Beatriz Llenín Figueroa / Especial para En Rojo
¡Que vivan los estudiantes,
jardín de las alegrías!
Son aves que no se asustan
de animal ni policía,
y no le asustan las balas
ni el ladrar de la jauría.
Caramba y zamba la cosa,
¡que viva la astronomía!
Lo que no puedo entender, por más que lo intente, es que no se entienda al movimiento estudiantil desde el interior de la universidad, desde la docencia. Que se le reproche su arrojo. Que se le ningunee su agenda. Que se le cuestione su proceso político. ¿Qué umbral tendría la docencia que cruzar para solidarizarse con la extraordinaria virtud de un colectivo de gente joven que ha decidido echarse al país a cuestas?
¡Que vivan los estudiantes
que rugen como los vientos
cuando les meten al oído
sotanas o regimientos.
Pajarillos libertarios,
igual que los elementos.
Caramba y zamba la cosa
¡vivan los experimentos!
Dejar de cobrar, me han dicho varias amigas. Pero, cada vez que lo escucho, se me derrumban los cuatro, cinco, seis, quinientos veinticinco pisos de nuestra historia en la coronilla. La idea me aplasta de dolor y desconcierto. ¿Así de básicos nos ha vuelto el capital, la colonia? ¿Tanto y tan profundo han logrado?
Me gustan los estudiantes
porque son la levadura
del pan que saldrá del horno
con toda su sabrosura,
para la boca del pobre
que come con amargura.
Caramba y zamba la cosa
¡viva la literatura!
Aun así, tampoco estoy tan segura, porque la virulencia contra las de más abajo es tal, que temo responsabilizarían a las estudiantes de tal eventualidad. También. El vociferante grupo de docentes –de norte a sur, de este a oeste– utiliza su minúsculo poder para culpar a muchachas con mochilas de lo que sea que ocurra en la universidad, del mismo modo en que tiende a razonar que al país lo ha desfalcado en especial la pobreza, las “mantenías” del caserío. ¡Se trata de una lógica impecable! Veamos: las estudiantes seguramente echaron números con la Junta allá en sus reuniones privadas para decidir los 450 millones (como lo estamos auditando, es cuestión de días para que nos enteremos del esquema), al tiempo que el descomunal desfalco al país que han perpetrado las “mantenías” del caserío explica que vivan bajo el nivel de la pobreza en cualquier cálculo que hagan los economistas doctorados (como lo estamos auditando, es cuestión de días para que nos enteremos del esquema). Ante el panorama que enfrentamos, este grupo de docentes procura convencernos de que es preferible, aconsejable, inteligente, razonable, maduro, consciente, democrático, hacer la genuflexión ante todas las autoridades universitarias, gubernamentales, federales; exculparlas; escucharlas; creerles; removerles de la selección múltiple que conteste la pregunta, ¿quiénes son responsables de esta debacle, de este fraude descomunal, que atenta hacer desaparecer un país entero?
Me gustan los estudiantes
porque levantan el pecho
cuando le dicen harina
sabiéndose que es afrecho,
y no hacen el sordomudo
cuando se presenta el hecho.
Caramba y zamba la cosa
¡el código del derecho!
Quizá el umbral que tendría que cruzar ese grupo de docentes es mucho, muchísimo, más aparatoso que dejar de cobrar sus salarios. Quizá sea perder la universidad que han conocido, en pleno. Y en ese momento, cuando crucen ese umbral, será trágicamente tarde.
¿Cuántos puestos con sueldo seguro, plaza permanente, fondos adicionales para investigación y creación podrá ofrecer la “universidad” de la Junta y sus subalternas locales? Ojalá que ese grupo de colegas eche un ojito al devenir de las universidades en el imperio que nos impuso la Junta, así como al devenir de las universidades en Puerto Rico, que han hecho fiesta de marquesina con la paulatina destrucción de la UPR. Hay material y referencias a tutiplén para dicha investigación, allá y acá. Solo hacen falta unas cuantas palabras clave en su buscador de internet y otros tantos botoncitos que pulsar.
En el proceso, descubrirá por todas partes el verbo “recortar.” Por ninguna, estará “pegar.” Esa es la versión de “universidad” al estilo neoliberal que se pretende ahondar en la UPR. No creo que en esa versión de universidad quepan todas mis colegas enojadísimas con las estudiantes, quienes, por otra parte, llevan como escudo la iniciativa, el arrojo y el empuje que buena parte de la docencia no ha demostrado. Son también las estudiantes en huelga las que hacen posible, justamente por su determinación, que podamos crear otros nódulos de poder desde donde accionar algunos de los, al parecer, tan anhelados métodos distintos de lucha en Puerto Rico.
Me gustan los estudiantes
que marchan sobre la ruina.
Con las banderas en alto
va toda la estudiantina:
son químicos y doctores,
cirujanos y dentistas.
Caramba y zamba la cosa
¡vivan los especialistas!
Me gustan los estudiantes
que van al laboratorio,
descubren lo que se esconde
adentro del confesorio.
Ya tienen un gran carrito
que llegó hasta el Purgatorio
Caramba y zamba la cosa
¡los libros explicatorios!
Mientras tanto, y porque me niego a cruzar tales umbrales, me regocijo con otras apariciones docentes –de norte a sur, de este a oeste–, tales como PAReS (UPR-Río Piedras), DeMoS (UPR-Cayey) y PROTESTAmos (UPR-Mayagüez). Son aquellas que defienden la universidad pública (es decir, la universidad aun para el grupo anterior). Aquellas que se solidarizan con quienes, a sazón de mochilas, cartelones, pencas secas de palma, latitas de atún y una que otra carpa, defienden la universidad pública. Aquellas que se apuntan a estar bajo agua, sol y sereno. Aquellas que, en lugar de encontrar siempre, primero, razones para ningunear, encuentran siempre, primero, razones para respetar e, incluso, admirar. Aquellas que comprenden que, si no cabe el país, no cabe nadie.
Me gustan los estudiantes
que con muy clara elocuencia
a la bolsa negra sacra
le bajó las indulgencias.
Porque, ¿hasta cuándo nos dura
señores, la penitencia?
Caramba y zamba la cosa
¡Qué viva toda la ciencia!
(VIOLETA PARRA, Me gustan los estudiantes)