Papel y tinta para alumbrar

Ataque a Impresoa Nacional . Foto Archivo CLARIDAD

 

Por Héctor Sepúlveda Rodríguez/Edición Especial

Muéstrame un periódico de tu país y te diré cómo está tu país”, decía Julius Ficik, periodista antifascista checo, encarcelado, torturado y asesinado por los nazis. Tal parece que eso lo tenía muy claro el extraordinario, irrepetible e inigualable periodista César Andréu Iglesias, cuando cometió la quijotería de fundar, junto a otros colegas no menos importantes, un periódico de izquierda en la colonia perfumada del país –supuestamente– más democrático del mundo. Pienso que era lógico que este equipo de utopistas quisieran mostrar otro país o, al menos, el país que no mostraban los órganos oficiales o cuasi oficiales o lo que es lo mismo, la llamada “gran prensa” colonial.

Corría el año 59 del siglo pasado. ¿Cuál fue el contexto más o menos mediato e inmediato del acontecimiento? 

Hacía nueve años que se había declarado la segunda república puertorriqueña en Jayuya por los revolucionarias nacionalistas, obviamente, a costa de sangre y fuego; siete años de la declaración del Estado Libre Asociado y la apropiación de la bandera del nacionalismo por los llamados estadolibristas y su enarbolación junto a la bandera yanqui. Ese fue el comienzo de nuestra bipolaridad identataria, que el país comenzó a practicar y utilizar en su cotidianidad discursiva y práctica. A cinco años del asalto al Congreso estadounidense por los cuatro nacionalistas y a la casa de veraneo del presidente Trumann, por otros dos nacionalistas, en el que uno de ellos perdió la vida. Albizu, en su lecho de enfermo, está condenado a muerte y apenas le quedan otros cinco años. En el 54, da uno de sus últimos discursos a través de la radio emisora WKBM, en el que fustiga y condena el establecimiento del nuevo estado de cosas con su nuevo nombre y ¿expone? la agenda del nacionalismo, para denunciarlo ante las Naciones Unidas como lo que es: el mismo perro con diferente collar o, como decía un querido humorista de San Lorenzo, el mismo dulce con diferente palito. 

A nivel internacional, el escenario era fascinante y convocatorio para hacer cosas izquierdizantes, nuevas y seductoras como fue lógicamente la fundación de CLARIDAD. Todavía el fuego de los fusiles de los revolucionarios cubanos se escuchaba en el Escambray, dando cuenta de los contrarrevolucionarios, después de cinco meses cuando marchaban sobre La Habana. La oratoria y figuras carismáticas de Fidel y el Ché eran fuente de inspiración para millares de jóvenes e intelectuales de Latinoamérica.

En el frente internacional, hacía diez años, Mao, junto a su pueblo hambriento y haraposo, marchaba sobre Pekín. Hacía cuatro, los coreanos del Norte habían detenido al imperialismo norteamericano y no los dejaron apoderarse de toda su tierra. Roosevelt, se probaba como el gran benefactor social de la democracia americana y enfilaba la economía yanqui hacia nuevos y mejores derroteros dictados por la posguerra. A la misma vez comenzaba una nueva etapa de belicosidades entre el Este (comunista y revolucionario) y el Oeste (capitalista y demo-burgués), la llamada guerra fría. La mezcla, no muchas veces afortunada, de nacionalismo y populismo hacía su agosto en Nuestra América Latina. Muñoz se preparaba para cultivar una amistad fructífera con dos de los gobiernos más proamericanos del momento (obviamente con el bautizo de los EE. UU.), Venezuela y Costa Rica. Con Albizu enfermo en su lecho y los cuadros nacionalistas presos, el independentismo no tuvo otro remedio que –como decimos hoy– reinventarse y experimentar nuevos derroteros, nuevas formas de hacer y deshacer. Es entonces que surge CLARIDAD por estos soñadores, que aun todavía hoy no despiertan de ese sueño maravilloso: el de crear, desarrollar y sustentar una publicación que haya valido la pena y que le otorgara razón simpática a aquella máxima de Fucik.

Valdría la pena pasar juicio comunicacional o mediático, aunque sea humilde y limitado de esos 50 años, edad en que hoy todavía se es joven para muchas cosas y no tanto para otras. Su principal inspirador, como se sabe, fue ese personaje renacentista llamado César Andréu Iglesias. Aunque tuve oportunidad de conocerle personalmente, nunca me atreví a abordarlo, pues siempre he tenido cierta timidez campesina ante figuras de esa estatura. Como a Corretjer, yo como estudiante del bachillerato, lo escuchaba de lejos en sus arengas durante los piquetes y luchas de obreros urbanos. 

Siempre me pregunté –una vez me introduje en su vida y su obra– por qué César nunca fue nacionalista si hasta, como Albizu, también fue veterano de las fuerzas armadas yanquis. Y fueron los nacionalistas, sus éxitos y fracasos –dicho sea de paso– los que inspiraron su texto más celebrado y premiado por el Instituto de Cultura; Los derrotados. Ambos, como Martí, conocían muy bien al monstruo porque vivieron en sus entrañas. Había sido hasta el 59 y su principal inspirador para la nueva encomienda periodística, el columnista más celebrado y quizás más leído en Puerto Rico, a través de sus reflexiones en su rincón en El Imparcial, “Cosas de aquí”. Dicho periódico, imitador del primer diario sensacionalista del continente americano, The New York Sun, de Benjamin Day, y primer ejemplo emblemático de la prensa popular puertorriqueña, le ofrecerá a la lectoría boricua la pluma más culta de nuestra modernidad mediática desde los tiempos de Nemesio Canales y sus famosos “Paliques” de los años 20 del siglo pasado. Ayuso Valdivieso, independentista y admirador de Albizu le dará la oportunidad a César de escribir a su antojo un manojo de columnas que luego publicará bajo el título, Luis Muñoz Marín, el hombre acorralado por la historia (1964), precisamente por la Editorial Claridad. César hilvanará sus reflexiones sobre las obras y los deshechos muñocistas, desde la implantación de su creatura del ELA, a través de tertulias y observaciones desde un mirador popular llamado Tito’s Place. Que no es otra cosa que un cafetín o bar de la esquina, de la época. He ahí la importancia que convoca la amplia lectoría que tuvo su columna y el éxito de penetración de El Imparcial en el imaginario del lector popular boricua. Un lugar de tertulia donde se reúnen los trabajadores del país a conversar y compartir sus miradas de lo que acontece cotidianamente, producto de los vaivenes y desmanes del poder y de quien lo ostenta en la época, casi absolutamente. Y eso, para César más que una virtud del elegido, era un privilegio, una especie de suerte. Solo una persona culta, pero a la misma vez nutrido de la convivencia con trabajadores –porque también fue organizador y líder obrero– como César, podía darse el lujo en el verano del 59 de lanzarse a fundar un periódico que complementara lo que El Imparcial no pudo hacer: unir lo popular-obrero a una praxis mediática de liberación.

La tarea nunca fue fácil, pero sí –en el mejor sentido del vocablo a mi modo de ver– aventurera y gratificante. A pesar de que CLARIDAD era casi una hoja suelta en sus inicios, parece que daba los golpes en donde más dolían a los enemigos de sus lectores. Es posible que no haya precedente en el planeta de un periódico tan insignificante, en términos de tiradas o cuantía de lectores, que al cabo de su segunda década de vida haya tenido más atentados terroristas que CLARIDAD. Así como lo oye. He ahí un desafío para mis estudiantes que hacen investigación graduada de periodismo. Sí, porque si bien la izquierda pensante –perdonen la redundancia– se convocaba ahora por CLARIDAD, también la reacción estadoísta se arremolinaba tras el pensamiento torcido –le cojo prestado el adjetivo a Rivera Shatz– de un sujeto alcalde de San Juan, de nombre Carlos Romero, que desde 1968 dirigió a estos imberbes terroristas de nuevo cuño. Surgieron entonces los Freddy Valentín, los Granados Navedo, los Misla Aldarondo y hasta un general de guerras de tiravete, apellidado Palerm, que iniciaron el terrorismo de derecha en el país. Fueron varios los atentados de estos empleados alcaldicios del Sr. Romero, junto al susodicho general, que tuvo que enfrentar y sufrir CLARIDAD, como todos sabemos. Aun así, estos terroristas americanos no pudieron acallar a nuestro periódico al final de aquella década sesentiana ni durante el tiempo que le siguió, a medida que CLARIDAD mejoraba en calidad y tirada.

La próxima década, asimismo, no iba a ser diferente. CLARIDAD, dirigido ahora por un joven de nombre Raúl González Cruz, que sin tener un curso de periodismo ni haber tenido la experiencia ni el reconocimiento de César, se lanza a otra aventura inimaginable: convertir a CLARIDAD en el diario de los trabajadores. Y lo logró –todavía hoy nadie sabe cómo– ni tampoco se han atrevido a hacer lo mismo, después de que el atrevimiento duró apenas dos años. Los jóvenes de entonces, en nuestros comenzados veinte, celebramos aquello igual que cómo la haríamos en 1975, cuando los vietnamitas les propinan a los yanquis la primera y peor derrota de su historia.

Para mí, es la década de los 70 la más emblemática de CLARIDAD puesto que, además de ser una crucial en la lucha de resistencia de nuestro pueblo, contra la peor embestida de los anexionistas del patio, este periódico dirigió ese periodo de manera valiente, consecuente y exitosa. Es en esta década que el periódico experimentó su etapa de diario, como hemos dicho, y luego, la de bisemanario; también es la que comienza en el medio impreso una de las mejores secciones de periódico alguno en Puerto Rico; su sección cultural, “En Rojo”. También pienso que es en esta etapa que el periódico se aleja del mote de panfleto o gacetilla para cultivar, como ningún otro periódico en el país, la vertiente investigativa.

CLARIDAD fue el primer y único medio en Puerto Rico que acusó al Gobierno de Romero de entrampar a los dos jóvenes asesinados en el Cerro Maravilla, a pocos días después de la infamia. Y ello, me parece, fue la punta de lanza que utilizaron luego los excelentes periodistas Manny Suárez y Tomás Stella para desarrollar la mejor investigación periodística que registra la historia del periodismo en Puerto Rico. En este renglón paso a enumerar la característica más importante que ha aportado CLARIDAD a la cultura comunicacional puertorriqueña. La de convertirse, sin necesariamente proponérselo, en una especie de mirador mediático (Mattelart, 2008). Pero no un mirador cualquiera, sino con la agenda, bourdiana siempre, de fiscalizar y utopizar. Es cierto que, como se define hoy el mirador de medios, faltaría aquí el sector empresarial. Sin embargo, un periódico que en sus inicios pregonó siempre ser el órgano oficial del independentismo socialista, nunca ha excluido a la burguesía o pequeña burguesía patriótica que ha querido unírsele en ese empeño. De hecho, los comunistas más ortodoxos del espectro político borincano siempre acusaron al MPI y a su sucesor histórico, el PSP, de ser movimientos de ideologías pequeñoburguesas, y por extensión, a CLARIDAD. 

En términos más claros, pienso que CLARIDAD ha sido, no como se dice hoy, mirador, pero sí vigilante de nuestra realidad nacional; léase política, económica, social y cultural. Debo añadirle la militancia a esa vigilancia. Me refiero a que por haber sido eminentemente semanario, ha tenido más tiempo que los otros medios en el país para investigar mejor los asuntos importantes para nuestro pueblo y de darle el seguimiento necesario y pertinente. Digo, “eminentemente”, lo que significa que no sólo por ser semanario, sino más por ser responsable con las clases populares que se empeña en representar. Esa característica de la obsolescencia obligada en que cae la industria mediática, burguesa en general, y su gran prensa en particular, tiende a ser la gran trampa que le tiende el capital mismo para desviar la atención de los asuntos realmente importantes. No solo para desviar, sino para hacer olvidar. Los trabajos de Noam Chomsky sobre la gran prensa estadounidense han develado este problema de una manera meridianamente clara, al punto que en uno de sus más célebres textos acusa a esa gran prensa de fomentar “ilusiones necesarias”, siendo una de ellas –y quizás la más importante– la de la libertad de prensa y, por extensión, al decir de Howard Zinn, la ilusión de una sociedad democrática.

Pues bien, aunque este último problema parece resuelto por CLARIDAD y todos los independentistas que nos respetamos, puesto que no puede haber una sociedad democrática erigida sobre la intervención armada y política, no es menos cierto que en Puerto Rico existe tal ilusión, en términos generales, y todavía peor si se piensa en eso que llaman la libertad de prensa. El sacrificio en que han incurrido CLARIDAD y los equipos de trabajos que lo han sacado a la calle a través de los pasados 60 años es ejemplo elocuente de que la libertad de prensa es una utopía en países como el nuestro, que se tiene que construir día a día a contrapelo, precisamente de sus más confesos hipócritas defensores.

Decíamos arriba que CLARIDAD se convirtió en sus 60 años en vigía militante propuestario y utopista de todos los renglones de nuestra realidad nacional. Algo así como la conciencia o el pensamiento mediático pertinente y atinente. Pensemos nomás en la ausencia de CLARIDAD en todos esos años de su sacrificada presencia y tendríamos un país más desgraciado que el que tenemos. Cuántos Romeros hubiéramos sufrido, cuántas Adolfinas hubieran sido asesinadas, cuántos Cerros Maravillas y jóvenes cobardemente acribillados, cuántos robos y chanchullos de los funcionarios públicos, cuántos Pedro Navaja en La Fortaleza, cuánta corrupción denunciada que, a pesar de ello, aún hoy “estalla y tizna”, como dice el poeta. 

Decía el Ché, “dos, tres Vietnam, esa es la consigna”. Lástima que CLARIDAD se ha quedado solo en su utopía. Lo más lógico era, por lo menos para nosotros los estudiosos de los medios, que aparecieran imitadores, o por lo menos que su discurso tuviera la misma o casi la misma frecuencia del discurso ilusionista democrático del medio burgués; pero no fue tanto así. Sin embargo, además de su presencia utópica en la cotidianidad mediática, como hemos dicho, también CLARIDAD ha contribuido –aunque parezca irónico– a la calidad de la gran prensa en Puerto Rico. A comienzos de los 90 del siglo pasado unos cuantos egresados de nuestra Facultad de Comunicación, más soñadores que pragmáticos, como es natural, pero con una brillantez y capacidades extraordinarias, en lugar de soñar con trabajar en El Nuevo Día, como sueñan los egresados digitales del nuevo siglo, se fueron a trabajar a CLARIDAD, casi “de gratis”. En el periódico, una vez alcanzaron credibilidad y competencia, comenzaron a lograr cambios cualitativos que se notaron inmediatamente, tanto en forma como en contenido. Su edición cultural, “En Rojo”, que siempre había sido buena, mejoró excelentemente y se encargó de exponer y ampliar el discurso cultural nacional que los demás medios ignoraban o pasaban por alto. Recuerdo en este renglón a dos sobresalientes egresados nuestros; Rosalía Ortiz Luquis y Juan Hernández. Ambos se ocuparon de inyectar el carácter mediático moderno a CLARIDAD y contribuyeron a que el periódico fuera el primer órgano en P.R. en iniciar una columna como de especie de mirador mediático, “Pensar Comunicación”, a cargo de dos profesores investigadores del campo comunicacional. Luego de ellos, otros egresados de comunicación, encontraban en CLARIDAD su primer taller, donde se adiestraban tan eficientemente que luego se movían a los otros medios sin ningún problema y con mucho éxito. De esa manera CLARIDAD también ha contribuido, “sin querer queriendo” a mejorar el discurso comunicológico de los demás medios en P.R. 

Por todo lo anterior, hay razón de sobra para celebrar, lo que no sobra es CLARIDAD. Feliz cumpleaños.

El autor es profesor en la Escuela de Comunicación Públi a de la UPR en Río Piedras.

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