Mirada al País: Malestar  General

 

Especial para CLARIDAD

La “mirada al país” resulta, en no pocas ocasiones, desalentadora. No es para menos cuando predomina, de manera generalizada, el “malestar” – incomodidad indefinible, angustia, desasosiego, dolor – en los distintos círculos en que se desenvuelve la vida, desde el vecinal hasta el nacional y mundial. Huracanes, sismos, pandemias y guerras, entre otros males, han estado dictando el ritmo de las actividades sociales.

El mesurado optimismo con que cerró el sangriento siglo 20, luego de lo que se presumía era el fin de la Guerra Fría, fue sucedido por un pesado clima de malestar que ha cobijado a todos los años que han transcurrido durante el siglo 21. Si se creyó que la barbaridad de la guerra y de la violencia y crueldad de que son capaces los seres humanos se habían sepultado en el pasado siglo, los acontecimientos al inicio del nuevo siglo se encargaron de hacer patente la fragilidad de tal esperanza.

El siglo 21 comenzó con el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York y continuó con las desafortunadas ocupaciones militares de Irak y Afganistán por parte de Estados Unidos. La violencia, en toda suerte de formas y con distintos protagonistas, no cesa. Abundan – muchos millones – las muertes, los desplazados y refugiados provenientes de países como Afganistán, Irak, Libia, Malí, Nigeria, Túnez, Siria, Yemen… La lista es cruelmente extensa. Ahora es obligado añadir a la misma, en la usual confusión de víctimas y victimarios, a ucranios y rusos.

La invasión realizada por Rusia ha revivido la vieja tensión entre Occidente y Oriente, encabezada, por un lado, por la alianza militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuyo eje central es Estados Unidos, y, por el otro, por la Federación Rusa. En tal fragua se han estado cultivando viejos agravios, temores, prejuicios, odios, desinformación, propaganda… También han resucitado las amenazas de una “tercera guerra mundial” con el consabido uso de armas nucleares, espantoso escenario que nadie en su sano juicio – la sanidad no siempre está presente – puede favorecer.

El malestar social es, en gran medida, una reacción al notorio desprestigio que parece arropar a casi todo. Cada vez se destaca más el rol protagónico de los oligarcas a nivel mundial, la corrupción política, económica y religiosa, la degradación ambiental, el deterioro de la educación, el consumo glotón, el individualismo egoísta, el uso perverso de la tecnología… Nada de esto es novedad. El malestar suele plantar cara al otro lado de la moneda de la prosperidad: desigualdad, pobreza, desarraigo, carencia de proyecto colectivo…

Ante los males sociales se gestan  propuestas políticas sanas y progresistas así como orientaciones políticamente patológicas que con “soluciones” simples conquistan el favor popular. Por este segundo camino se fortalece la demagogia y se debilita la institucionalidad.  Suele acabar mal. Así ocurrió con el fascismo en los años veinte y treinta del siglo pasado.

Puesto que este espacio periodístico se define por la “mirada al país” resulta oportuno desplazarse del círculo más amplio y global al más cercano. En Puerto Rico no se escuchan los tambores de guerras lejanas, pero se sienten algunos de sus efectos. Entre estos sobresale la intensificación de la dinámica inflacionaria, particularmente el incremento en los precios del combustible y de los alimentos. Desafortunadamente, las políticas de este país no suelen responder adecuadamente a los retos que es obligado confrontar.

¿Desde cuándo se ha insistido en la necesidad de transitar de la energía basada en recursos fósiles, como el petróleo y el gas natural, hacia el uso de otras fuentes de energía, sobre todo solar? Hay hasta leyes aprobadas especificando metas con fechas  para cumplir con tan urgente objetivo. Pero el consorcio de LUMA, como se anticipara antes de su contratación, y la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) andan perdidas por otros caminos. En el futuro inmediato se hablará mucho del plan de ajuste de la deuda de la AEE y poco de la imprescindible transición energética.

También se ha insistido durante muchos años en el imperativo de establecer un plan orientado a la seguridad alimentaria. Sin embargo, el gobierno no acaba de derogar el impuesto sobre los inventarios, que tiene el efecto de agudizar la vulnerabilidad debido a que incentiva a mantener bajos los inventarios. Además, se empeña ciegamente en continuar permitiendo construcción en terrenos agrícolas.

Según prevalecen las voces belicistas sobres las de la paz, también se escuchan más las voces de los estrechos intereses del crecimiento depredador que  las voces comunales del desarrollo sostenible. ¿Qué hacer? Continuar trabajando para que esa relación de voces (de fuerzas) se altere. ¿Hay otra?

 

 

 

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