Tiempo, vacío, tu cuerpo

 

 

Especial para En Rojo

Para Carlos

 

¿Cuándo es esa hora, esa hora espesa cuando te encuentro?

Sesenta minutos hay en cada una de ellas, y trillones de attosegundos en cada uno de ellos. Sí, en sólo un segundo hay más attosegundos que segundos en toda la edad del universo, dice Anne L´Huillier, física francesa recién ganadora del Nóbel. El corrector me subraya el término attosegundo cuando aparece en la pantalla porque todavía no conoce el término para la escala de tiempo más breve captada por la humanidad. También nos recuerda Anne que tenemos 23,000 cuatrillones de los electrones que, gracias a sus investigaciones, acaba por fin de retratar, y que nosotros, compuestos mayormente de hidrógeno, materia tan vacía al parecer, somos, de hecho, más vacío que materia. Más vacío que materia, y cómo pesan los cuerpos, este cuerpo, tu cuerpo, mi cuerpo sobre el que se sienta, en ocasiones, la criatura de las madrugadas.

A esa hora, pues, la hora espesa, plena de segundos y attosegundos, más de los segundos en toda la edad del universo, a esa hora, duermo profundamente.  Es la hora en que estas cosas se me ocurren. Sólo se escucha la noche, los pájaros matutinos todavía no cantan, y por suerte ningún perro ladra, ni suenan alarmas, ni motoras, ni ametralladoras, sólo se escucha la noche, y me doy cuenta de que, en efecto, es el momento en que todo sucede simultáneamente. Es cuando el alma, libre de este cuerpo, se pone a jugar.

  1. Allá

Yo hubiera querido poner aquí la imagen de una casa reconocible, pero mi casa, como tantas por ahí, no se parece en nada a las casas que soñamos.

Sucede que la casa de esta pesadilla es una casa cerrada, pero iluminada. La luz entra por una ventana alta del baño, a media mañana ilumina el tragaluz cuadrado sobre la escalera, e intenta durante todo el resto del día atravesar las pesadas cortinas de la sala. Cuando la luz entra, mi imaginación escapa. Es la imaginación de una niña de ocho años, porque esa es la edad que tengo siempre en esa casa, hasta que tengo catorce y unas ganas tremendas de huir, huir hacia un futuro que siempre se aproxima como un perro amenazante. Ladra el futuro. El futuro es de temer y está lleno de vacíos.

A la hora de la siesta hay que mirar el techo. Imagino que mis pies se desplazan sobre las grietas, rodeo la lámpara que cuelga en el medio de la habitación, llego hasta las ventanas, podría inclinarme desde allí a mirar afuera, pero no me atrevo a asomarme porque no sabría dónde pisar. La posibilidad alegórica casi me despierta, pero sigo soñando.

Las puertas del clóset deben estar siempre herméticamente cerradas para que no salga nada de allí. No sé si llamarlos monstruos, espíritus, terrores. Las puertas tienen celosías y a través de ellas se ven las amenazantes siluetas de la ropa enganchada. A veces mi madre entra furiosa porque hemos dejado algo desordenado, y entonces la criatura de temer es ella.

Ahora que vivo este futuro y mi madre no está, habito con un gato. No estoy ya en esa casa, y esa casa la sueño, iluminada desde la ventana alta, a través del tragaluz, entre las pesadas cortinas de la sala. Sueño esa casa porque ya no puedo entrar en ella.

  1. Aquello

Tres horas quieta, tres horas pendiente de una cita médica, acorralada en el grupo de pacientes, todas mujeres, todas solas, posiblemente enfermas, pendientes de los teléfonos, tratando de distinguir lo que tienen delante, en la mano que le habla a cada una de ellas, del sonido del televisor que domina la sala. ¿Acaso hay una entre nosotras que agradece esta tensión entre el interés en lo propio y el balbuceo de lo ajeno? Atención dispersa, tonterías, datos sueltos sin análisis, acceso a algún comentario inteligente o conmovedor, alguna frase o ruido que hace levantar todas las miradas al unísono. Ha pasado algo. Todas nos enteramos, todas salimos de nuestras pantallas individuales y somos una mirando el mismo punto, escuchando aquello que viene desde arriba.

Miro y miro algo que no recuerdo. Entonces me vuelvo, y estoy sola. No hay nadie más ni hay más tiempo de espera. Es mi turno. Aquella noticia tremenda es para mí.

  1. Aquí

Sueño con este mismo cuarto.

El techo es alto, como en toda la casa, y la habitación es amplia porque el balcón ya no existe. Trato de recordar cómo era antes. Hago un esfuerzo por recordar los detalles y la habitación se transforma en un lugar familiar, pero irreconocible.

En la esquina está la butaca en la que suelo sentarme a escribir. Me queda grande y me pierdo en ella, pero insisto en situarme allí. Es el mejor lugar de la habitación, de espaldas al ruido, hacia el interior, buscando mi propio centro. La butaca es de cuero. El vendedor me convenció de las maravillas de la piel animal. Es como la nuestra, me dijo, y el contacto siempre es como el que necesitamos en el momento: fresco si hace calor, tibio si hace frío. Maravilloso. Tiene su propio termostato; me la llevo, le respondí.

La butaca ha sido maltratada. No ha sido el tiempo solamente. El tiempo, ¿cómo hace para maltratar las cosas? Nada. No es él quien desvanece las fibras, el color, la textura. Es la luz, la humedad, los elementos. El tiempo no hace nada. Se lleva el crédito o la fama, el prestigio de los trabajos de otros. La luz que entra por la ventana es suficiente para empalidecer el brillo que tenía el cuero nuevo. El aire, mi cuerpo sobre esa piel, ha ido dejando marcas en algunos sitios. Detrás de mí, casi a la altura de mi cabeza, está marcada la silueta de otro habitante que solía sentarse aquí, como si dejara a su fantasma. La gata que vive en esta casa lo conoció, y por eso, a veces, se sienta en su falda, es decir, sobre la butaca, y se hace un nudo, recoge con sus patitas delanteras, la cola, se convierte toda ella en un cojín mullido para la silla, en el centro del asiento. Reposa, desvanecida, ausente, entregada a un sueño feliz. La butaca, entonces, duerme.

Al lado de la butaca hay una mesa. La mesa tiene su historia. Es una mesa rescatada. Estuvo muy rota por muchos años, y me negué a botarla. Es una mesa de madera clara, muy bonita, una madera de esas que sí recuerda que había un árbol. La superficie tiene líneas, muchas, muy finas, y algunos nudos esparcidos como planetas, en un patrón desigual, difícil de memorizar a simple vista. Ahora que ha sido restaurada, no tiene más manchas que las propias, y a veces parece que respirara. Me gusta que sea una mesa redonda. A veces la mesa aparece en sueños como éste.

Abajo, el suelo de este cuarto es de terrazo criollo, como el de la casa de mi infancia. No hay lindos diseños ni maravillas evidentes como en las muy admiradas losas criollas de nuestros museos y galerías. El terrazo es ordinario, franco, común, nadie lo mira como nadie debe mirar al piso. Ninguna de las losas es igual a otra. El piso de este cuarto, además, está pulido, y eso causa cierta inquietud. Parece como si camináramos sobre un suelo lleno de pequeñas piedras, pero la sensación al tacto, al caminar descalza, es el de una superficie lisa, fresca, que te recibe generosa en horizontal. Si me dejo llevar, las piedritas desaparecen en una superficie uniformemente gris claro, un suelo líquido que levanta a partir del zócalo las paredes, que se elevan, se elevan hasta perderse a la altura del techo donde podría caminar hasta la lámpara si lo viera desde allá abajo, acostada en el suelo.

  1. Esto

A veces las cosas son queridas y adquieren un peso irreal, transparente o sólido. Pueden atravesar la piel o quedar sobre esa pelusa que reverbera con la luz.  Las cosas siempre están, y tú, desapareces.

O bien, ante ellas, te incorporas acá dentro, en lo que podría ser la memoria o el polvo del aire que gira y no acaba de caer, suspendido: una cosa que levita, como la memoria de tu cuerpo enfermo – esponjosa transfiguración.

*  *  *

Anne, la física francesa que acaba de ganar el Nóbel, ya ha dicho que estamos hechos mayormente de vacío, así que al sentir nuevamente el ruido de la noche – un pájaro, un motor, el bip bip del camión de la basura, al recordar que soy yo y estoy aquí y es este día, me esfuerzo por continuar la maravilla, por anotar acá lo que he soñado anoche sin ti a mi lado, como si fuera el ruido que me toca hacer a mí para que el vacío que soy yo ocupe su lugar en esta página.

 

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