Las hermanas Mirabal

De donde salieron el fatídico día.

En el día de no mas violencia contra las mujeres vale la pena recordar a estas tres heroínas.

Patria, María Teresa y Minerva nacieron en el poblado de Ojo de Agua, provincia de Salcedo. Fueron sus padres Enrique Mirabal Fernández, distribuidor regional de productos como el café y el cacao, y Mercedes Reyes Camilo.

Estudios

Las tres estudiaron hasta el cuarto curso de primaria en su pueblo nativo, ya que el máximo grado de enseñanza que se impartía en él. En 1937 sus progenitores las enviaron a completar sus estudios al colegio Inmaculada Concepción de la Vega. Al concluir el octavo curso, y con solo dieciséis años, Patria contrajo matrimonio con el hacendado Pedro González, estableciéndose ambos en la pequeña población de Conuco.

Trayectoria

Patria Mirabal
Minerva
Maria Teresa

Desde muy corta edad, Minerva empezó a desarrollar una conciencia social sobre la realidad de su país, gobernado por el tirano Rafael Leonidas Trujillo Molina. Su primera rebeldía se manifestó al revelarle su compañera de escuela Daysi Ariza que su padre, el general Daniel Ariza, había sido torturado y asesinado en la cárcel de Nigua, situada en las afueras de la capital, en 1934, al descubrirse un complot para derrocar a Trujillo organizado por Juan Isidro Jimenes Grullón. María Teresa se graduó de agrimensora en la Universidad de Santo Domingo en 1958 y se casó con el ingeniero Leandro Guzmán. Por su parte, Minerva obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras en 1946 y cuando quiso continuar los estudios de Derecho su madre se lo impidió, temerosa de la seguridad física de su hija, ya señalada como enemiga de la tiranía trujillista. A los veintitrés años, era una mujer sumamente atractiva.

En cierta ocasión en que Trujillo ofrecía una de sus fiestas en la ciudad de San Francisco de Macorís, invitó a ella a la familia Mirabal. Doña Chea, como así era llamada Mercedes Reyes, quiso rechazar la invitación, pero tuvieron que asistir para no desairar al tirano. Manuel de Moya Alonso, el hombre que organizaba las fiestas de Trujillo, sacó a bailar a Minerva y luego se la cedió a su jefe. Mediada la diversión, empezó a llover fuertemente y las personas asistentes se retiraron para protegerse del aguacero debido a que estaban al descampado.

Enrique Mirabal se aprovechó del momento para regresar a su casa con su mujer e hijas. Al enterarse, Trujillo montó en cólera y, al día siguiente, el senador por Salcedo, Juan Rojas, le expresó a la familia la conveniencia de enviar un telegrama a Trujillo pidiéndole disculpas, lo que hizo. Sin embargo, Minerva y sus padres fueron detenidos. Las dos quedaron en arresto domiciliario en el hotel República, mientras Enrique fue trasladado a la fortaleza Ozama de Santo Domingo, lo mismo que Minerva más tarde.

En ella el general Fausto Caamaño y Manuel de Moya la sometieron a interrogatorios, acusándola de ser comunista, y le exigieron que escribiera una carta a Trujillo para mostrar su arrepentimiento. Pese a que Minerva se negó a complacerlos, los tres salieron de la cárcel dos semanas después. En 1952, Minerva pudo al fin ingresar en la Facultad de Derecho de la universidad, alojándose en una residencia de monjas carmelitas, pero el Gobierno le puso trabas para que se reinscribiera. En ese alto centro docente conoció a Manuel Tavárez Justo, quien ya se había graduado de doctor en la misma disciplina que ella estudiaba y con el que se unió en matrimonio en noviembre de 1955. Dos años más tarde, Minerva obtuvo también su título, pero fue impedida de ejercer su profesión por expreso mandato de Trujillo .

En 1959 fue apresada de nuevo en la casa que sus suegros tenían en Montecristi y conducida a la cárcel de La 40, donde se le obligó a presenciar las torturas infligidas a sus compañeros de la resistencia. Puesta en libertad el 17 de febrero de 1960, ella y su hermana María Teresa fueron detenidas y condenadas a treinta años de prisión, reducidos luego a cinco, y el 9 de agosto recuperaron su libertad. Mientras tanto Manuel Tavárez y Leandro Guzmán seguían presos en la fortaleza de Salcedo, a donde sus esposas iban a verlos una vez a la semana desde Conuco. Esa era la situación cuando Trujillo  ordenó al subjefe del Servicio de Inteligencia Militar, el coronel Cándido Torres, que preparara un accidente a las Mirabal.

Asesinato

El 25 de noviembre, las tres hermanas salieron una vez más para su acostumbrada visita a Manuel y Leandro en un jeep. En horas de la tarde se retiraron del recinto penitenciario. Cerca de la cañada de Mara Picá, el chofer del jeep, Rufino de la Cruz, aminoró la velocidad debido a la estrechez de la carretera. Un vehículo azul y blanco la bloqueó y Ciriaco de la Rosa, agente del SIM, les ordenó bajar para llevarlas, según les dijo, ante el coronel Torres. El vehículo partió con las tres hermanas.

Las tres mujeres fueron obligadas, a punta de pistola, a subirse al asiento trasero del vehículo de sus verdugos, mientras tres de éstos se montaban con el chofer en el jeep, dirigiéndose hacia La Cumbre donde estaba la casa, en la que les esperaba el capitán Peña Rivera para darles las instrucciones finales.

Los dos vehículos entraron al patio de la casa. Las hermanas y el chofer fueron llevados a la fuerza por los sicarios dentro de la casa. De inmediato Peña Rivera hizo una seña a de la Rosa para que actuaran, retirándose hacia una lejana habitación de la casa. Entró a la casa y los repartió entre sus otros tres compañeros que debían ejecutar el plan al igual que pañuelos para ahorcar las víctimas. Fue así entonces que durante varios minutos unos quejidos y alaridos que no pudieron escucharse fuera de la estructura de la vivienda construida de adobe y forradas de caoba fueron emitidos, y con la respiración entrecortada, los sicarios dieron por teminada su labor de exterminio. Los cuerpos de las mujeres y el hombre ya no hacían ningún movimiento convulsivo, las apalearon hasta morir para luego introducir los cuerpos en el coche y simular un accidente de tráfico. El sargento de la Rosa se dirigió entonces al aposento donde estaba Peña Rivera y le dijo: «Señor, misión cumplida». A eso de las siete y media de la noche un lugareño, Mateo Núñez, oyó un ruido estruendoso. El jeep había sido arrojado a un barranco.

Fragmento de articulo en www.ecured.com

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