Empecemos por una breve aclaración útil: hay diferencias evidentes entre un niño real y el personaje de un niño así como entre un muñeco de peluche que parece un oso y el personaje de un oso de peluche. Aunque no lo parezca esas distinciones son importantes. La Enciclopedia Británica lo tiene claro: Christopher Robin y Winnie-the-Pooh son personajes. Me pregunto cuántos pensamientos sombríos y sentimientos negativos se habrían evitado los concernidos en este asunto si esa sencilla verdad hubiera estado clara desde el comienzo. ¿Pero cuál o cuándo o dónde es el comienzo y cuál es el asunto? Vale.
Christopher Robin Milne, el hijo de Alan Alexander Milne y Dorothy (su apellido no aparece por ningún lado) recibe de regalo un oso de peluche. (¡Oh, más le hubiera valido destasajarlo de inmediato!) El niño decide llamarlo Winnie. Luego, el padre, inspirándose en su hijo (y usando su nombre), el osito y otros de los muñecos de peluche del niño, escribe un libro de cuentos infantiles que resulta ser un éxito. Poco después, publica otro más con nuevos personajes. Winnie-the-Poo (1926) y The House at Pooh Corner (1928) junto con dos libros de versos le han ganado un sitial de honor a su autor en la literatura infantil.
Pero la fama crea tramas. Resulta gracioso ver hasta dónde llegan los comentaristas en sus interpretaciones de las relaciones entre el autor y sus personajes así como entre los seres reales y los imaginarios a los que han servido de modelo. Parecería que le buscan la quinta garra al oso.
Por ejemplo, Frank Cottrell Boyce, el novelista británico, en su artículo publicado en The Guardian, no solo habla de la maldición del personaje, sino que también afirma que este se tragó al padre-autor y a su hijo. Basta ver el título: AA Milne, Christopher Robin and the curse of Winnie-the-Pooh. En su escrito, el guionista de la película Goodbye Christopher Robin escribe lo siguiente: “Pooh did not just swallow Milne, it also swallowed Christopher Robin”.
Pero más sorprendente aún es constatar cómo tanto el autor y el hijo testimonian su malestar ante el “poder” de las criaturas imaginarias vinculadas a ellos y que hasta cierto punto parecen marcar el rumbo de sus destinos.
Para Alan Alexander, el producto de su imaginación se robó la escena. Dice que los cuatro libros del mundo de Winnie cuya extensión en cantidad de palabras equivale a una novela ordinaria ensombreció el resto de su producción. Christopher R., por su parte, alega en su autobiografía, The Enchanted Places, que, y es un decir, Winnie le amargó la existencia en sus años escolares pues a causa de su vínculo con la creación literaria de su padre fue objeto de burlas por parte de sus compañeritos. Incluso, ya de adulto, Winnie y el personaje tocayo lo acosaban –por decirlo así– a través de los requerimientos de los “fanáticos” en virtud de ser él el Christopher Robin “real”. Escribe de su experiencia como propietario de la librería Harbour Bookshop : “However hard I tried to play down Christopher Robin, however little space I allowed on my shelves to the Pooh Books, people would inevitably think of mine as ‘The Christopher Robin Bookshop’”. También cuenta cómo los padres instaban a sus hijos a saludarlo para que después se ufanaran delante de sus amiguitos: “So this is the original. Well, well! Come over here a minute, Mandy love. Come and say how-do-you-do [ . . .] Shake hands with the gentleman. There now. You can tell your little friends that you’ve shaken hands with Christopher Robin.” Si les hubiera aclarado a todos que su tocayo era un personaje y no una persona real, que ese no era él . . . En la misma autobiografía, el hijo da testimonio del deseo de su progenitor por escapar del mundo de Winnie: “If I wanted to escape from Christopher Robin, so, too, did he.” Y luego lo cita: “It is easier in England to make a reputation than to lose one. [. . .] I gave up writing children’s books. I wanted to escape from them . . .”
Por todo lo dicho aquí hasta ahora los pacientes lectores deben haber pensado que hablamos de un gran y terrible monstruo antropófago de cuya gran boca ni su creador ni su hijo están a salvo. Pero nada: confusiones de la vida y la literatura infantil. Y de padres e hijos.
Christopher R. en su autobiografía habla del sentimiento de nostalgia de su padre. Posiblemente Milne al escribir los cuentos infantiles para su hijo también viajaba a su infancia. Al conectar con su hijo también conectaría consigo mismo. Es una doble verdad muy especial. Por eso sorprende el aparente resentimiento del escritor hacia la fama de su creación. Me parece que el intento de negar a Winnie equivale a negar la nostalgia de la infancia, esa experiencia esencial del ser humano. Tal vez la culpa sea del ego artístico que al tomarse muy en serio ciega al autor impidiéndole valorar su obra.
Pero fíjense ustedes en lo amenazante que es Winnie, el principal interlocutor del niño en los libros. El personaje es un oso de peluche que al enterarse del cumpleaños del Eeyore, el burro, quiere agasajarle y de camino a su casa se come la miel que le llevaba de regalo por lo que termina dándole el tarro vacío diciéndole que es para guardar cosas. Winnie también es el que se acuerda de Piglet (el asustadizo y diminuto cerdito) el día de una peligrosa inundación e idea la forma de rescatarlo; también es el que encuentra la cola perdida de Eeyore en la casa de Owl (el búho que se las da de sabihondo). Es el que da vueltas siguiendo sus huellas creyendo que hay un animal que lo sigue, y cuando Piglet lo acompaña y aumentan las huellas cree que hay dos animales siguiéndolos. Es el oso que para llegar a una colmena en lo alto de un árbol le pide al niño un globo para subir y cuando este le da a escoger entre uno verde y otro azul reflexiona que el verde le ayudaría a confundirse con el verdor del árbol y el azul con el color del cielo y que él podría hacerse pasar por una nube, porque la cosa al fin y al cabo es llegar hasta la miel. Comicidad, candor, ingenuidad, nobleza y más.
Tal vez incurro en una exageración pseudofilosófica de manual de autoayuda pero se me ocurre que esa búsqueda de la miel por parte de Winnie, sin dejar de ser sencillamente lo que es –una cómica puesta en escena de la glotonería y simpleza del osito–, también es una actitud ante la vida, una propuesta. En otras palabras, si el padre-autor y el hijo se hubieran concentrado, como Winnie, en buscar y aceptar la miel del devenir de los acontecimientos, olvidándose un poco de ellos mismos, se habrían evitado el “sufrimiento” ante el “poder” del osito, los comentaristas no habrían hablado y este escrito no habría existido. Pero no se prejuicien los lectores. Que no haya temor. Acérquense a la miel de los libros de Winnie-the-Pooh. Les aseguro que serán atrapados y querrán dejarse tragar –ustedes y sus hijos– por ese abominable monstruo Güinidepú.