En Rojo
Mucha gente quiso a Félix. Admirábamos su capacidad de trabajo. Escribía artículos, libros, y nos invitaba a participar de sus proyectos contagiándonos con su entusiasmo. Lo conocí cuando recibía el premio de ensayo del Pen Club de Puerto Rico por su libro Vieques y la prensa: el idilio fragmentado. Desde entonces aprendí muchas cosas mientras tomábamos café y él fumaba un cigarrillo tras otro.
Hay cosas que trascienden el saber académico. Félix Jiménez desbordaba ese espacio. Fue profesor de estudios culturales en la Universidad del Sagrado Corazón y profesor visitante en la Universidad de Columbia. Fue productor en CNN en español, escribió para The Village Voice, The Washington Post, The Nation, y en Puerto Rico para la revista 80 Grados y El Nuevo Día.
Como profesor, como ensayista, como periodista el querido amigo y colega tenía una virtud que pocos tienen: generosidad. Félix tenía la disposición y la voluntad de dar y compartir con los demás, ya sea en términos de tiempo, recursos o afecto. La cantidad de escritores, periodistas y estudiantes a quienes él animó a seguir produciendo saberes y reflexiones -con desinterés y altruismo- es enorme. No voy a hacer una lista. La reacción de tantos al conocer la triste noticia es un homenaje. Coincidimos en que el legado de Félix es intelectual, pues nos dejó libros pertinentes a la discusión de aspectos de nuestra cultura, y también amoroso. Resulta que su solidaridad con el trabajo de otros fue -es- un acto de amor imperecedero.
Justamente hace doce años, Félix me confió sus poemas. Había armado un libro, Serenos semejantes, que sorprendió a los que no conocían que hacia los años 80, había sido co-editor, de Aldebarán, revista literaria que repartía por los pasillos de la universidad junto a su siempre querido José Quiroga -que también se nos fue antes de tiempo apenas unas semanas atrás. De aquel poemario, José escribió lo siguiente:
“Serenos Semejantes aparece como una huella en la almohada, el rastro de alguien que dormía en una casa antes de haberse fugado. Es un libro de tránsito, de movimiento, de fugas y texturas. Por él nos damos cuenta, de nuevo, de que Félix Jiménez – uno de los ensayistas más lúcidos que se conocen, siempre ha sido, ante todo, poeta. Sus dos secciones, como un binomio (piedra negra sobre piedra blanca) la arquitectura de un amor que no tiene porqué atreverse a decir su nombre, si se supo desde siempre, y si no fue uno si no varios. Desde «canción de ruidos y autarquías» hasta la «( s. )» final del libro, Serenos Semejantes compone un plural necesario, para una obra que todavía está por conocerse”.
Lo mucho que le debemos a Félix todavía está por conocerse. Poco a poco lo iremos entendiendo. Solo me resta, junto a tantos que mucho lo quisimos, darle un abrazo emocionado a este poeta, que como dijo aquel otro bardo siempre fue compañero del alma, compañero.