¿Escribir es resistir qué cosa?

 

 

En Rojo

La escritura es un acto solitario. Pienso en esto mientras preparo el café y miro a mi alrededor. En esta hora impropia -seis de la mañana del domingo- y alejado del proceso productivo ¿cómo puedo definir este conjunto de actividades que llevo a cabo para producir un texto escrito antes de que la amada despierte? Esperen, ya está listo. Tomar esta taza de café respirando ese aroma que le da cierto sentido a mi modo de interpretar el mundo lo veo como un momento en el que ningún propietario extrae plusvalía de mi trabajo. Es que para mí escribir es un modo de producción. Uso maquinaria -cafetera, computadora- y soy la mano de obra que transforma los insumos: las intensidades de palabras imaginadas en determinada sucesión.

Se me dirá que el párrafo anterior es algo oscuro. Eso porque soy puertorriqueño y no se nos permite, en general, reflexionar sobre lo que nos salga de los cojones. Es decir, a un escritor francés nadie le cuestionará un texto que nos remita a una experiencia que se lleva a cabo en la soledad y en los páramos de la imaginación. Así, parafraseando a Deleuze, la escritura es un proceso creativo que se despliega en un territorio de intensidades, un territorio donde las palabras se convierten en fuerzas vivas capaces de desplegar una multiplicidad de sentidos. Nada original, pero dicho en el idioma de Baudelaire suena bien. Traducido al español implica que es algo importante.

La escritura -para un europeo- es un proceso de desterritorialización, una forma de escapar de las limitaciones de la lengua y de las convenciones sociales. Para un escritor del Caribe, abrumado por los prejuicios de la mirada extranjera que pide palmeras y saoco en la literatura, la desterritorialización se fermenta en una acepción bastante fuerte: pérdida del territorio como unidad política, cultural, social y económica. ¿La escritura es para mí un modo de desvincularme de mi lugar de origen? Si mi lugar de origen es el sistema mundo la respuesta es sí, pero no tengo lugar de origen que no sea el imaginario. Lo que tengo es un espacio en el que existo, ahora, con el que me vinculo de manera lenta en un momento en el que la movilidad de las personas, bienes, información y capitales es rápida. Sin duda el poema “alta traición” de Jose Emilio Pacheco lo expresa mucho mejor que Deleuze, Zizek o yo:

 

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.

 

Gracias, poeta. Ese poema me sirve de epígrafe para esto que hago, Tomarme este café lentamente. Me siento a escribir con calma.

El escritor que soy -entre las intensidades diversas de escribir poesía y tramar novelas- ¿se enfrenta a la soledad y a la incertidumbre? No creo. No es un enfrentamiento. Es una visita. Es un placer. Sin embargo, aunque la escritura es un acto solitario, no se trata de un proceso aislado o desconectado del mundo. Ni de ese espacio -ese fulgor abstracto-. Se encuentra uno inmerso en una red de relaciones, en un mundo de ideas y de sensaciones que te atraviesan. Escribir es una puesta en escena que involucra a múltiples actores y que se extiende más allá del escritor solitario, que es por cierto una pose romántica. En la escritura, me conecto con la historia del territorio que ocupo. De ahí mi obsesión con los periodistas espías en la Guerra Hispanoamericana; con el pintor que se inventó a los vaqueros y al General Miles; con el joven que saluda militarmente luego de ejecutar al Coronel vestido de blanco frente al Recinto Sur; por ejemplo. Estoy aquí solo -pongo unos boleros bien bajitos en Spotify- sin abandonar el entorno cultural y social, o mis propias pasiones, con los múltiples mundos que se encuentran en mi cabeza o en el exterior. Por eso también se escribe sobre el futuro y la nebulosa de Orión. Es en ese sentido que puedo usar la palabra desterritorialización: la escritura nos lleva más allá de las fronteras de lo conocido y es el agua del río que cruzamos hacia el territorio de lo posible.

Ahora bien, se hace literatura. Es ese un agenciamiento colectivo, un proceso que no se agota en la figura del escritor solitario. ¿La literatura es una máquina de guerra contra la homogeneización cultural, una forma de resistencia contra el orden establecido y sus mecanismos de control? En cierto modo. No quiero colocarme, metafóricamente, del lado de la épica. Aquí, solo, escribiendo un poema, una novela, esta nota, ¿a qué enemigo quiero derrotar? ¿A quién resisto al crear nuevos lenguajes expresivos? ¿Dónde queda la resistencia como una respuesta consciente y organizada frente a las estructuras y relaciones de poder que nos dominan? Eso, quizás, solo lo piensa alguien que vivió a mediados del siglo pasado y sigue vivo: la resistencia es una forma de lucha contra la opresión y la explotación y es fundamental para el cambio social y la transformación revolucionaria de la sociedad. ¿Se les perdona a los escritores solidarios el materialismo dialéctico? ¿Qué otro dinosaurio piensa en eso?

El materialismo dialéctico sostiene que las relaciones sociales están determinadas por las fuerzas productivas y las relaciones de producción. En este contexto, la resistencia se entiende como un proceso dialéctico que surge de la contradicción entre esas fuerzas y relaciones, y se manifiesta en la lucha de clases entre los propietarios de los medios de producción y los trabajadores. Tomarme este café mientras escribo con el fondo musical -apenas perceptible- de boleros, ¿es resistencia? ¿De qué soy propietario cuando escribo? ¿Soy un trabajador?

Cierto que la resistencia puede adoptar muchas formas, dependiendo de la situación específica y las condiciones materiales y culturales de cada sociedad y época histórica. Algunas formas de resistencia pueden incluir huelgas, boicots, manifestaciones, desobediencia civil, sabotaje, insurrección y revolución. Pero no, aquí sentado -ya terminé el café- no tengo ni siquiera el gesto histriónico de esos franceses que están en las calles de París en protesta porque aumentaron la edad de jubilación. ¿Cómo se resiste en mi entorno? ¿Qué huelga, boicot, desobediencia civil está ahora mismo en proceso? ¿Qué significado tiene hoy la palabra revolución? ¿Para quién escribo? ¿Y si dijera que ni siquiera me hago esa pregunta y que me parece totalmente impertinente?

La amada despierta y le voy a preparar el desayuno. Pienso. Le pregunto qué quiere. Sugiero pancakes. Acepta. Voy a producir realidad con esos ingredientes particulares, harina, leche, moras, mantequilla. Mientras se calienta la sartén le digo que Baudrillard argumenta que la escritura es una forma de crear un universo de signos que puede funcionar como una realidad separada del mundo físico. Esta realidad de signos es capaz de generar significado y sentido, pero también puede ser completamente arbitraria. Por lo tanto, la realidad literaria -¿el producto de mi trabajo?- puede ser vista como una forma de resistencia al sistema dominante de signos y símbolos. Me mira y sonríe. Entonces me explica cómo se hace eso mismo con la fotografía. Milagrosamente no se me quemaron los pancakes mientras escucho.

Ya no estoy solo escribiendo. Charlamos. Le digo que Marx analizó cómo la producción de la cultura y la comunicación en el capitalismo estaban sujetas a las mismas dinámicas de explotación y dominación que otros ámbitos. La producción y el control de la cultura y la comunicación en la sociedad capitalista son relevantes para entender cómo la escritura y otras formas de expresión cultural pueden ser utilizadas para mantener y perpetuar relaciones de poder y dominación en la sociedad. Una sociedad en la que alguna gente se levanta a las seis de la mañana un domingo para escribir una novela sobre un suceso ocurrido en febrero de 1936, o en julio de 1898, o en Marte. Sin embargo, debe haber miles que no tienen sosiego. Decenas de miles, aquí, en la isla. Sin techo. Sin trabajo digno. Sin seguridad social. Sin un sistema de salud que les permita caminar derechos o disfrutar de su café en la mañana. ¿Puedo cambiar eso con mi resistencia pacífica y literaria?

 

Artículo anteriorUn mapache descubre su familia en Guardians of the Galaxy Vol. 3
Artículo siguienteEn Reserva-Hacerle la carrera al fuego