Otros Betances: intersecciones y fronteras

 

 

Fronteras

En su libro El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949) Fernand Braudel llamaba la atención sobre la relevancia de la “fronteras culturales”1. Aquel no era un concepto vacío o divorciado de la materialidad. Braudel, un escritor excepcional y un maestro de la interpretación socioeconómica, las figuraba como un lugar con ramificaciones geoambientales, registro sobre el cual apoyó muchas de sus indagaciones, que fijaban los límites entre dos espacios precisos. En su libro evaluaba la función de ciertas “fronteras físicas” en la edificación de las “fronteras culturales”. El proceso era complejo: elementos de la materialidad y la inmaterialidad se combinaban en la arquitectura de esos confines imaginados y ambiguos. Aquellos eran lugares de cruzamiento y mestizaje cuyo resultado siempre era problémico, celebrado por unos y condenado por otros. Ocasionalmente las calificó con el adjetivo de “cicatrices”.

 

En su modelo Braudel marcaba el papel de los ríos Rin y Danubio como linderos entre dos Europas distintas por la voluntad de la discursividad histórica de una de aquellas: Europa Occidental y Oriental. A las distinciones en cuanto al lugar que ocupaban cada una de las Europas en relación con el amanecer y el ocaso, se agregaban otras que diversificaban el contraste y la oposición entre el “yo” y el “otro”. La “mismidad” y la “otredad” son lugares cargados de equívocos, siempre relativos a la situación del que mira y enjuicia. Las “fronteras culturales” precisaban la posición entre “nosotros” y “ellos” a la vez que saciaban ciertas necesidades espirituales y simbólicas a la hora de la definición de una identidad colectiva egoísta.

Las discrepancias de los mundos marcados por el Rin y el Danubio provenían de la Antigüedad, habían sido sugeridas por la retórica de Heródoto mismo, y se reafirmaron a partir de los Descubrimientos Geográficos y la Reforma Evangélica. Después del 1949, cuando Braudel escribía, adoptarían tesituras ideológicas vinculadas a dos modelos económico-sociales opuestos. Lo cierto es que Occidente y Oriente siempre han sido concepto transeúntes, tornadizos y frágiles: si en la Edad Media se distinguían por una peculiar formulación del cristianismo (heterodoxos y ortodoxos), durante la Guerra Fría chocaron a la luz de su organización material (capitalistas y socialistas).

Todo sugiere que aquellas fronteras, lindes o límites nunca fueron impermeables. El historiador cultural Peter Burke ha sido insistente en cuanto al asunto de que el hibridismo horizontal y vertical siempre ha sido ineludible.2 La evitación del impacto del “otro” en el “yo” y la protección de la castidad es una quimera. A pesar de la voluntad puritana y maniquea que ha animado a numerosos observadores en la evaluación de los contrastes que se hacen visibles en las fronteras, la penetración de los valores y prácticas de uno en otro, voluntaria o impuesta, deseada o rechazada, siempre ha sido significativa y, en cierto modo, enriquecedora para los involucrados. La absorción total de una parte por la otra, así como la subsistencia pura y prístina de aquellas es una utopía. La dinámica de las culturas lo impide.

El hecho de que el algún momento ciertos elementos de las partes motejaran el cruzamiento como una patología maligna o un contagio del “yo”, no desmiente la afirmación. Las oposiciones imaginadas, antinómicas para algunos, nunca imposibilitaron el hibridismo. Los historiadores culturales aceptan que las “fronteras culturales” son lugares de encuentro o “zonas de contacto” ideales para la elaboración de prácticas “híbridas” de todo tipo. El hecho de la inevitabilidad del mestizaje no lo hace democrático. Algunos rasgos integrados son resultado de la “libre selección” mientras otros son impuestos de manera jerárquica y adoptados a regañadientes. Con eso en mente quiero mirar brevemente el lugar las fronteras en el imaginario de Ramón E. Betances Alacán (1827-1898).

Otras fronteras: 1898, España, Las Antillas

El 1898 es una de esas “fronteras culturales”, es decir, un punto de “encuentro” entre dos culturas asimétricas materializado a través de una guerra. La confrontación entre el decadente Reino de España y el emergente poder de Estados Unidos no comenzó en el 1898 ni fue una eventualidad inesperada. La historiografía tradicional, geopolítica y socioeconómica del conflicto así lo ha reconocido. El interés hegemónico de Estados Unidos en el Gran Caribe como frontera con el mundo Hispanoamericano, debía mucho a la Doctrina de James Monroe (1823) y a la consolidación de las independencias políticas de las Repúblicas del Sur entre 1829 y 1833. Según he aclarado en un escrito en torno a la figura de Antonio Valero de Bernabé (1790- 1864), los intereses estadounidenses y británicos tuvieron mucho que ver con el olvido del “compromiso bolivariano” con la separación de las Antillas.3 El realismo político de aquellas limitó el respaldo a la soberanía de las Antillas españolas.

Un elemento que pospuso la materialización del control de Estados Unidos fue el reto de la expansión hacia el oeste, un proceso iniciado con la compra de Lousiana en 1803 y que culminó con la cesión mexicana de 1848 y la adquisición de La Mesilla en 1853. Con ello se combinaron las exigencias de una nueva fase de su revolución industrial iniciada tras la Guerra Civil (1861-1865) cuando la urbanización y el crecimiento del sector financiero, así como la inmigración, repuntaron. Curiosamente Estados Unidos recibía numerosos inmigrantes procedente de la otra Europa señalada por Braudel, la que estaba más allá del Rin y el Danubio.

A lo largo de todo el siglo 19, desde 1815 hasta 1868, la relación entre el mercado español y el estadounidense a través de Cuba y Puerto Rico, estimuló a ciertos sectores del capital criollo a especular sobre la posibilidad de separarse de España para ponerse bajo la protección o ser plenamente anexados de aquel país. Abonada por las relaciones materiales, había florecido una afinidad ideológica, llana o profunda, entre las elites que pronto desembocaría en la discursividad separatista anexionista. El republicanismo, uno de los proyectos más significativamente modernos del siglo 19, fue clave para la radicalización del anexionismo puertorriqueño. Pero también limitó mucho su alcance en un Puerto Rico en el cual una parte importante de la clase criolla seguía siendo monarquista de buena fe aún después del 1898.

Las partes involucradas en el 1898 no eran desconocidas la una para la otra. La clase criolla y los sectores de poder hispanos y extranjeros conocían a los estadounidenses a través de sus representantes de negocios y cónsules. La gente común comía harina y carnes saladas estadounidenses e, incluso, construían sus casas con maderas procedentes de aquel país. En Puerto Rico la retórica integrista conservadora española, utilizada en sus escritos por Pedro Tomás de Córdova desde 1831, tenía dos rostros. Por una parte, advertía al gobernador Miguel de la Torre cuánto debía cuidarse de ellos. Por otro lado, insistía en que la permanencia de las Antillas en manos españolas era resultado de los logros administrativos de aquél. Al ensalzar el éxito, la eficacia y la promesa de progreso cumplido que la hispanidad representaba para la isla, reconocía en el gobierno de Estados Unidos y sus aliados locales, los separatistas independentistas y anexionistas, un adversario al cual había que temer.4

Lo que compartían aquellos sectores era un anti españolismo radical que tuvo en la retórica de Betances Alacán el ejemplo más obvio. El intelectual de Cabo Rojo no solo desconfiaba de la capacidad de España para estimular un proyecto modernizador justo para Puerto Rico y Cuba sino que también abogaba por la desespañolización de su cultura y sociedad. Al evaluar su actitud muchos comentaristas se equivocaban. El anti españolismo betanciano no significaba que estuviese dispuesto a tolerar el control estadounidense de su país, postura de la cual lo acusaron durante la década de 1860 los conservadores al interior de Puerto Rico para los cuales la Insurrección de Lares había sido un infundio auspiciado por los “americanos”. Aquella representación fue retomada por un segmento de la intelectualidad unionista y republicana a principios del siglo 20 cuando los restos de Betances Alacán fueron traídos de París y homenajeados en 1920.5

No cabe duda de que su convicción separatista independentista no le impedía reconocer que Estados Unidos era una entidad más “progresista”, en el sentido que ello tenía en el siglo 19, que España. Pero por ello, también era potencialmente más peligrosa para los intereses materiales de los antillanos. La desespañolización que proponía no era un callejón sin salida romántico o una consigna vacía. La lectura de sus textos y la revisión de su praxis política sugiere que el proceso de desespañolización era el preámbulo de una (re)occidentalización de la cultura y la sociedad antillana más allá de lo que el decadente Reino de España podía garantizar. Después de todo, España no podía dar lo que no tenía. Pero también quedaba claro que ello no significaba dejarse seducir por Estados Unidos.

Betances Alacán, esta es una lectura plausible, coincidía con el novelista Alejandro Dumas (1824-1895) para quien, como para tantos intelectuales de la Europa Central, “África comenzaba en los Pirineos”. En términos culturales una “España africana”, en un sentido estricto, era una España morisca, arabizada. Su menosprecio a la hispanidad se sostenía, sin embargo, en un severo juicio político-cultural en torno al autoritarismo monárquico acorde con el espíritu de 1789. En la década de 1870 Betances Alacán, un crítico educado, asumía que si se quería “progresar”, Alfonso XII debía ser el Luis XVI de España. Nada más amenazante a pesar de que el tiempo de las guillotinas había pasado. Tácitamente reconocía la existencia de una Europa verdadera y otra falsa y asumía una “frontera cultural” cuya “frontera física” coincidía con el límite oeste del Imperio Carolingio o la vieja Marca Hispánica: los Pirineos que servían de pretexto a Dumas.

El reino que sojuzgaba a las Antillas no era parte de la Europa moderna y, bajo su control, las puertas del “progreso” estarían cerradas para ellas. Por el contrario, España se ajustaba más a la atmósfera social de dos entidades jurídicas retrógradas que ni siquiera eran europeas: el Imperio Ruso y el Turco.6 El europeísmo u occidentalismo del puertorriqueño se alimentaba por igual de un secularismo radical que desconfiaba del poder que poseían el discurso católico, ortodoxo e islámico en el engranaje de aquellos sistemas de gobierno. Las alianzas entre la clerecía y la aristocracia, frenaban el desarrollo de una conciencia ciudadana moderna.

Entre el proyecto modernizador estadounidense y el de la verdadera Europa el cual, a pesar de sus reservas durante la Era del Imperialismo, identificaba con Francia e Inglaterra, Betances Alacán sentía más simpatías por el segundo. Por lo menos eso sugiere su respaldo a un proyecto de inversión de capital de origen británico y francés para el desarrollo de la península de Samaná en oposición a cualquier plan análogo que dejara aquella estratégica región de la vieja Española en manos de inversores estadounidenses.7 El europeísmo u occidentalismo betanciano, una noción clave para su figuración de la confederación antillana, no era otra cosa que un arma contra la intervención de las fuerzas armadas y el capital estadounidenses en las islas.

La inversión de capital en la península de Samaná y la Mole de San Nicolás, había sido objeto de negociación por dos funcionarios anexionistas: el dominicano Buenaventura “El Jabao” Báez (1812-1884), presidente entre 1868 y 1874; y el haitiano Sylvain Salnave (1827-1870), presidente entre 1867 y 1870. En medio de la inflexión del 1868 y cuando aún no había madurado el confederacionismo antillano como un artefacto de la identidad colectiva y una alianza geoestratégica interinsular, aquellos estaban de acuerdo en ofrecer al capital estadounidense privilegios comerciales tanto en Samaná como la Mole de San Nicolás por consideraciones muy prácticas. La inversión de capital redundaría en el “protectorado” de Estados Unidos a las frágiles soberanías, la “media independencia” si reinvierto la retórica betanciana, de ambos países.

La situación era muy embarazosa. Las tensiones de República Dominicana con España, por cuenta del empeño en restaurar una parte de su imperio perdido durante la era del Romanticismo Isabelino; y las de Haití con Francia por razón de la deuda externa de la república con la vieja metrópoli, así como la emergencia de movimientos antigubernamentales liberales en ambos territorios, forzó a aquellos gobiernos a solicitar el socorro interesado de Estados Unidos. Las decisiones de ambos fueron hijas de la necesidad y no de la irracionalidad o afinidad emocional enfermiza con la cultura sajona. Pero así funcionaban las ideologías: las urgencias de seguridad en un momento dado, se reformulaban alrededor de un discurso que acababa por equiparar una alianza desigual con un pacto entre iguales, y la intervención interesada del otro con una forma de la libertad.

Aquellas negociaciones que al fin y al cabo no condujeron a ninguna parte, afectaron los intentos rebeldes de Yara y Lares en 1868. Al recabar apoyo para su causa en República Dominicana y Haití, Betances Alacán tuvo que negociar con la oposición en cada caso: Gregorio Luperón (1839-1897) y Nissage Saget (1810-1880), los cuáles poco podían hacer en nombre del estado nación que los había proscrito. Cuando aquellos ascendieron temporeramente al poder ya era muy tarde para la revolución en Puerto Rico.

Para Betances Alacán, europeísta y occidentalista convencido, las conexiones con el capital europeo constituían una garantía para la libertad que el capital estadounidense no podía asegurar: desconfiaba de la estrecha relación entre el capital y las fuerzas armadas en aquel país. Bueno, si acepto lo que afirman los materialistas históricos, el capitalismo es egoísta independiente de su vinculación nacional pero, después de todo el médico de Cabo Rojo no era materialista histórico. La postura de Betances Alacán, en cierto sentido cándida, sería insostenible en el presente. El pensador asumía que la independencia de las Antillas debía construirse a pesar de la opinión estadounidense, en contra de su grandes intereses hegemónicos y su intención de “absorberlas” económicamente, una de las puntas de lanza de los separatistas independentistas al criticar el anexionismo.8

Las Antillas debían favorecer las ambiciones de los antillanos, sus legítimos dueños. Ello requeriría alcanzar su soberanía por sí mismas con unión, fuerza y libertad, según el modelo discursivo de la “Joven Italia”. Para ello habrían de elaborar alianzas estratégicas fuera de la esfera del dólar y de los intereses militares estadounidenses. Desde la perspectiva cultural, las Antillas debían dejar de ser españolas y, en lo posible desespañolizarse a fin de redimirse de los rasgos retrógrados heredados de su metrópoli histórica. Pero el proceso tendría que asegurar que siguieran siendo europeas con el fin de evitar caer en las redes de la voracidad del capital estadounidense. El respeto a Estados Unidos como signo de progreso que Betances Alacán nunca ocultó, terminaba cuando ponía en riesgo la soberanía futura de las Antillas. Su lógica al tratar la táctica y estrategia de la cuestión antillana demuestra que para este pensador, si uso el lenguaje de Braudel, las Antillas constituían una “frontera cultural” marcada por una “frontera física”: el Mar de las Antillas y la cadena de islas.

Betances Alacán, vale la pena aclararlo, no era un romántico político. Reconocía el fracaso parcial de las soberanías de aquellos países pero rechazaba como solución la anexión neta o el protectorado de Estados Unidos. Los problemas que traía la “media independencia” haitiana y dominicana, podían solucionarse por medio de una racional y bien articulada confederación antillana, según maduró el concepto en el seno de las vanguardias antillanas posteriores al 1868 en medio del Sexenio Democrático español (1868-1874).

La confederación se refinó como teoría con varios fines. Primero, para mantener a Puerto Rico en la carrera por la separación e independencia dado el hecho de que Lares no había tenido los efectos de Yara. Segundo, para aplacar la injerencia estadounidense en las Antillas y el crecimiento del anexionismo o el proteccionismo neocolonial en las huestes separatistas y en las medias independencias. Y tercero, para devaluar las esperanzas de los liberales reformistas y autonomistas de que la relación de Cuba y Puerto Rico con España, dada la actitud de la Primera República, podía repararse.

Su pragmatismo lo distinguía, pero no lo oponía, a las concepciones el sociólogo krausopositivista Eugenio María de Hostos (1839-1903) y del poeta José Julián Martí Pérez (1853-1895). La Confederación de las Antillas debía constituirse como una “frontera política y cultural” eficaz entre el norte y el sur que excluyera la hispanidad por el bien de las islas y del hemisferio. La visión geopolítica betanciana, ausente de ilusiones, era transparente en ese sentido.

La consistencia de Betances Alacán en cuanto a ello fue notable. Entre los años 1882 y 1884 fungió como 1er. Secretario de la Legación Diplomática Dominicana en París ad honorem bajo la presidencia del dictador haitiano Ulises “Lilís” Hereaux (1845-1899). En medio de encargó visitó la República Dominicana en 1883 donde conservaba una rica relación política e ideológica con Monseñor Fernando Arturo de Meriño (1833-1906) y el General Luperón. En aquel contexto adquirió la ciudadanía dominicana y fue considerado incluso para la presidencia de la nación por los “azules”.

Sus gestiones económicas en Europa en nombre de la República Dominicana fueron consistentes con la evaluación que acabo de comentar. El diplomático y representante de negocios, Betances Alacán favoreció la fundación de un Banco de la República o Nacional. La idea chocaba con los intereses de los comerciantes y refaccionistas dominicanos y la “Juntas de Crédito” que controlaban el mercado prestatario en la “media independencia” con prácticas análogas a las que realizaba esa clase en el Puerto Rico colonial español. Un sistema monetario estable serviría para frenar su voracidad y, probablemente, para abaratar el costo del dinero y acelerar la circulación de capital y la inversión sanando el mercado dominicano. Su meta era asegurar la estabilidad monetaria y la autonomía del capital local ante los financistas extranjeros y los refaccionistas locales.

No solo eso. En una movida arriesgada, sugirió la utilización de la Bahía de Samaná para fundar un “puerto franco” y la ciudad comercial de San Lorenzo, que sirvieran de intermediario entre Europa y América a la luz de la futura apertura de un canal interoceánico por Panamá que entonces interesaba al capital francés. Para poblar la zona, además de la movilización de dominicanos, insistió en que se animara la emigración de extranjeros con capital, la fórmula mágica de la Cédula de Gracias de 1815, y se autorizara la creación de una colonia judía, una minoría perseguida en la Europa de su tiempo, en la región. A esos fines, fundó con Fereol Silvie, residente en el 11 de la Avenida de Villiers en París, una compañía que obtuvo una concesión por 99 años para crear el “puerto franco” y la ciudad de San Lorenzo en Samaná. Betances Alacán estaba claro en que sólo una burguesía estable comprometida con la nación y la antillanidad, aliada en condición de iguales con los adversarios del capital comercial y estadounidense, podrían moderar la presencia de aquel poder en las Antillas.

Aquella empresa era por demás interesante. En 1886 terminó el periodo de gracia para Betances y Silvie y el proyecto se canceló. Pero ese es un asunto al cual dedicaré una reflexión en otro momento.

 

1Fernand Braudel (1981) El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (México: Fondo de Cultura Económica): 158-159.

2Peter Burke (2016) Hibridismo cultural (Madrid: Akai) : 64.

3Mario R. Cancel (1990) “El proyecto independentista de Antonio Valero de Bernabé” en Héctor R. Feliciano Ramos, ed. Antonio Valero de Bernabé: Soldado de la libertad. (San Germán: Universidad Interamericana): 113-145.

4Mario R. Cancel Sepúlveda (2011) “Historia oficial: Pedro Tomás de Córdova, Miguel de la Torre y el separatismo (1832)” en Puerto Rico entre siglos URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2011/03/20/historia-oficial-pedro-tomas-de-cordova-miguel-de-la-torre-y-el-separatismo-1822/

5Mario R. Cancel Sepúlveda (2021) “Otros Betances: representaciones de un revolucionario en la prensa de principios del siglo 20” en Puerto Rico entre siglos. URL: https://puertoricoentresiglos.wordpress.com/2021/09/24/otros-betances-representaciones-de-un-revolucionario-en-la-prensa-de-principios-del-siglo-20/

6Ramón E. Betances Alacán (1876) “La culta España” en Haroldo Dilla y Emilio Godínez Sosa (1983) Ramón Emeterio Betances (La Habana: Casa de las Américas): 183-185. Versión digital en URL: https://documentaliablog.wordpress.com/documentalia-ramon-e-betances-alacan/

7Félix Ojeda Reyes (2001) “Betances en los documentos de la Colección Giusti” en El desterrado de París. Biografía del doctor Ramón Emeterio Betances (1827-1898) (San Juan: Puerto): 265-290.

8Todo sugiere que el tema de la “absorción” por el otro, fue objeto de debate entre separatistas independentistas y anexionistas a fines de la década de 1860 y principios de la de 1870, asunto que discutiré en otro momento. Véase “Documento N. 214. Gobierno Superior Civil de la Isla de Puerto Rico. Dirección de Administración. Número 224. Reservado. En A. H. N. Ultramar. Leg. 5110, Exp. 26, Doc. 14. (Mic. en C. I. H.).A. H. N. Ultramar. Leg. 5110, Exp. 26, Doc. 14. (Mic. en C. I. H.)” URL: https://documentaliablog.files.wordpress.com/2018/01/pavia_1868.pdf

 

Artículo anteriorEn Reserva-La UPR del aguante
Artículo siguienteUn elogio de Trump a Bolsanaro