En Reserva-Mirada que me regaló Alegría un cinco de enero…

 

Especial para En Rojo

 No recuerdo cuando mi amigo y yo empezamos a hablar de su relación con Alegría.

Para efectos de esta historia vamos a nombrarle a mi amigo Tomás, y a su amiga, la yegua, pues…no le podemos cambiar el nombre, porque ningún nombre supera o sustituye el suyo…Alegría.

Lo que sí recuerdo es que desde que mi amigo Tomás comenzó a compartir con ella, empezó a caminar distinto, con un galope más relajado y cuando me hablaba de ella, sus ojos sonreían. “Este está enamorao”, pensaba.

Pero no de la forma que están pensando, sino como cuando uno no puede parar de leer un libro o cuando escuchas una canción en repeat, o cuando te pones las mismas pulseras todos los días. Uno se enamora de las olas, el café, el cielo azul claro, la luna llena, el popcorn, Sarah Kane, David Bowie, Emily Dickinson, las papas fritas, Radiohead, James Baldwin, Silvio Rodríguez, “Marejada feliz”, Pessoa, el peanut butter, pues sí…uno también se enamora de los amigos…

En fin, en mis encuentros a través de los años con mi amigo Tomás, siempre charlábamos de un libro, de la Universidad, de un poema o de una obra de teatro, pero, lo cierto es, que desde hace ya un tiempo, no puedo recordar a mi amigo sin que en algún momento en nuestras conversaciones termine preguntándole:

 Yo: ¿Y cómo está Alegría?

Tomás mira su reloj.

Tomás: Ya mismo baja el sol. ¿Quieres acompañarme a verla?

Yo: Claro. ¿Hace cuánto no la ves?

Tomás: Yo la visito todos los días. (Sonríe) Si no, se enchisma.

Me río con él. Empezamos a caminar por la Fernández Juncos, Tomás se detiene a mirar un árbol de flores amarillas en la esquina de una acera  y aprovecho para mirar a Tomás por unos segundos; flaco, cuello largo, pelo blanco lacio bien recordadito. Miro sus ojos; algo tristones, que denotan su carácter solitario,  taciturno pero tierno. Mi amigo es exquisito, además de tener buen gusto en el vestir, la comida, los libros, la música, en fin un ojo artístico para casi todos los detalles de la vida; es conocedor de las plantas y los árboles. Tomás corta unas flores, las huele y me las entrega.

 Tomás: Se llama Pterocarpo… Vinieron de la India…

  Yo: Estás guapo. Aunque tengas T-shirt, tú siempre eres tan elegante.

Sonríe.

Tomás:  No más que Alegría. (Suspira) Qué porte tiene.

Yo: La primera vez que la vi, me intimidé. Es enorme, con una patada me manda pa’l cementerio.

Tomás:  Sí, impresiona. Uno se siente tan diminuto al lado de ella. Pero qué gracia tiene, ¿verdad?  Toda una acróbata…como tiene el cuello tan largo puede rascarse las patas traseras con los dientes. A veces, cuando descansa, se para con la pata derecha en puntas,  como si fuera a bailar ballet.

De repente observo a Tomás apuntar su pie derecho y doblar su pierna para atrás buscando balance. Sigue imitando a Alegría.

 Tomás: Y se apoya en la parte delantera de la pezuña.

 Seguimos andando y empezamos a cruzar el puente peatonal que cruza de Miramar a Isla Grande. Me detengo a mirar la multitud de carros que pasan por debajo de nosotros a la hora del tapón y cuando miro el puente me doy cuenta que está completamente abandonado y percudido.

 Yo: Creo que esta es la primera vez que cruzo este puente. No hay nadie.

Tomás: Casi nunca que paso por aquí me encuentro con alguien…puede que de vez en cuando un vagabaundo.

Yo: Te envidio, no me atrevo caminar estas calles a estas horas sola.

Tomás asiente con la cabeza.

De repente, Tomás y yo caminamos en silencio por un rato. Bajamos las escaleras del puente, sin que lo hayamos coordinado bajamos las escaleras a un mismo son, un pie, después otro pie, en completa sintonía. Se lo comento:

Yo: Acabamos de hacer un baile sin pensarlo.

Sonríe. Ya estamos en Isla Grande, cada vez más cerca del establo de Alegría. La luz del atardecer empieza a pintar las calles desoladas, la grama salvaje sin cortar,  los vagones/trailers abandonados de un color amarillo anaranjado intenso.

 Yo: A esta hora, por unos segundos, las ruinas son bellas.

Tomás asiente pero no contesta.

Yo: Pero vivir todo el tiempo en una ruina es otra cosa. No es tan bonito. Toda la Isla se convierte en una ruina, excepto los edificios que compran los turistas o los airbnb’s…

Me percato de que Tomás no contesta porque está ofuscado; recoge y corta con esmero la yerba que brota de las aceras abandonadas. En ese momento,  recuerdo que es Víspera de Reyes. Me río.

 Yo: ¿Estás cortando yerba para los Reyes Magos mañana?

 Tomás: Debería. Hace rato que no pasan por casa…Le estoy seleccionando la mejor yerba a Alegría. Esto va a ser un manjar para ella, en el establo lo que le dan es heno. Vas a ver cómo se pone.

Yo: ¿Ya les estás dando comida?

Tomás: Ah sí, ¿no te dije?

Yo: No, que raro.

Tomás:  El dueño me seguía preguntando que por qué no le daba comida o por qué no la montaba. Lo notaba bien inquieto con este tema. Yo le seguía diciendo que no quería tener ese tipo de relación con ella…tan transaccional. Le dije que nosotros no éramos dueños de ella, en todo caso, que nosotros nos debíamos a ella.

Yo: Me imagino que no te entendía.

Tomás: Pues no, nadie en el establo lo entiende. Me seguía insistiendo que tenía que establecer cierta jerarquía con ella; porque sino la iba a confundir…

Yo lo que quiero es compartir un rato con ella. (Pausa)  Me dio miedo que no me dejara verla más. (Corta un poco más de yerba con las manos). Ella tampoco lo entendía al principio, pero ya sí. (Sonríe) Ya somos amigos.

Yo: ¿Ah sí, cómo lo sabes?

Tomás: A veces me muerde de cariño, pero le tengo que recordar que no soy un caballo.

De repente Tomás empieza a mover los labios y a mover los dientes de forma lateral.

Tomás: Los labios del caballo son lo más cercano que tienen a una mano, con los labios pueden levantar del suelo una brisna de hierba; toman la hierba con los labios y la trituran con movimientos laterales de los dientes. (Se emociona) Alegría es una comelona, siempre está comiendo, vas a ver….cuando está aburrida hace ruido con los labios chocando uno contra el otro repetidamente, algo muy parecido a lo que hace un bebé humano.

Miro a Tomás y juro que escucho salir de su boca un relincho suave y cariñoso, casi como el principio de una nana.

 Finalmente llegamos al establo. Cuando entramos, los hombres del “staff miran a Tomás de reojo. Escucho una conversación que tienen entre ellos entre dientes:

 Mirada de Hombre 1: Llegó a visitar a su novia.

Mirada de Hombre 2: Será su novio, Alegría es como un macho.

 Se ríen entre ellos. No pueden dejar de mirar a Tomás, pero no es una mirada de curiosidad, es como si observaran un animal extraño que no acaban de entender…Juro que escucho a distancia el relincho de uno de los caballos del establo como queriéndonos alertar de un peligro cercano…

 Tomás: No les hagas caso. Siempre me dicen estupideces.

 La mirada del staff es insistente, a mí me empieza a preocupar.

Yo: ¿Qué cosas?

Tomás: Cosas sin sentido, se creen que son chistositos. Bestialidades. No les hagas caso.

Cuando llegamos al establo de Alegría, me impresiona nuevamente el tamaño de ella, me siento tan pequeña a su lado. Tomás me da hierba para que le demos de comer juntos, ella come con gusto, cuando se acaba la hierba Tomás le empieza a dar de comer heno. Mientras Alegría come, Tomás le canta una canción, le rasca detrás de la oreja y  luego le acaricia el hocico. Tomás me invita a que la acaricie, titubeo por un momento, pero luego, con timidez, también le acaricio el hocico.

 Tomás: Le caes bien. Ella tiene su carácter…No deja que todo el mundo la acaricie.

Yo: Qué mirada intensa tiene.

Tomás: Sí. Difícil de describir.

Me fijo que en el hocico tiene una raya blanca larga y al final un punto, como un signo de interrogación. Inmóvil,  no deja de mirarme, juro que me quiere decir algo. Quiero hablarle,  pero no me atrevo. Sigo mirándola sin poder descifrar lo que me quiere decir.

Tomás: Siempre se me hace difícil despedirme. Casi siempre me toma como una hora. Voy caminado y cuando viro, allí está ella mirándome.

Yo: Tengo que regresar, tengo una fiesta de Víspera ya mismo.

Tomás asiente. Anochece, al lado del establo las luces de los edificios que rodean la bahía de San Juan comienzan a encenderse. Empezamos a caminar, giramos y Alegría nos sigue mirando.  Tomás vuelve a hablarle. Así sucede varias veces hasta que finalmente agarra las fuerzas para despedirse y retomamos nuestra caminata hacia Miramar.

 Tomás: Se me olvidó enseñarte el árbol de María al salir del establo.

Yo: La próxima vez.

Cuando llegamos al Distrito de Convenciones me percato de que, a lo lejos, una Ceiba enorme y solitaria se destaca entre las calles de cemento desoladas y los semáforos sin electricidad.

 Yo: ¿Cuánto tiempo debe tener esa ceiba allí?

Tomás:  No sé. Mucho.

 Yo: ¿Cuánto tiempo durará antes de que la tumben?

Tomás: No mucho. Ya se vendieron casi todos estos terrenos de Isla Grande a desarrollistas. Se va todo.

Yo: ¿Y el establo de Alegría?

Tomás: Sí, todo.

Silencio.

 Yo: Qué van a construir. ¿Sabes?

Tomás: Hoteles. Apartamentos de lujo. Qué sé yo.

 Me enseña un mapa gubernamental de Isla Grande con todos los lotes vendidos o por venderse enumerados. El del establo es el L8. Tomás cierra la imagen y continúa el camino, se adelanta…de repente tengo un instante de claridad o de ensueño…de esos momentos efímeros, de lucidez o de miedo, las luces de los semáforos me parecen más brillantes, me empiezo a ver desde desde afuera y pienso: “esta calle que piso ahora en varios años ya no será la misma, Tomás no seguirá viendo a Alegría, este país no va a ser nunca el mismo”. Cuando vuelvo a girar la mirada hacia los edificios del Distrito de Convenciones… veo la mirada de Alegría. Todavía no sé lo que me quiere decir. Me atrevo hablarle…

 Yo (murmullo): Alegría.

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