Nacionalistas: el debate en torno a la identidad y la independencia entre 1904 y 1918 (II)

 

El encono ideológico de Matienzo Cintrón no se circunscribió a la subordinación de “Tigelino” o De Diego ante el gobernador de “Alí Biberón” o Colton. La sátira inteligente y compleja se profundiza en otras dos piezas redactadas también en 1912. Me refiero a “¿Cuál será el trabajo de la Cámara?” y “La Cámara no existe, pero puede existir”[1]. En aquellas señala a De Diego y su labor como speaker o Portavoz de la Cámara. El adulador de Colton, no es más que un sello de goma del gobernador y los intereses económicos de Estados Unidos.

Matienzo Cintrón es enfático. De Diego “…hará lo que quieran los carpet-baggers y los trust americanos” (95), acusación usada por el independentismo a lo largo del siglo 20 para señalar a los defensores de la estadidad y de la condición territorial o colonial. El sentido que le daba Matienzo a aquella frase era devastador. El speaker, vocero del independentismo y el nacionalismo moderados del unionismo, actuaba como un facilitador del programa de cañaveralización, el monocultivo y el ausentismo que transformó al país en un enclave agrario sujeto al capital y las fuerzas armadas estadounidenses.[2]

La pobreza y la sumisión de la elite política puertorriqueña -autonomistas, estadoístas e independentistas- durante las primeras décadas del siglo 20 a Estados Unidos, era reconocida por muchos observadores. Alpheus Hyatt Verrill (1871-1954)[3], explorador y viajero estadounidense, insistía en 1930 que aquella era una elite manipuladora en el estilo latinoamericano: “politicians (…) by hook o by crook (…) twist the bulk of the people about their fingers” (134-135). La percibía como un ente “manipulador”, propenso a la “intriga”, pasiva e incapaz de una rebelión (135), amiga del “clientelismo político” (137) y propensa a un activismo político “performativo” o lleno de dramatismos (135). Las coincidencias con la mirada de Matienzo, y luego Nemesio R. Canales y Luis Lloréns Torres, no deben ser pasadas por alto.

Matienzo reconocía que los administradores de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos desde el continente así como muchos burócratas coloniales, no eran un dechado de virtudes y aprovechaban su presencia en la isla para favorecer sectores de capital concretos y aumentar su riqueza personal. Elihu Root (1845-1937), republicano con formación en derecho, Secretario de Guerra (1899-1904) al servicio del Pres. William McKinley, Secretario de Estado (1905-1909) de Theodore Roosevelt, y senador por Nueva York (1909-1915), actuó como asesor legal de la American Sugar Refining Company (ASRC), un conglomerado monopolista estadounidense que interesaba invertir en Puerto Rico.[4] Otro ejemplo es Charles H. Allen (1848-1934) republicano a las órdenes de McKinley y primer gobernador civil bajo la Ley Foraker de 1900. Este había sido Secretario de la Marina (1898-1900) bajo Roosevelt y, una vez abandonó su puesto, estuvo ligado al Morton Trust Company of New York dedicados a las finanzas y fundó la American Sugar Refining Company (1907), un trust que llegó a controlar el 98 % del azúcar refinado en Estados Unidos incluyendo el de Puerto Rico.[5] La experiencia acumulada en la política se monetizaba en un mercado controlado desde afuera.

Las tensiones entre la burocracia colonial y la clase política puertorriqueña siempre estuvieron presentes. De nuevo Hyatt Verrill ilustra el fenómeno. Aquella era una oficialidad que no comprendía la lengua y la cultura del conquistado y lo despreciaba a pesar de su sumisión (133-134). El autor aceptaba que muchos de los burócratas estadounidenses “have been men of little principle or ignorant, prejudice, dissipated (…) a disgrace to their country and their flag” (137). Las observaciones de Matienzo no estaban descaminadas. La vieja política no era ni más ni menos transparente que la del presente en la cual la crisis de muchos se convierte en negocio de unos pocos.

Matienzo insiste: de “Tigelino” a “Canela”

En “¿Cuál será el trabajo de la Cámara?” Matienzo integra al “Canela” de Washington, Luis Muñoz Rivera (95) a su narrativa. “Tigelino” y “Canela” son uno ideológicamente. Ambos practicaban un “falso patriotismo” al servicio de “Alí-Biberón”. El término “Canela”, refiriéndose a animales, describía la tonalidad oscura de un pelaje, y la tez quemada del mulato. Una segunda acepción del concepto valía por “barbasco” que, en la lengua popular puertorriqueña significaba “hombre malo”.[6]

El mal de “Canela” era el mismo de “Tigelino”: su fidelidad a Colton. La Cámara “hará lo que quiera Colton” y este “lo que quieran los carpet-baggers y los trust americanos” (95). Matienzo desconfía de poder instituido y de la capacidad de los unionistas para enfrentarlo. Cualquier acto resistencia de la Cámara se ejecutaría “como se bautizan los judíos, porque les conviene y nada más” (96). Un detalle que salta a la vista s el siguiente: valdría la pena rastrear en el discurso político de aquel liderato el antisemitismo latente detrás de ciertos giros de lenguaje, tarea que no me corresponde hacer en este momento.

El “sainete patriotero” insertado es un texto sugerente. Puerto Rico es “Welelandia”, tierra de los “Weleles” o los apocados. El hecho de que Welele sea una región del noroeste de Zambia no debe pasar inadvertido: se trata de otra alusión racista interesante. La caricatura de De Diego es impía: “…un titerín (marioneta) flacuchín y chiquitín” (96), un hombre débil, sin voluntad, manipulado por terceros. Nada más distante de la imagen de combatiente que proyecta su poesía patriótica.

La parodia del florido discurso ateneísta del abogado, es literariamente impecable. Recuerda la sátira volteriana-betanciana que he discutido en otras ocasiones. La guerra entre un discurso independentista “moderno” con el que se identifica Matienzo; y otro “tradicional” con el que aquel identifica a De Diego, fue un lugar común de las disputas ideológicas de aquel sector durante hasta 1918. Canales y Lloréns Torres, hicieron el mismo ejercicio en su momento. En la práctica la porfía reconocía que había una manera progresista, racional, pensada de hacer la independencia y otra manera tradicional, irracional, emocional de construirla y que una excluía a la otra.

De Diego dice mucho y no dice nada en sus discursos: “Señores: el equinoccio de la dignísima dignidad de que he vivido, vivo y viviré abrazado, arremolinadamente, contra la impericia del Gobierno de Washington, contra el régimen…” (96). La sensiblería romántica y el retoricismo desembocan en el llanto hasta que “los sollozos ahogan su voz” (96), y el fervor le produce un desvanecimiento mientras dice: “son nuestros amigos, nos quieren, nos quieren (se desmaya)” (97). Alguien lo salva, cae en “brazos de “Alí Biberón” que entra por la izquierda. Tableau.” (97)

Muñoz Rivera representa “todo lo que de inferior tenemos como raza ignorante e impulsiva”; “no tiene ideas sino apetitos” (97). Desde la perspectiva de Matienzo la contradicción del unionismo se resume en la frase cargada de ambigüedad que caricaturiza a Muñoz Rivera: “Somos partidarios de la autonomía, eso sí, respaldamos la independencia, siempre y cuando no nos den el Estado, que después de todo sería mejor” (97). El pragmatismo evasivo y acomodaticio del Comisionado Residente, no difiere del romanticismo sensiblero del Speaker.

El texto “La Independencia”[7] elabora un problema que ya Betances y Hostos habían desarrollado en sus reflexiones de fines del siglo 19. Me refiero a la no equivalencia de los conceptos independencia y libertad. Se trata de las mismas paradojas que atenazan a quienes recurren al concepto en el presente: “A muchos atemoriza (…) y a otros produce una extraña sensación, como si en ella estribara la felicidad de los pueblos” (167): la distopía de algunos es la utopía de otros. Los “vientos de fronda”[8] o rebelión en Puerto Rico, invitan a los unionistas a apelar a la independencia para presionar al poder, pero a la larga todo se reduce a mero gesto retórico.

Matienzo concluye que “lo que se defiende en Puerto rico no es la patria, ni la independencia, ni la libertad, sino los empleos” (167). El unionismo administra el presupuesto y permite que el clientelismo político prospere. La independencia ha sido reducida a la condición de vulgar balón político. La fidelidad de De Diego al norte lo conduce a defender un Hispanoamericanismo que conseguirá “meter en la sesera del buen Uncle Sam la ambición de ocupar con su influencia nuestro continente de polo a polo” (y) “la muerte de dieciocho repúblicas de tu propia raza” (168).

Ante el espantajo de la independencia a la que apelan los unionistas ¿qué propone Matienzo? ¿De qué habla cuando pronuncia la palabra libertad? La libertad es un imperativo moral y un derecho que obliga a reclamarlo: “es un bien moral que no necesita del valor físico exclusivamente para obtenerse” (168). Hay algo de utopía anfictiónica kantiana filtrada a través del hispanoamericanismo racional de Hostos, distinto del de De Diego, en el imaginario de Matienzo.[9] En 30 o 40 años, imagina, Puerto Rico será parte de los “Estados Unidos Iberoamericanos” fusionados por la raza, es decir, la cultura. Aquella será una entidad “más grande que la Unión Americana del Norte”. El transnacionalismo iberoamericano planteado por Matienzo poseía vínculos obvios con el transnacionalismo antillano de fines del siglo 19 y adelantaba el iberoamericanismo al cual apeló Albizu Campos en su momento, asunto que merece un estudio más profundo que está por escribirse.

¿Y la elegancia de la discusión política? Introducción a la retórica de Canales

En 1916 Canales publicó bajo el seudónimo de “Juan Bobo” en el semanario Boberías una serie de columnas satíricas de un tono similar a la Matienzo en las suyas.[10] La serie que ahora introduzco tenía dos partes y pretendía comparar a Barbosa, De Diego y Muñoz, los “caudillos nuestros, los campeones nuestros” (98). El texto es una secuencia de preguntas retóricas, esas que no expresan una duda o piden una explicación sino que más bien responden o hacen una afirmación. La originalidad del escrito de Canales radica en varias cosas.

  • Primero, afirma que en Puerto Rico existía un acuerdo no escrito entre las elites políticas de separar la vida privada de la pública, situación que como se sabe ha sido dejada atrás tras la revolución de los medios de comunicación masiva. La idea de acuerdo era sacarse “en privado tamañas tiras de pellejo” y adularse “piropeándonos de lo lindo en público” (97). Canales, siempre irónico, va a romper con el arreglo implícito.
  • Segundo, contiene observaciones que ya había hecho Matienzo. En Puerto Rico el activismo político es una performatividad o una actuación calculada, algo así como “ir por la vida con los ojos tapados, sin querer enterarse de cómo son las cosas, y consintiendo, por un pacto tácito, en la cobardía cochina de fingir que el mundo es tal y como conviene que sea y no tal y como es” (97). Canales está dispuesto a desnudar la hipocresía de los caudillos y los campeones del país en beneficio de su causa.
  • Tercero, contiene observaciones que Hyatt Verrill volvería a hacer en 1930. La clase política puertorriqueña estaba acostumbrada a dorar la píldora, a la adulación mutua y a la adulación del poder, “como si nos fuera tan bien con nuestra tradicional y sacrosanta costumbre de llamar al pan vino y al vino néctar, siempre que nos parezca conveniente o agradable esta superchería…” (97).

Para Canales, Barbosa, Muñoz y De Diego no eran muy distintos. ¿Cómo se representaba el escritor a aquellos pilares de la civilidad puertorriqueña? Eso lo revisaremos en la siguiente columna.

Notas:

[1] Rosendo Matienzo Cintrón (1912) “¿Cuál será el trabajo de la Cámara?” y “La Cámara no existe, pero puede existir” en Luis M. Díaz Soler, editor. Rosendo Matienzo Cintrón. Recopilación de su obra escrita. Tomo II (San Juan: Instituto de Literatura Puertorriqueña): 95-98. La referencia a las citas directas aparecerá entre paréntesis dentro del texto.
[2] Recuérdese que entre 1900 y 1934, los asuntos de Porto Rico / Puerto Rico, fueron manejados por el Departamento de Guerra de Estados Unidos como resultado de la guerra del 1898.
[3] A. Hyatt Verrill, “Chapter XII. Government and Politics” (1930) Porto Rico Past and Present and Santo Domingo of To-Day (New York: Dodd, Mead, and Company): 132-138.
[4] Kelvin Santiago-Valles, “Bridge of Hemispheric Command, Helmsman of the Caribbean: New York City, 1890s-1920s” en  World History Connected 13.1 (2016): 21. URL: https://worldhistoryconnected.press.uillinois.edu/13.1/forum_santiago_valles.html
[5] “Charles Herbert Allen” en Find a Grave URL: https://www.findagrave.com/memorial/6676910/charles-herbert-allen
[6] María Vaquero y Amparo Morales (2006) Tesoro lexicográfico del español de Puerto Rico (San Juan: Academia Puertorriqueña de la Lengua Española):  160, 96.
[7] Luis M. Díaz Soler, Op. Cit.: 167-168. Publicado el 18 de agosto de 1911 en La Correspondencia de Puerto Rico
[8] Alusión a ciertos movimientos franceses de resistencia a la regencia de Ana de Austria entre 1648 y 1653.
[9] Pedro Pablo Rodríguez López (2000) «Las Antillas y el equilibrio del mundo en Hostos» en Félix Ojeda Reyes y Paul Estrade, Pasión por la libertad (San Juan: Instituto de Estudios del Caribe /EDUPR): 62-74.
[10] Véase Servando Montaña, ed. (1974) Antología nueva de Canales: 3 Boberías (Río Piedras: UPREX): 97-110. La referencia a las citas directas aparecerá entre paréntesis dentro del texto.
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