Mirada al País:Un año que viene y otro que se va

 

 

Especial para CLARIDAD

No hay que engañarse. Los nuevos años llegan, por definición, vacíos. El año que llega carga con todo lo que le deja el año que se va. Casi siempre el fardo luce muy pesado para las fuerzas que deben cargarlo. Por fortuna, no por ello faltan experiencias aleccionadoras, sanas resoluciones y buenos deseos.

¿Qué le deja el año 2022 al 2023? Para empezar, valga reiterar que gran parte de lo que deja lo heredó de los años que le precedieron: degradación ambiental, desigualdad, pobreza, conflictos políticos, belicismo, efectos adversos de la pandemia y de las medidas para combatirla… De su propia factura hay que destacar – sin ninguna pretensión de ser exhaustivos – la guerra entre Rusia y Ucrania, la intensificación de los “desencuentros” entre Estados Unidos y China y un proceso inflacionario generalizado que algunos  caracterizan como preludio de una recesión. El mundo convulso de ayer es hoy más impredecible, más peligroso.

No están ausentes, claro está, señales reconfortantes, como la elección de Lula en Brasil. En el continente suramericano abundan las luces, pero también los nubarrones. Uno de estos es la ya crónica inestabilidad política del Perú. Por otro lado, sobresale el hecho de que, con sus alzas y bajas, las proyecciones de crecimiento económico para la región no son tan desalentadoras.

Del listado referente al año 2022 no se puede olvidar – no lo perdonarían los amigos del fútbol – la gesta deportiva de Argentina en la Copa Mundial celebrada en Qatar. La merecida conquista del campeonato constituye un excelente y alentador cierre de año.

Y sobre Puerto Rico, ¿qué se puede decir? Sigue sin ser gestor de su destino, empujado por el viento y arrastrado por la corriente. Durante todo el siglo 21 – por aquello de no hacer historias más largas de las que el buen lector puede tolerar – ha permanecido económicamente moroso. Las normas internacionales que cobijan al comercio y a las inversiones se alteran – entre otras, las contribuciones estadounidenses sobre sus  corporaciones foráneas controladas – mientras el país, concretamente su gobierno, permanece paralizado. La política pública dominante se resume en pedir fondos federales. Luego de los huracanes Irma y María, de los sismos del suroeste y de la pandemia, a los que se sumó el huracán  Fiona en el año 2022, tal política ha degenerado en adicción. La ayuda, extraordinario catalizador para la recuperación cuando se utiliza bien, es efectiva si se hace innecesaria. De lo contrario, como toda adicción, refleja debilidad sistémica y es, a su vez, debilitante.

A la impotencia política, definitoria de una colonia, y a la dependencia económica, en la que medran numerosos cazadores de rentas de aquí y de allá, se suma la condición de paraíso fiscal para grandes empresas y para individuos multimillonarios del extranjero. Esto se traduce en un sistema disfuncional en el que  cobran notoriedad la formación de enclaves, la porosidad del sistema tributario, el desplazamiento de “nativos”, el endeudamiento y la quiebra gubernamental. En tal sistema reina la imperial Junta de Supervisión (Control) Fiscal – en el año 2022 cumplió seis años – con sus draconianos planes fiscales y planes de ajuste de deudas. Como “regalo navideño” radicó el plan de ajuste para la deuda de la Autoridad de Energía Eléctrica – todavía en veremos porque su confirmación se llevará a cabo durante el  año 2023 – en el que lo único que se anticipa con total y absoluta certeza es el aumento en la tarifa para solventar los pagos que finalmente se acuerden con los bonistas.

Otro “regalo” de fin de año fue la aprobación del proyecto sobre estatus en la Cámara de Representantes del Congreso – estando ya garantizado su descarrilamiento en el Senado – conducente a un plebiscito entre las opciones de estadidad, independencia y libre asociación. Tiene la bondad de excluir al problema – la colonia – y de reconocer la necesidad de definir esquemas de transición, feliz herencia de la iniciativa de 1989-91, el llamado proyecto Johnston. No obstante, aparte de la “píldora venenosa” de la estadidad, que de arranque lo condena, se trata de otro ejercicio guiado por interese políticos pequeños que carece de la bilateralidad necesaria para encaminar un legítimo proceso de descolonización.

Todo sería muy distinto si la iniciativa partiera del pueblo de Puerto Rico mediante la convocatoria a una asamblea constitucional de estatus, lo que, entre otras cosas, haría  viable la negociación para darle contenido concreto a las opciones y a sus esquemas de transición. Pero esto solo lo podría garantizar la elección de un gobierno con verdadera vocación y voluntad descolonizadora. Entonces se trataría de harina de otro costal. Como también sería harina de otro costal la elección de una administración gubernamental honesta que superara los intereses particulares traducidos en cacería de rentas y se comprometiera con el bien común, lo que supondría, por ejemplo, orientación hacia el desarrollo sostenible, una buena política ambiental, educación pública de calidad, seguridad social, plan universal de salud…

¿Es posible semejante escenario? Lo es. Pero no son pocas las dificultades. Valga destacar dos actitudes paralizantes que es imperativo vencer: el optimismo ciego y el pesimismo fatalista. La primera considera asequible a la utopía y, por tanto, nada que no corresponda perfectamente a sus sueños le mueve. La segunda inspira al más absoluto inmovilismo: “todos son iguales”, “siempre es lo mismo”, “nada cambia”. Si tales actitudes hubieran prevalecido el ser humano estaría todavía en las cavernas. Tal vez sea más saludable cierta síntesis entre el optimismo mesurado  y el pesimismo crítico. El primero ayuda a concretizar aspiraciones; el segundo permite identificar los obstáculos que hay que vencer para alcanzarlas. Dicho esto y bajo tales parámetros: “Feliz Navidad”, “Próspero (en el marco de las circunstancias) Año Nuevo” y “Mejor Día de Reyes”.

 

 

 

 

 

 

 

 

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