito no era solo asunto de lenguaje. Bomberas y pleneras viven agradecidas de sus enseñanzas y pueden dar fe de que doquiera había un coro exclusivo por género, Tito lo acompañaba de otro inclusivo, reconociendo la aportación y participación de todes. Por todes elles la plena está tan viva hoy como hace cien años, pues continúa siendo la expresión musical de barrios en Santurce, Ponce y Mayagüez, aunque las estaciones radiales se nieguen a difundirla como a otros géneros. A ese desprecio se debe que bomberes y pleneres asuman su práctica como militancia de perseverancia cultural.

Su energía y la de Mariana Reyes nos electrificó a los vecinos y vecinas de Cangrejos y nos animó a sumarnos a desyerbar, limpiar, remover polilla y comején, y pintar para hacer de una escuela abandonada un centro de y para la comunidad. A este le dedicó su esfuerzo y especialmente durante la pandemia entregó su vida. Este proyecto nos hermanó en sueños y alegrías. Muches lo lloran por su legado y sus memorias junto a él, mi tristeza es que con Tito siento que he perdido un poco del futuro que labrábamos juntos en la Goyco. Aquí, en la Goyco, y la corilla de la Goyco, lo extrañeremos eternamente, aunque también sentiremos su energía transitar por nuestro patio, nuestros salones y pasillos; le veremos salir de cualquier rincón, siempre ocupado, resolviendo cualquier detalle, poniendo y moviendo sillas antes que lleguemos a ayudarle; le recordaremos con su alegría, jovialidad y sus malos humores. Extrañaremos su genuinidad y generosidad. Tito no tenía pelos en la boca y decía lo que pensaba, a veces sin medir tan bien sus palabras como lo hacía con los golpes del pandero; así tampoco ataba sus manos cuando se trataba de ayudar. Por su generosidad, cuando apenas nos conocíamos, desarrollamos confianza que se afincó definitivamente con los cierres y los aislamientos sociales de las cuarentenas. La Goyco se convirtió en el espacio de resiliencia que afincó nuestra amistad, llenando nuestras vidas de la esperanza que veíamos desaparecer tras María.

En la Goyco nos conocimos mejor. Turbado siempre con la sencillez de mi nombre de pila, para él pasé a ser Garabí, como iniciado que entra a su nueva tribu. Forjando él su Casa de la Plena y yo armando una Sala de Lectura, para mí era continuar otros sueños de aprender de su sabiduría y retejer la historia musical de Puerto Rico. Si muchos lloran al músico, yo lloro al compañero de sueños y proyectos con los que humildemente abríamos un pedacito de tierra en esta colonia de piratas disfrazados de banqueros.

Me consuela pensarlo como un ñáñigo, que como versaba Palés

… asciende [al cielo] por

la escalinata de mármol

con meneo contagioso

de caderas y omoplatos.

[En donde]

Las órdenes celestiales

Le acogen culipandeando.[2]

Si no en el cielo, en algún lugar del espacio las piedras y las nubes se estarán estremeciendo con su voz y sus panderos. Eso es en otro lugar, acá quienes le amábamos ¿qué más podemos hacer “que no sea” seguir sonando los panderos y “cantarle una plena que del alma cante su pueblo”[3]?

Respetuoso de sus muertos, les dedicó varias plenas compuestas por otros. A su vez, dejó las suyas para que las cante Marcelo, su hijo menor quien como ángel travieso nos contagia su alegría de ocho años. Continuando el legado de su padre, ya estamos deseosos por escuchar las plenas que saldrán de su pandero y su voz.

Tito, “nos queda mucho calor y todavía existe amor”, como tú le cantaste a los tuyos, a esos que hoy acompañas.

Plenero, mi voz más querida,

Plenero, mi quintó lloró,

Plenero, tu voz que se queda,

Tu pandero suena

¡Panderetero adiós![4]

 Palabras leídas en el velatorio de despedida de Héctor “Tito” Matos el 21 de enero de 2022.

[1] Edgardo Rodríguez Juliá, El entierro de Cortijo, San Juan, Ediciones Huracán, 1983, 96.
[2] Luis Palés Matos, Tuntún de pasa y grifería. San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña y Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993, 126.
[3] Juan Martínez García, “Pa’ un plenero”, Viento de Agua Unpluged, Materia prima Smithonian Folkways Recordings, SFW CD 40513.
[4] Juan “Llonsi” Martínez, Viento de Agua, Fruta madura, 2009.
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