Mirada al País-Fundamentalismo Mercantil

Especial para CLARIDAD

 

Tengo la impresión – desearía que equivocada – que el fundamentalismo mercantil, la idea de que toda relación social debe regirse por el mercado, se ha extendido por todas partes, desde el comercio hasta la política y la intimidad. Se advierte, inclusive, en campos supuestamente alejados de los característicos cálculos que inspiran a tal mundo, desde mensajes religiosos hasta expresiones de los nuevos géneros musicales. La consigna, “todo se compra y todo se vende”, luce dominante. Sus ecos se escuchan por todos los continentes.

A partir de dicho fundamentalismo se confunde el espacio público con el privado, lo colectivo con lo individual, el interés general con el personal, el servicio con la ganancia… Se intenta transformar en mercancía a todo bien con tal de que su intercambio esté sujeto a la fuerza motriz del lucro. Se critica la gestión gubernamental, pero no para mejorarla sino para abrirle el paso a la privatización de los servicios públicos. En tal concepción aplican las mismas reglas para los servicios de salud y educación que para el comercio de papas y manteca.

Bajo el dominio de semejantes ideas llegan al gobierno personajes incapaces de distinguir a la gestión gubernamental de la política partidista, al servicio público de la actividad privada, al empleado público del batatal, al contrato legítimo del pago político… Entonces se tejen complejas relaciones en las que sufre el interés general y se beneficia el interés particular. Florece la corrupción.

Y así, muy convenientemente, se ignoran las imperfecciones del mercado. Exaltar las virtudes del mercado a la misma vez que se subestiman las funciones indelegables del Estado orientadas por el bien común, aparte de pasar por alto las limitaciones y fronteras de ambos espacios, desemboca en políticas públicas desacertadas que se distinguen por hacer caso omiso de las fallas del mercado.

Hay bienes que el mercado no suple o, si lo hace, lo hace de manera insuficiente. Suponer que es capaz de hacerlo es como creer que se puede atornillar con un martillo. Tal y como sucede con las herramientas de un carpintero, unos instrumentos institucionales sirven para unas cosas y no para otras. Por ejemplo, la protección  de la navegación con faros y boyas es universal, es decir, resulta imposible discriminar. Por lo tanto, el mercado es incapaz de responder a tal necesidad. Su provisión es responsabilidad del Estado.

Existen bienes que, aunque el mercado responda, no lo hace de manera suficiente. Entre estos cabe destacar la salud y la educación. Si se postula como principio que toda la población tenga acceso a los mismos resulta imprescindible la participación del Estado en su oferta.

Se habla de “externalidades” para referirse a beneficios o costos que no pueden ser capturados por los precios que genera el mercado. Pueden ser positivas o negativas. Entre las primeras cabe citar a la educación: beneficia al que se educa (beneficio privado) y también a la comunidad (beneficio social). El mercado es insensible al beneficio social. Se supone que el Estado sí lo sea.

Entre las “externalidades” negativas suele destacarse la contaminación ambiental. Los productores que generan contaminación (costo social que no es absorbido por la empresa) provocan que el Estado venga obligado a intervenir, generalmente vía reglamentación.

La falla más reconocida del mercado es su inestabilidad, manifestada recurrentemente por episodios  de desempleo masivo y por espirales inflacionarias. El reconocimiento de dicha inestabilidad constituye el eje del objeto de estudio de la macroeconomía  y de las políticas fiscales y monetarias. Además, se han desarrollado toda una serie de programas de asistencia económica que, en parte, representan un crudo reconocimiento de las insuficiencias del mercado.

A todo lo anterior se suma que el mercado no está diseñado institucionalmente para valorar la justicia e igualdad social. Pero los fundamentalistas le atribuyen características de manto sagrado capaz de servir de fragua de dignidad y honradez cuando, en realidad, permanece indiferente ante tales atributos. Tal vez por esto es que el dominio del credo neoliberal ha provocado que la política, reducida a mercancía, oscile, cada vez más intensamente, entre la vulgaridad y el delito…

 

 

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