Los intelectuales aventureros de Indiana Jones and the Dial of Destiny

Especial para EN ROJO

Las tres primeras películas de Indiana Jones (Harrison Ford) fueron de las experiencias más memorables de mi infancia. Nunca olvidaré cuando vi Raiders of the Lost Ark (dir. Steven Spielberg, EEUU, 1981) en el Cine Roosevelt. Esta nutrió mis fantasías de escribir y ser director de cine. Aunque de adulto seguí otros rumbos, de niño soñaba con ser parte del universo de Indiana Jones. Fantaseaba con una aventura en que Indiana Jones venía a la isla a encontrar el Crucifijo de los Milagros que estaba encerrado en el Capitolio. Como soñaba con ser actor a mis diez años, una compañía de teatro, de la cual yo era parte, apoyaría a Jones para encontrar el crucifijo. Esa sería mi entrada a la aventura. Los villanos eran una pareja que se parecían a Ofelia Dacosta y Manolo Urquiza. No eran Nazis, pero eran crueles y solo buscaban poder. Ese abuso de lo que yo consideraba en aquel entonces como algo sagrado (un crucifijo que hacía milagros) era para mí la raíz de todo mal. Jones es arqueólogo y trabaja en una universidad rodeado de pizarras y pupitres. Mi inocencia infantil me indicaba que nada malo podía salir de allí.

Amo esa trilogía original, pero el amor no me ciega. Indiana Jones es un personaje que perpetúa fantasías occidentales que justifican el colonialismo. Por eso Jones es un hombre blanco que protagoniza una narrativa donde los orientales (y uso esta palabra para describir las construcciones de una narrativa y no una persona asiática real) son bárbaros esclavizados por sus supersticiones. En la segunda película, Indiana Jones and the Temple of Doom (dir. Steven Spielberg, EEUU, 1984), el protagonista se enfrenta a un culto en la India que venera a la diosa Kali. Jones liberará la región del oscurantismo religioso batallando contra el maldito Mola Ram (Amrish Puri), el líder del culto. Después de que el héroe mata al villano, el ejército británico irrumpe con sus rifles para apaciguar a los supuestos salvajes. En la tercera secuela, Indiana Jones and the Last Crusade (dir. Steven Spielberg, EEUU, 1989), Jones busca el Santo Grial para exhibirlo en un museo. Jones y los suyos le roban a la historia de muchos pueblos para expandir colecciones europeas y estadounidenses. No hay una gran diferencia entre la frase que guía a Indiana Jones (“it belongs in a museum”) y la imbecilidad de los burócratas que encierran el Arca del Pacto dentro de una caja en un gran almacén de gobierno al final de la primera película.

Independientemente de sus problemas, las historias de Indiana Jones me protegieron de la soledad de mi adolescencia. La lectura de toda expresión cultural debe ser compleja y hasta contradictoria. Por eso, las maravillas de un texto pueden coexistir junto a los problemas que este refleja. Esto aplica a la última secuela, Indiana Jones and the Dial of Destiny (dir. James Mangold, EEUU, 2023), ya que sus glorias coexisten junto a sus tropiezos.

En su nueva aventura, Indiana Jones es un profesor octogenario que se jubila de Hunter College en el 1969. Al Dr. Jones no solo le duelen las coyunturas, sino que también le pesan las amarguras que ha experimentado. Mientras las generaciones más jóvenes se enfocan en un nuevo futuro tecnológico representado por el viaje a la luna, el Dr. Jones vive deslumbrado por el pasado. Por esto, su ahijada Helena (Phoebe Waller-Bridge) le pide ayuda en su búsqueda del Antikythera, una tecnología creada por Arquímedes en la antigua Grecia. El doctor Jones argumenta que el artefacto es la evidencia de la existencia de Arquímedes y de sus invenciones. Jones se sacrifica para preservar estos fragmentos históricos y así esclarecer los misterios del pasado. Por otro lado, Helena representa esas generaciones jóvenes interesadas en monetizar el Antikythera. Este conflicto es de los elementos más interesantes de Indiana Jones and the Dial of Destiny marcando al personaje de Helena como una variación (y hasta una corrupción) singular del personaje de Indiana Jones.

Algunos críticos han despreciado el personaje de Helena. Sin embargo, Helena es la razón por la que Jones abandona su apartamento y se embarca en una nueva aventura. Waller-Bridge crea un personaje femenino fuerte, brillante y aventurero que sigue los pasos de Marion, el amor de Indiana Jones actuado magistralmente por Karen Allen. Junto a Helena también llegan los villanos, representados por el Dr. Voller (Mads Mikkelsen) y su matón, Klaber (Boyd Holbrook). Estas ratas Nazis buscan el Antikythera para cambiar la historia del Tercer Reich.

Así como el personaje de Helena está bien desarrollada, los villanos de esta película carecen de la intensidad visual de un Belloq (Paul Freeman), el arqueólogo que se vendió a los Nazis en Raiders of the Lost Ark, o de la científica rusa, Irina Spalko (Cate Blanchett), en la altamente problemática Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull (dir. Steven Spielberg, EEUU, 2008).

Indiana Jones se mueve entre intelectuales e historiadores que incluyen a su padre, el doctor Henry Jones (Sean Connery), al torpe Marcus Brody (Denholm Elliott) y al mismo padre de Helena, actuado por el brillante Toby Jones. Esos ratones de biblioteca terminan siendo los actores de grandes aventuras. En la más reciente, el antagonista, Voller, es un físico también dedicado a la enseñanza y que llegó a los Estados Unidos después de la derrota de Alemania. Pero es desesperante que con un actorazo como Mads Mikkelsen encarnando este nuevo villano, el personaje carezca de una explosión de presencia o de un intercambio interesante con Indiana Jones. De hecho, la mayoría de los personajes, incluyendo aquellos del pasado, como el amigable Sallah (John Rhys-Davies), se sienten como vanos guiños de ojo para los fanáticos.

Indiana Jones and the Dial of Destiny brilla por muchas razones. El director de fotografía, Phedon Papamichael, que también retrató la joya del blanco y negro que es Nebraska (dir. Alexander Payne, EEUU, 2014), logra capturar los polvorientos grises de un archivo universitario y el claroscuro de un antro en Tánger. Además, la música de John Williams es el ambiente sonoro en el cual siempre existirá Indiana Jones. Por otro lado, la película también cuenta con la dirección y coescritura de James Mangold, que cerró con broche de oro la historia de Wolverine en su excelente Logan (EEUU, 2017). Pero en Indiana Jones su dirección se enfoca en constantes momentos de acción que, aunque funcionan, no desarrollan los personajes.

Indiana Jones and the Dial of Destiny no tiene los momentos memorables que distingo en las tres primeras películas. Por ejemplo, en Indiana Jones and the Holy Grail, el protagonista y su padre huyen de un avión alemán que les dispara. El Dr. Jones padre, un clasicista obsesionado con el Santo Grial, abre su paraguas y moviliza una colonia de gaviotas que, al levantar vuelo, hacen que el avión se estrelle. Dr. Jones padre canta su victoria citando a Carlomagno: “Que mis ejércitos sean las rocas y los árboles y los pájaros del cielo”. Este momento devela lo poético de la serie: cómo el conocimiento de los misteriosos mundos de la antigüedad impacta el presente. Los artefactos, que son tan solo el mcguffin (un objeto que funciona para hacer correr la acción), llevan a interacciones emocionantes y revelan las maravillas de los héroes y los villanos.

Indiana Jones and the Dial of Destiny pierde las profundidades encantadoras de las primeras tres películas. Sin embargo, no es tan irritante como la malograda Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull. Valió la pena experimentar la última aventura de Indiana Jones en la pantalla grande y así despedirme de mi compañero de juventud. La explosión final del tema musical de John Williams me derrumbó.

Artículo anteriorCrucigrama Leonor Figueroa Sanabia
Artículo siguienteCrisis climática y alienación