El corazón vivo de la memoria

 

 

 

El corazón vivo de la memoria: sobre Julia de Burgos. La creación de un ícono puertorriqueño, de Vanessa Pérez- Rosario, trad. por Isabel Zapata, en colaboración con la autora (Patronato de la Universidad de Illinois 2022).

Desde la ética de cuidar se escribe este libro, Julia de Burgos. La creación de un ícono puertorriqueño: cuidar un ícono que representa multitudes a veces alborotadas, reescribir la tradición, recuperar brechas, trazar resistencias, oponerse a la práctica del olvido. El poder afectivo resguarda aquí su presencia para mostrarla a veces, como en la conclusión, cuando Pérez Rosario recuerda cómo el escritor y traductor Jack Agüeros, sin conocerla, puso a su disposición “cajas de papeles, cartas, artículos y volantes para los eventos de Burgos que había recopilado a lo largo de los años” (143): “Fue un regalo inesperado. Compartió décadas de su trabajo conmigo. Las huellas de Burgos que Agüeros había recopilado y organizado meticulosamente hicieron más profundo mi interés por el mito ,,, y el ícono de Burgos para los puertorriqueños residentes en Nueva York que luego se convertiría en el foco de este libro” (Pérez Rosario 144)”.

La función de cuidar queda inscrita en las palabras finales del libro: “La dedicación por construir el archivo de Burgos, el compromiso por restaurar su imagen y preservar su imagen para que no despareciera -para que ella no desapareciera -habla de la importancia que se confería al recuerdo de Julia de Burgos y el significado de su legado para la memoria colectiva de los puertorriqueños en la diáspora plasmada en su ícono” (148). Estas palabras de Vanessa Pérez Rosario encuentran espejo en el epígrafe del libro, del poeta Víctor Hernández Cruz: “La voz de una época está en las palabras de sus poetas”. Se instala la autora en un legado que nos remite a la figura icónica de Julia de Burgos, y lo hace con destreza y rigurosidad, con devoción diría. La bibliografía es amplísima y muy rica toda vez que incluye, entre otros, múltiples estudios sobre la diáspora, la literatura de la emigración, el sexilio, el macartismo, la memoria. El libro traza ese arco en el cual vemos a Julia desplazándose hacia la ciudad que consideró su segunda casa, Nueva York, y la comunidad puertorriqueña allí asentada, así como el proceso que la convierte en ícono. En Puerto Rico María Solá, editora de la antología Julia de Burgos: Yo misma fui mi ruta (Río Piedras: Huracán 1986), indagó sobre esa red de leyenda que se ciñe sobre la figura de la poeta, maraña que a veces nos distancia de su quehacer literario. “A la misma vez que se recuerda el torbellino de sufrimiento que terminó con la muerte de Julia de Burgos, conviene fijarse en el valor con que la escritora le regateó cada minuto de su potencia vital y artística a las condiciones sociales hostiles”, escribió Solá (Solá12). “Parece ser que hay una lucha entre dos figuras: la de la mujer de vida mitificada (Julia) y la de la poeta cuya obra queda casi opacada por su vida (Julia de Burgos), propuso Efraín Barradas. La primera parece ganar siempre e imponerle al lector unas gafas distorsionantes a través de las cuales tiene que leer su obra” (Barradas, “Los deleitosos deberes de un centenario” 80grados 1 de agosto de 2014). Ángela María Dávila, poeta de los sesenta que siempre tuvo presente a Julia de Burgos en su poesía y en sus entrevistas, escribió palabras claves sobre la imagen entonces creada de Julia de Burgos en uno de sus pocos textos en prosa, “Un clavel interpuesto”: “Cuando se omite lo fundamental de cualquiera – sobre todo si es lo mejor -nos perdemos mutuamente” (Claridad, En Rojo 1984, 15).

Con gran sutileza Pérez Rosario escoge mostrar cómo la comunidad boricua en la ciudad de Nueva York, sus escritores y artistas recuperan la imagen de resistencia, solidaridad y tenacidad de Julia de Burgos: “su vida y su obra inspiraron el trabajo de una generación de escritores de la diáspora puertorriqueña que cobraron fuerza durante la década de los setenta”, escribe en la introducción (5). Decidió “centrarse en aproximaciones presentes realizadas sobre su trabajo, enfocadas en movimiento, fluidez y migración” (1). Traía ya a su haber la autora el conocimiento sobre la emigración caribeña, pues fue editora del libro Caribbean Literature of Migration: Narratives of Displacement (Palgrave 2010). Su punto de vista le permite acercarse a un periodo poco estudiado en la obra de Julia, indagar en la obra de escritores y artistas gráficos, muchos recientes, que eligen recuperar la figura de la escritora, ubicarla en medio de su comunidad y aquilatar su legado. Varios tensores se funden en los supuestos desde los que camina la autora. El sujeto nómada, libre de camisa de fuerza, es concepto que articula sobre todo el primer y segundo capítulo. Los estudios que exploran el vínculo entre sexualidad y migración, de los que emerge la noción de sexilio, que Pérez Rosario amplía para incluir a las mujeres heterosexuales a quienes los discursos patriarcales han excluido (41), subyacen en el capítulo dos, en el que propone: “El segundo y tercer libros de poesía de Burgos y las cartas a su hermana   nos permiten considerarla una figura del sexilio” (60). Los estudios de la memoria, en particular los conceptos desarrollados por Pierre Nora, fecundan los capítulos 4 y 5.

Hay una tradición, poco explorada, de textos de Julia en Nueva York: un diario incisivo y desgarrador de su estadía en el hospital Mount Sinai, en1948 (12 de abril al 3 de mayo), sus cartas siempre vibrantes, textos en prosa y poemas y el conjunto que Carmen Vásquez llamó Cuaderno de Nueva York, poemas escritos en 1952. Hasta ahora ese manuscrito solo se ha publicado, como conjunto, en la Anthologie bilingue, selección de poemas de Julia de Burgos en traducción al francés de Francoise Morcillo, (A Julia de Burgos. Anthologie bilingue (Indigo y Coté femme 2004). Gracias a que María Consuelo Sáez Burgos, sobrina de la poeta, le posibilitó al Centro de Estudios Hispánicos de Amiens, la satisfacción de dar a conocer el manuscrito de los últimos poemas de Julia de Burgos podemos leer un texto cuyo valor es “importantísimo y con toda probabilidad único”… en el que se evidencia “la voluntad que muestra de seguir escribiendo pese a todo” ((Vásquez, “…Y al final de la ruta…su último cuaderno…” La poésie de Julia de Burgos Indigo/Coté-femmes 2005, 219-20)). En gran medida la producción de escritura neoyorquina había permanecido poco estudiada, aspecto que señalaron diversos estudiosos. Barradas expuso esa ausencia en un texto sobre el momento neoyorquino en la poesía de Julia de Burgos (“Entre la esencia y la forma: sobre el momento neoyorquino en la poesía de Julia de Burgos Mairena Homenaje a Julia de Burgos VII 20 23-  ); María Solá hizo referencia a los escritos en prosa publicados en periódico que no se han recogido en libros (Solá 18); Jack Agüeros recopiló los que él llamó “poemas perdidos” en una edición bilingüe de su poesía, en ese momento la más completa ( Song of the Simple Truth. Obra poética completa  Julia de Burgos Curbstone Press 1997).

La eclosión de publicaciones, congresos, conferencias y exposiciones sobre Julia de Burgos con motivo del centenario de su nacimiento subsanó muchas ausencias. El conocimiento de la prosa era una de las ausencias y el libro de Pérez Rosario la aborda en el tercer capítulo, en el que logra que relumbren los textos periodísticos de Burgos al centrarse en su trabajo en el semanario Pueblos Hispanos, publicación activa de febrero de 1943 a septiembre de 1944 con un total de 87 números (López Jiménez ,“Puerto Rico desde Nueva York: Julia de Burgos en Pueblos Hispanos, Claridad En Rojo, 22 al28 de marzo de 2014 12): “sus escritos para el semanario en español Pueblos Hispanos durante la década del cuarenta han recibido poca atención de la crítica”, escribe (Pérez Rosario 62). Pérez Rosario ubica Pueblos Hispanos en el contexto de las publicaciones periódicas en español, cuya tradición data del siglo XIX. Va desentrañando minuciosamente los textos de Burgos, entre ellos poemas que se publicaron allí por primera vez, así como entrevistas, artículos y reseñas de actos culturales. Recordemos que en la Junta Editora de Pueblos Hispanos se encontraban dos de los poetas centrales de la poesía puertorriqueña: Juan Antonio Corretjer, su director, y Clemente Soto Vélez, ambos contemporáneos de Julia de Burgos, por lo que la literatura fue importante a través de la vida del periódico (López Jiménez 12).

Ya Julia había incursionado en los medios de comunicación en su trabajo en la Escuela del Aire en San Juan, de 1936-37, en donde escribió textos de radio teatro; al regresar de Cuba a Nueva York se integra, en julio de 1943, a colaborar en el semanario, de cuya sección Cultura pasó a ser directora. Pérez Rosario logra zanjar esa brecha del conocimiento de la obra de Julia de Burgos y apuntar a cómo la política editorial del periódico, sus relaciones políticas contribuyeron a que la poeta ampliara aún más “sus vínculos hemisféricos de solidaridad entre los inmigrantes”, vía que, como concluye, “atrajo a generaciones posteriores de escritores a su trabajo, particularmente a escritoras y artistas puertorriqueñas y minorías sexuales en la diáspora” (84). Sobre este legado trata el capítulo 4, “Legados múltiples. Julia de Burgos y los escritores de la diáspora caribeña”, que va trazando cómo tantos “retomaron a Burgos como símbolo de su causa” (85). Observa cómo escritores del sexilio, como Manuel Ramos Otero, así como escritores de la diáspora caribeña y escritores nuyorican retoman la presencia de Julia de Burgos. A la par recoge las etapas de la literatura puertorriqueña en los Estados Unidos y el proceso que convierte a Burgos en ícono en la ciudad de Nueva York, va desentrañando cómo se reimagina la latinidad como un espacio de resistencia, cómo los artistas del performance ven en Julia una poeta de la autenticidad, cómo se busca forjar un sitio para la memoria.

El afán de cuidar y atesorar cruza todo el capítulo 5, “Recordar a Julia de Burgos”. Uno de sus momentos memorables es el recuento de los periplos del Taller Boricua, organizado formalmente en 1970, hasta lograr un espacio que los albergara y cumpliera la función de reconstruir la comunidad (137). Tras más de una década de esfuerzos, escribe Pérez Rosario, una vieja escuela en ruinas se convirtió, en marzo de 1998, en el Centro Cultural Latino Julia de Burgos. El Julia, como lo llaman los vecinos, muchos de los cuales recuerdan haber estudiado en el edificio, articula los vínculos con la comunidad, es un emblema y “un sitio de la memoria”, categoría de Pierre Nora en la que se apoya la autora. Los “lugares de la memoria”, escribe en el inicio del capítulo, se crean fundamentalmente “para detener el tiempo, para bloquear al olvido” (119), función vivida en el entusiasmo de la vecindad que ha rescatado esos lugares. Los artistas visuales que buscan crear lugares de la memoria reinan en este capítulo, que traza “la ruta de la iconografía de Burgos” (121) con destaque de su presencia en East Harlem. Cuatro páginas despliegan obras diversas para hacer embocadura al capítulo, con reproducciones de Lorenzo Homar, Juan Sánchez, Belkis Ramírez, Yasmín Hernández, Andrea Arroyo y Manny Vega.

Recordar es volver al corazón; en este caso es también un acto político, en tanto se escoge una figura del pasado para insertarla en el presente, resignificando su valor simbólico (“Todo recuerdo es político” es el título de un texto sobre Rodolfo Walsh). En las páginas de Julia de Burgos: la creación de un ícono puertorriqueño se adviene a la memoria anclada en el cuerpo social, una memoria viva. Es como si Julia hubiera quedado tallada en el agua, viajando de aquí a allá, cumpliendo esa ruta que se le ha olvidado hacer a la AMA: la guagua aérea, como la designó Luis Rafael Sánchez. Este libro me recordó una de mis fotos favoritas de Julia: es de cuando ella era estudiante en la Escuela Superior de la UPR, un día de juegos en el que participa y resulta ganadora en la carrera de salto a lo largo. Tenso el cuerpo, fija la mirada en alguna meta, las manos levantadas para coger impulso, se capta el momento del salto, una pierna levantada y la otra presta a hacerlo. Es un cuerpo en tránsito, que se desplaza.

Esa foto juvenil es para mí un anticipo del salto que daría varios años después: un cambio de espacio que recalaría, tras otros periplos, en la ciudad que consideró su segunda casa. Hasta quise imaginar el libro con esa foto que convoca al vuelo, al salto, al movimiento tan propio de su obra, al sujeto en proceso que se perfila en su poesía. El libro de Pérez Rosario recoge bien los avatares de ese salto, su legado; es como lee un verso de Aurea María Sotomayor: “Julia desanda la ciudad con otros pies” (“Periplo de papel”). A la pregunta de cuál era el primer signo de la civilización, la antropóloga Margaret Mead contestó que la evidencia de un fémur roto que ha sanado. La rotura sanada es indicio de que una persona cuidó de quien no se podía mover, lo ayudó durante su recuperación. Podemos pensar que la civilización empieza con la función de cuidar. Es una contentura, en medio del caos que a diario vivimos, acoger este libro, ahora en español, pues lleva la marca del fémur roto y sanado, huele a querencia, nos convoca a cuidar, a querer seguir estando aquí.

Texto leído en la presentación del libro de Vanessa Pérez Rosario en la UPR, Río Piedras, el 15 de febrero de 2023.

 

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