Libertad económica ¿para quién?

Especial para CLARIDAD

Recientemente circuló en las oficinas legislativas una publicación del Instituto de Libertad Económica. El ILE tiene como objetivo defender la “economía de mercado”. En su caso, esto quiere decir defender el capitalismo, aunque por alguna razón prefieran no usar esa palabra. La campaña del ILE contra los críticos del capitalismo ofrece la oportunidad de debatir temas fundamentales, que no debemos desaprovechar. Aquí van algunos comentarios sobre el tema.

Según el ILE, entre los principios del capitalismo se encuentran la propiedad privada, la libertad individual y la mínima intervención del gobierno en la economía. Cuando esos principios se respetan, el capitalismo conduce al desarrollo material y al surgimiento de sociedades democráticas. En fin, el capitalismo, cuando se le permite desplegarse libremente, es sinónimo de progreso, libertad y democracia. Más que una realidad, estamos ante la mitología neoliberal. Que sea aceptada por muchas personas en Puerto Rico no inválida ese juicio.

Tomemos el caso de la propiedad privada. Los defensores de le economía de mercado se cuidan de diferenciar la propiedad de medios de consumo (el automóvil, la casa, los muebles, los enseres, la ropa, etc.) de la propiedad de medios de producción. Hacer esa distinción permite ver que el capitalismo tiene como fundamento, no la propiedad, sino la separación de la mayoría de población de los medios de producción. La mayoría no es dueña, y, para que el capitalismo funcione, no puede ser dueña de talleres, fábricas, grandes comercios, bancos, grandes medios de transporte y comunicación o del dinero para adquirirlos. El capitalismo convierte a la mayoría de la población en desposeídos, es decir, en no propietarios. Se fundamenta en la expropiación de los productores. Si, como plantea el ILE, la gran mayoría de la gente en Puerto Rico considera que todos deben tener la posibilidad de tener su propia empresa o negocio, esto es precisamente lo que el capitalismo necesariamente impide y bloquea. Para la gran mayoría el capitalismo no supone propiedad sobre las fuentes de riqueza sino lo opuesto, es decir, la expropiación.
Esta desigualdad entre una minoría propietaria y una mayoría desposeída deja mal parada tanto a la libertad individual como la democracia de más formas de las que aquí podemos detallar. Cuando el patrono y el desposeído se encuentran en el mercado ¿lo hacen en condiciones de igualdad? ¿Quién decide si contrata o no contrata? ¿El desposeído? ¿Quién decide si despide o no despide? ¿El empleado? ¿Quién decide si abre o cierra una fábrica o una empresa en determinado lugar? ¿La comunidad afectada por esa decisión? ¿Quién manda en el proceso de producción y en el taller? ¿Los productores? En cada caso, la “libertad económica” del propietario se despliega a costa de la libertad del individuo y la comunidad. Por otro lado, abundan los ejemplos históricos en que la “libertad económica” del capital se ha protegido a costa de matar la democracia. Chile bajo la dictadura de Pinochet, con sus consejeros educados en la escuela de Chicago de Milton Friedman es un ejemplo clásico. Pero la lista es larga: Guatemala, Brasil, Irán, Indonesia, Argentina, y muchos etcéteras, incluyendo el fascismo italiano, alemán y español, entre las dos guerras mundiales.

De hecho, las doctrinas de Hayek, abrazadas con entusiasmo por el ILE, son lógicamente antidemocráticas. Según Hayek no existe mejor mecanismo que el mercado para procesar información y tomar decisiones económicas. Pero el mercado castiga severamente a los menos eficientes. Por eso, existe la tentación permanente de que la gente intente “corregir” el mercado, y de que los funcionarios electos, deseosos de obtener los votos para retener sus puestos, cedan a esas políticas “populistas”. Así la democracia se convierte en una manera de evadir la disciplina del mercado y de distorsionar lo que de otro modo sería su funcionamiento óptimo. Por eso, según la doctrina neoliberal, es preferible que los organismos de política económica, como lo bancos centrales, estén desvinculados de los cuerpos electos y fuera de todo control democrático. Deben poder imponer la disciplina del mercado sin rendir cuentas a nadie. Por eso también se simpatiza con organismos no electos como la Junta de Control Fiscal, que pueden imponer políticas de austeridad, de privatización, de rediseño de agencias, sin tener que preocuparse por el sentir de la gente o el electorado. No es coincidencia que el máximo gurú del neoliberalismo criollo, el economista Gustavo Vélez, haya sido uno de los primeros promotores de la imposición de una Junta de Control y que haya sido uno de sus más destacados defensores desde su creación. Esto, como dijimos, es parte esencial de la agenda neoliberal, pero nada tiene que ver con la democracia.

Los portavoces del ILE responderán: digan lo que digan, ningún sistema económico ha generado más progreso material que la “economía de mercado” o el capitalismo. Pero aquí están polemizando con un fantasma. Están forzando una puerta abierta. Nadie, incluyendo a los marxistas, niega esa realidad. Cualquiera que haya leído la primera sección del Manifiesto comunista, entre otros escritos, sabe que Marx es el primero en reconocer los extraordinarios logros materiales del capitalismo, que él considera sin precedentes en la historia de la humanidad. Y explica las razones que subyacen ese proceso. Bajo el capitalismo las empresas producen mercancías y están obligadas a competir en el mercado. Para desplazar a la competencia deben ofrecer un precio lo más bajo posible y para hacerlo sin reducir su ganancia están obligados a reducir costos. Para eso constantemente deben introducir formas y medios de producción más eficientes. De ahí el constante desarrollo tecnológico, típico del capitalismo. Pero el móvil de la ganancia privada que impulsa este proceso tiene otras consecuencias. Bajo el capitalismo el desarrollo tecnológico se convierte en enemigo del trabajador. Lejos de aligerar el trabajo, lo intensifica. Lejos de darle más seguridad material y una jornada más corta, se traduce en desempleo para unos, sobre trabajo para otros y más precariedad para todos. De igual forma el progreso capitalista incluye la persistente (y en décadas recientes creciente) desigualdad entre las clases y la resistencia a aumentar los salarios, a reducir la jornada de trabajo, a pagar vacaciones o jubilación y a tomar medidas para proteger el ambiente. Todo esto se ha tenido que lograr contra la voluntad del capital, no respetando sino limitando, su “libertad económica” de explotar el trabajo y destruir la naturaleza. Y luego ha sido necesario luchar por retener esas conquistas contra los intentos de revocarlas. Dejo de lado que el progreso capitalista se ha distribuido muy desigualmente en el mundo: para unos países ha implicado desarrollo, para otros subdesarrollo y subordinación. Capitalismo no es solo Alemania o Japón, es también el Congo y Haití, por ejemplo.

En Puerto Rico, los neoliberales quieren eliminar el concepto de despido injustificado y establecer el empleo (y el despido) at will (es decir, sin ninguna repercusión para el patrono). Si los dejamos, eliminarían también el salario mínimo como una “distorsión” del mercado. El ILE insiste que la gente debe poder tomar iniciativas económicas sin obstáculos creados por la intervención del gobierno. El problema es que, sin la intervención del gobierno, la gente, lejos de quedar libre se encuentra sometida a la voluntad del capital privado. Por eso los trabajadores y trabajadoras en todo el mundo, además de organizarse sindicalmente ha exigido la aprobación de medidas protectoras del trabajo. La “libertad económica” del capital y la libertad de la gente y la protección del ambiente, lejos de coincidir, están enfrentadas: para proteger gente y ambiente hay que limitar la primera.
Por otro lado, la idea de mínima intervención del gobierno en la economía se aplica de manera oportunista, favorable al gran capital. Se habla y critica al estado, pero cuando la economía de mercado genera una de sus recurrentes crisis (las más reciente fue la de 2008), entonces se olvida todo eso y se aplaude la intervención del estado para rescatar a los capitales privados (al menos los que se consideran “too big to fail”) del desastre que han generado. Luego de que se les rescata con fondos públicos, sus ganancias seguirán siendo privadas y se retoma el discurso de exaltación del mercado y demonización de lo público. Los neoliberales tienen memoria corta y selectiva.
El ILE insiste que el gobierno es ineficiente y en Puerto Rico es particularmente ineficiente. ¿Quién lo discute? De nuevo, se está debatiendo con nadie. Esa no es la pregunta. La pregunta es ¿cual es la alternativa? Pare el ILE la respuesta es evidente: la privatización, el mercado, la competencia, etc. Pera ya hemos visto algunas de las consecuencias de esa alternativa. Además del mal gobierno al servicio de intereses privados y de la receta neoliberal existe otra alternativa: la transformación de las fuentes de riqueza social en propiedad social y su administración y gestión democrática con acuerdo a las necesidades de la gente y la protección del ambiente. Esta es la manera de que todos y todas seamos propietarios, como proclaman los neoliberales mientras practican lo contrario y de que exista democracia tanto política como económica. Algunos llamamos a esto ecosocialismo. Póngale el nombre que usted prefiera, lo importante es el contenido. Lo importante es dar las luchas inmediatas con ese horizonte en mente.

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