Tengo rabia La rabia es mi vocación

Después de varias semanas del huracán María, el estupor, el miedo y la tristeza se me han convertido en una rabia pura y persistente que emana de la profundidad de mis vísceras y se me empoza en la garganta y en los ojos. Al principio, la sentía difusa y opaca, que casi la confundía con el hastío, pero con el paso de los días sus contornos se han vuelto más claros y precisos. Es una especie de calor, de llama, que se intensifica con un vistazo a los titulares de los periódicos o con el vergonzoso atestiguamiento de un acto mezquino en mitad de la calle. Durante un tiempo, logré mantener mi rabia oculta, pero nuestros muertos ignorados y silenciados me pesan ya demasiado. Aunque no la busqué, he decidido acogerla, incluso cultivarla, pues la considero la más auténtica afirmación de mi condición humana y a ella me aferro ahora más que nunca.

Tengo rabia con los que se aprovechan sin misericordia de nuestra desgracia colectiva para adelantar sus agendas o llenarse los bolsillos; peor aún, aquellos que dicen llamarse nuestros hermanos, pero no dudan en robarse nuestros suministros o cabildear en contra de nuestros intereses. Whitefish, CSA…

Tengo rabia con los que se hacen de la vista larga, mientras los anteriores nos revictimizan una vez más, especialmente los que, de aquí a las próximas elecciones, les darán su “voto de confianza” a los mismos de siempre.

Tengo rabia con los optimistas profesionales, quienes con sus slogans trillados, simplones  y hasta insensibles pretenden deslegitimar nuestro sufrimiento. El otro día escuché decir al que le pagan por ser positivo que si alguien se queja de dolor en un brazo debe estar agradecido porque, al menos, tiene el brazo.

Tengo rabia con los que se quejan por todo sin mover un músculo para cambiar en algo sus circunstancias. Son los que llevan esperando meses a que les remuevan los escombros de su balcón para salir a hacer Patria.

Tengo rabia con los que no se quejan por nada por temor a parecer poco solidarios con los que están peor que ellos. El que no tiene electricidad hace meses se cohíbe de exteriorizar su frustración porque otros perdieron sus casas.

Tengo rabia con los que pretenden “normalizar” nuestra situación a la brava, con la excusa de que la vida continúa,  pero en el fondo es solo porque les resulta más fácil no mirar nuestra miseria a los ojos. Esos son los que suelen vivir en el privilegio, pero se ofenden si se les recuerda de vez en cuando.

Tengo rabia con los desconsiderados que anteponen sus intereses egoístas al bien común. Duele saber que hay personas capaces de robarle un generador de electricidad a una égida o un hospital.

Tengo rabia con los que osan juzgar a los que han decidido irse del país y también con los que zahieren a los que han preferido quedarse. Cada cual lleva su procesión por dentro.

Tengo rabia con los indiferentes quienes, después de dos duros meses, aún parecen inmunes a la desesperanza o la congoja. El otro día en una oficina médica oí a una mujer decirle a otra que el problema aquí ha sido que las personas están muy apegadas a las cosas materiales, que hay que fluir.
Tengo rabia con los que, a estas alturas, no la han abrazado aún.

Tengo rabia, a veces, contigo… y conmigo.

Tengo rabia.

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