Corre

a Armando Cruz, filósofo del insomnio

Está decidido, va a volarse la tapa de los sesos. Demasiado espacio en esta casa habitada de recuerdos. Terminar así con este cansancio de no hacer nada. Pero llaman a la puerta y lo sacan a golpes del ensimismamiento. Aún no sale el sol. Se levanta a duras penas y pregunta quién es. Yo, responde una voz familiar. Abre la puerta y el escalofrío lo congela por dos segundos.

• ¿Perdiste el habla?- pregunta el hombre que es exactamente igual al que abrió la puerta. Lleva una caja de zapatos en la mano derecha y un estuche de cuero negro en la izquierda.

• ¿Qué está pasando aquí?

• Tengo que resolver esto. Me quiero volar la tapa de los sesos y me presento dos opciones.

• Quiero despertar.

• Ah, qué asco, qué vulgaridad. No estoy soñando.

• Yo estoy soñando.

• ¿Quién crees que eres?…¿Leibniz?

• Calderón, en todo caso…

• Ni siquiera estoy durmiendo bien…dime, ¿estoy durmiendo bien?

• La verdad es que ya me acostumbré al insomnio.

• Ya decía yo. Tengo dos opciones. Ésta nueve milímetros y unas zapatillas con nombre mitológico para correr y aumentar la serotonina.

• ¿Nombre mitológico?

• Niké, la diosa griega…

• Ah, sí. Claro. Necesito café. Y es la dopamina lo que aumenta.

• No voy a discutir conmigo. La dopamina entra en el circuito neuroquímico del placer en el que interviene el córtex prefrontal y el estrés detiene la secreción de serotonina por el núcleo del rafe. Son complementarios, comemierda.

• Tienes razón, soy un comemierda.

• ¿Cuál es mi talla de zapatos?

• Pero si eres yo ¿cómo haces esa pregunta?

• Es como en un espejo. El pie derecho es mi pie izquierdo. Y a veces hay una pequeña diferencia…

• Esto es absurdo.

• Bien, me dejo de pendejadas. Con ésta nueve milímetros me vuelo la tapa de los sesos. O con estas zapatillas de correr salgo a la calle y en media hora sudo las ganas de matarme.

El hombre toma la pistola en sus manos con una cierta indiferencia. Es bastante liviana. Nueva. El estuche incluye unas balas cromadas de diseño atractivo. La coloca en el estuche y sonríe tomando las zapatillas y probándoselas. Perfectas.

• Las usé una sola vez, hace par de meses- dice el que trajo las opciones.

• Cómodas– comenta el otro.

Se viste con un desgastado pantalón y una camiseta ligera. Hace algunos ejercicios de estiramiento.

• Quedas en tu casa.

• Estoy en casa.

Sale a la calle y comienzan a salir los primeros rayos del sol. Mañana fresca. Brisa. Una suerte de tenue luz naranja lo va llenando todo. Va regulando la respiración. Correr es zen. No hay ninguna intención. Sólo respirar. Renunciar al encanto de la voluntad. Inhalar. Exhalar. Página en blanco. Eso es lo que debo hacer. Trabajar en la cocina. Arreglar el jardín. Ahora concentrarme en la respiración misma. Seguir su ritmo natural hasta que, poco a poco,  ya no le prestamos atención. Soy respirado. Hakuin, el maestro, levantaba su mano y le pedía a sus discípulos que escucharan el sonido que ésta emitía. Ahora apenas se escuchan los pasos. Apenas se oye el lento trotar.

Die grosse befreiung repite el corredor, como un mantra. Se atreve a dibujar una sonrisa. Ni siquiera distingue que en la acera frente a él pasa una pareja de corredores matinales. Se ve tentado a cerrar los ojos y dejarse llevar por esa sensación renovada de bienestar. Esto es lo que debo hacer. Establecerlo como disciplina. Todas las mañanas.

Veinticinco minutos han sido suficientes. Se siente renovado. Se permite una sonrisa. Abre la puerta dispuesto a prepararse un buen desayuno para atacar el día. Carpe diem, piensa, justo antes de resbalar en el charco de sangre, golpearse la cabeza y perder el sentido.

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