A las criollas no les gustan los besos a la francesa, reporta Monsieur de Saint-Méry

Andaba por ahí buscando información sobre las enfermedades en el Santo Domingo de la época colonial, y allí, en el estante, paradita, estaba la Descripción de la isla de Santo Domingo, de Monsieur Mederic Louis Élie Moreau de Saint-Méry (1796-1798).

Lo conocía de antes, ya que es un documento fundamental en la historia colonial nuestra. Cubre descripción (topográfica, física, civil, política e histórica) de ambos lados de la isla. Pero no creo que lo había leído con atención. Al igual que “La idea del valor de la isla española” de Sánchez Valverde, y probablemente por los mismos motivos, el volumen de Saint-Méry contiene sobre todo mucha geografía. Las historias sobre los duelos entre los corsarios y los colonos del lado español resultan de mayor interés, ya que completan la narrativa del sismo que dividió la isla en dos. En nuestra media isla, solo se escucha la mitad de la historia.

Sobre las enfermedades de la época en el Santo Domingo español, no había mucho. Según Saint-Méry, eran pocos los males circulantes, y esto se debía a la sobriedad general de la gente. Apunta como las enfermedades más corrientes las fiebres malignas y las pleuresías, y cuenta que, como no se practicaba la inoculación, las viruelas malas hacían verdaderos estragos. También apunta que había lepra, y que los españoles, en despliegue de apabullante ahistoricidad, la atribuían a América.

Hay que señalar que Moreau de Saint-Méry era, además de francés, caribeño. Proveniente de familia martiniquense de medianos medios, se casó bien y logró convertir una pequeña herencia familiar en una carrera legal y política espectacular en París. Llevaba sus simpatías por la ilustración en la mano derecha, y en la izquierda, profundo desdén hacia los derechos naturales del hombre. Como abogado, arguyó que el código francés estaba bien para Francia, pero no era aplicable a las realidades de las colonias y al contexto de la esclavitud, y ciertamente, nada aplicable a los esclavos que su familia poseía. Se posicionó como miembro del parlamento francés, eventualmente fue nombrado presidente del Museo de París. Viajaba mucho entre Francia y el Caribe, hasta que le tocó salir huyendo durante la revolución francesa. A su regreso a Francia, entró como historiador del ejército. Napoleón lo nombró administrador en la campaña de Parma, pero lo despidió por una revuelta mal manejada, y solo cierto parentesco con Josefina le protegió el pescuezo. En una ocasión, Napoleón regañó a Saint-Méry con aspereza, mientras trataba de argumentar que otros lo habían hecho quedar mal por su excesiva rectitud: “Sire, no pido que se recompense mi rectitud; sólo suplico que sea tolerada”. Cuentan que Napoleón le contestó que se despreocupara: “Esa enfermedad no es contagiosa”.

Una sale a buscar una cosa, y se encuentra con otra

En el tomo sobre la parte francesa de la isla, Monsieur Mederic Louis Elie, fiel a su postura legal sobre la esclavitud, se dedica a fundamentar la llamada aristocracia de la epidermis, proponiendo ciento veinte y ocho divisiones raciales de mestizaje, incluyendo la distinción, hoy en día olvidada, entre un grifo y un sacatrá. No le interesaban ni la igualdad, ni las semejanzas. Solo las diferencias. El tomo sobre la parte española de la isla está enfocado en contrastar el Santo Domingo español con el Saint Domingue Français.

Encuentra la parte francesa superior en todo rubro, incluyendo la vivienda, los caminos, la moda, la comida, el empleo de los días, y el que las leyes sobre la esclavitud estuvieran muy descuidadas en la parte española. A los criollos españoles los juzga religiosos, pero concluye que solo por hipocresía, y declara que su hábito de siesta es “costumbre favorita de una nación perezosa”. Saint-Méry rechaza tajantemente la idea de que los criollos de pelo lacio tuvieran sangre indígena, ya que, como se sabe, esa raza desapareció por completo de la isla.

Lo más notable, notorio y espectacularmente trasnochado de la crítica de Saint-Méry al Santo Domingo español es su descripción de las mujeres criollas. Comienza por contar que en Santo Domingo las mujeres no vivían recluidas, como en España, y solo usaban velo o mantilla cuando iban a misa. Si las mujeres eran distinguidas comme il faut, es decir, como dios manda, la mantilla era de estameña negra y seda. Luego se dispara: “Las criollas españolas no deben sus encantos sino a la naturaleza, que parece ser avara con ellos, como si temiera prodigarlas inútilmente. Todo lo que la sociedad de las mujeres amables tiene de delicioso, es cosa ignorada por los criollos de Santo Domingo. El amor solo aproxima allá a los dos sexos, pero no ese dote o amor delicado que es herencia de otro pueblo”. Traducido al dominicano, dice que las criollas son feas, sin gracia, y que solo sirven para la cama. Fiel a su interés en las ciencias naturales, pasa a la descripción física: “son generalmente muy gruesas […] la elegancia y la esbeltez del talle es una gracia que ellas ignoran, así como los del tocador”. Se escandaliza con su hábito de mascar tabaco, que amarillea la blancura de los dientes: “Las criollas españolas pretenden que esa costumbre les evita contraer el escorbuto”. Para Saint-Méry, habían dos clases de mujeres, las deliciosas, y las otras, no deliciosas ni delicadas.

Aun dentro del tono general del texto, me sorprende la vehemencia de su crítica a nuestras criollas. No soy hombre, y poco entiendo la lógica de la mirada masculina, pero mis hijos, cuando los llevaba a Santo Domingo de chiquitos, me preguntaban que por qué las mujeres allá eran tan bonitas. ¿Qué mosca le habrá picado a Mederic Louis Elie?

Sigo leyendo y me encuentro con la siguiente línea: “Las criollas españolas no se dejan ni besar ni abrazar a la francesa, y encuentran que nuestra costumbre es poco delicada.” ¡Qué personaje este, Moreau de St. Méry! Lo busco en Wikipedia, y veo que tenía una cara de sapo blancucho y los pelos en retirada, y una panza que le amenazaba los botones de la chaqueta. Mi método carece del celo empírico y la modestia interpretativa del historiador. Yo indago por la ruta de la curiosidad y la imaginación. El instinto telenovelesco se dispara, y visualizo en technicolor y sensurround full una escena de seducción fallida: Saint-Méry acercándose a una criolla del campo, vestida de amarillo y sin corset, de piel canela clara y sin velo, hermosa y sin afeites, que no se impresiona con su pedigrí de funcionario, ni le acepta besos a la francesa. La descripción entera de una media isla, flotando en un archipiélago alucinante, hecha por un escritor alucinado, se ilumina con el áspero relámpago del rechazo de una mujer que no era una de las damas comme il faut.

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