Especial para CLARIDAD
Recientemente me encontré con un viejo amigo activista: Robert Meeropol, hijo menor de Julius y Ethel Rosenberg. La ocasión no podía ser más apropiada. Ambos asistimos, en Springfield, Massachusetts, a un evento en repudio a la práctica de separación familiar y el encarcelamiento de los hijos e hijas de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos. A Robert y a mí nos une una vieja amistad; de hecho, una amistad que se originó en los tiempos en que fui parte de la junta directiva de la Fundación Rosenberg Para Niños. Me animé, pues, a preguntarle sobre la coyuntura actual, en que todo parece indicar que la administración del presidente Trump ha dado un paso nuevo y significativo en su curso al fascismo.
Recordemos, brevemente, que Julius y Ethel Rosenberg fueron arrestados en Julio de 1950, acusados de conspirar para cometer espionaje a favor de la extinta Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. El juicio se llevó a cabo en marzo de 1951. Julius y Ethel fueron encontrados culpables, y ejecutados, después de múltiples apelaciones y reclamos de clemencia, el 19 de junio de 1953. La pareja Rosenberg tenía dos hijos: Michael y Robert, entonces de 7 y 3 años, respectivamente. Durante todo el proceso, Robert y Michael vivieron con distintas familias, sin mucha estabilidad de vivienda. Pocas personas se atrevían a correrse el riesgo de ayudar a los niños Rosenberg. Finalmente, Robert y Michael terminaron en la residencia del poeta y compositor Abel Meeropol y su esposa, Anne, quienes comenzaron un proceso de adopción. Sin embargo, poco después de la ejecución de los Rosenberg, la policía federal removió a los niños de la casa de los Meeropol y los puso en un orfanatorio. El ensañamiento de la fiscalía federal con los dos niños tenía una base funesta: la fiscalía intentó manipular a Julius y Ethel para que cooperaran con el caso, a cambio de la posibilidad de ser parte de la vida de sus hijos. Los Rosenberg, por razones que más adelante se explican, no claudicaron.
Ante la pregunta de si el caso Rosenberg es relevante hoy, en que niños y niñas de hasta meses de edad son separados de sus padres y madres indocumentados por la fiscalía federal de Estados Unidos, Robert señala que en realidad no hay nada nuevo: “La fiscalía federal de Estados Unidos siempre ha utilizado a los niños para extorsionar a las personas inocentes que arrestan, o sea, para obligarlos a cooperar”. En el caso de sus padres, la idea era que Julius y Ethel colaboraran con la fiscalía identificando miembros de una supuesta conspiración; aquí, en el caso de las familias indocumentadas, se trata de que abandonen toda petición de asilo, a cambio de una prometida reunificación familiar. Una promesa, no una garantía. (Hoy las cortes han intervenido ordenando la pronta reunificación de familias con niños de edad temprana, pero aun así la administración del presidente Trump ha objetado a la fecha del 26 de julio para completar los casos de 3,000 niños).
El pasado 2 de julio de 2018, Robert fue entrevistado sobre este tema por los periodistas del Proyecto Marshall, una agencia de noticias independiente y no comercial, que busca crear y mantener un sentido de urgencia nacional respecto al sistema criminal de Estados Unidos. Robert me pidió que tradujera sus declaraciones, para los medios de habla hispana. A continuación, reproducimos, con permiso, sus declaraciones al Proyecto Marshall:
Las imágenes perturbadoras, así como los llantos, de niños siendo arrancados forzosamente de los brazos de sus familiares han reabierto muchas heridas de mi niñez.
Mis padres, Ethel y Julius Rosenberg, fueron arrestados y encarcelados poco después de mi tercer cumpleaños en mayo de 1950. Hasta entonces, mi hermano Michael, quien tenía siete años, y yo vivíamos en lo que recuerdo como una familia calurosa y de mucho amor. Por los próximos tres años, fuimos movidos entre diferentes miembros de la familia extendida. Algunos estaban atemorizados de tenernos en sus casas, por el efecto del odio virulento difundido por las políticas del periodo del macartismo. Así que también pasamos un tiempo en orfelinatos. Yo estaba perplejo y con el corazón roto. ¿Dónde estaban mis padres? No los vi por cerca de un año. En el albergue, incluso me separaron de mi hermano. Cuando a Michael y a mí, finalmente, nos permitieron visitar a nuestros padres en la prisión, mi primera pregunta fue: ¿Por qué no han venido a la casa?
Mucha gente conoce el caso de mis padres; ellos fueron encontrados culpables de conspirar para cometer espionaje y, al final, los ejecutaron en 1953 por supuestamente robar lo que el gobierno llamó el ‘secreto de la bomba atómica’. La decisión absoluta del gobierno, de que ellos pagaran por sus actos y nombraran a otros, claramente tuvo mayor importancia que cualquier preocupación por nuestro bienestar como niños. Lo que Michael y yo no sabíamos entonces es que nos estaban usando también como fichas de extorsión. El expediente hoy público deja ver claramente que a nuestros padres les ofrecieron un acuerdo. Si cooperaban, y si implicaban a otras personas, a mi padre no lo ejecutaban y a mi madre la liberaban para que se hiciera cargo de nosotros.
Después de la ejecución, comenzamos a vivir con Anne y Abel Meeropol, quienes comenzaron el proceso de adopción. Pero las fuerzas del gobierno no habían acabado con nosotros. Nuestro guardián legal, Emmanuel Block, murió de un ataque al corazón antes de que él completara la trasferencia de tutela a los Meeropol. Los grupos de derecha se enteraron y radicaron una acción en la Corte de Menores; reclamando, correctamente, que los Meeropol no eran nuestros guardianes y alegando, falsamente, que estábamos siendo abusados políticamente. Luego de un mes de nuestra nueva vida con Anne y Abel, policías armados llegaron a la residencia para removernos. Al otro día, fuimos llevado a un orfanatorio.
Como mencioné en mis memorias, Una ejecución en la familia, ‘yo no le temía al monstruo debajo de la cama. En vez de eso, la casa, como Michael y yo llamábamos al orfanatorio, era un Bogeyman demasiado real. Teníamos que ser cuidadosos; nos estaban tanteando, y yo temía lo que podía pasar si fallábamos’.
Esta segunda separación forzosa resulta alarmantemente muy similar a lo que le ha pasado a miles de niños en nuestra frontera con México. Claro está, aquí hay una posibilidad de que ellos verán a sus padres de nuevo. Imagino que el terror que experimentan es incluso peor que el mío. Aunque nuestra remoción de la casa de Anne y Abel fue vigorosamente protestada y combatida, los Meeropol sabían en qué lugar estábamos. Además, nosotros nos encontrábamos en un territorio relativamente conocido. Hablábamos el idioma dominante. Las víctimas de hoy se encuentran en un país desconocido y no hablan inglés. Al menos dos trabajadores de cuido en los centros de detención han renunciado, al darse cuenta de la manera en que estos niños indocumentados son tratados. Ambos trabajadores informaron del llanto incesante de los niños y de que a los cuidadores no se les permite abrazarlos.
Al igual que ocurrió conmigo y con Michael 65 años atrás, estos niños están siendo victimizados como fichas de extorsión por un gobierno con una agenda política muy fuerte. Por ejemplo, hemos escuchado que las personas que buscan asilo han sido informadas de un posible acuerdo de corte nefasto: el retorno de sus hijos a cambio de que renuncien a todo reclamo de asilo y de que regresen a sus países.
La historia quizás no se esté repitiendo de nuevo, pero el eco del pasado se siente con fuerza. La manipulación salvaje de niños y niñas es una forma de abuso de los derechos humanos, una modalidad de terrorismo auspiciado por el estado. Para mí, es un asunto personal. Para todos nosotros y nosotras, la manipulación de niños debe de ser inaceptable. Actuando en conjunto, podemos y debemos de pararla.
Robert culminó su conversación conmigo expandiendo lo ya dicho en sus declaraciones a los periodistas del Proyecto Marshall. Su visión, claro está, es la de un adulto que fue victimizado por el gobierno de Estados Unidos cuando era un niño. La otra perspectiva, que tampoco debe de olvidarse, es la de los padres y madres de los niños y niñas inmigrantes. Sabemos del sufrimiento de Julius y Ethel, por la correspondencia que mantuvieron con Robert y Michael. Pero estos padres y madres indocumentados, también encarcelados, sufren la violación de sus derechos humanos. Y el dolor de la separación de sus hijos e hijas no puede ser sino inmenso.
(Las porciones aquí citadas del Proyecto Marshall se publican con permiso del autor).