Por Manuel de J. González/CLARIDAD
¿Qué podemos decir sobre Rafael Cancel Miranda que no se haya dicho ya? La pregunta no viene porque tenga alguna resistencia a repetir las alabanzas que se escuchan desde la noticia de su muerte, sino porque en su caso es necesario buscar palabras nuevas para expresar su grandeza. Las que son de uso cotidiano ya no alcanzan.
Hacen falta palabras nuevas que puedan expresar el sentido verdadero de sus actos. Decir, por ejemplo, que aquel día 1 de marzo de 1954 – igual que Lolita, Irving y Andrés – solo compró “un pasaje de ida” para la capital imperial, no es suficiente para resumir su heroísmo. Desde que tuvo conciencia de sí mismo en el Mayagüez de su infancia ya él sabía que algún día estaría haciendo un viaje sin regreso y por eso durante aquel acto seguramente estaba muy tranquilo, sin dramatismo, como está quien solo cumple con un mandato elemental de su conciencia.
Hacen falta palabras para hablar de su tiempo en prisión a donde llegó sin haber cumplido 25 años y donde estaría otros tantos. Nunca pensó estar allí, no porque no supiera que es el lugar a donde comúnmente van los que de verdad luchan, sino porque creía que el boleto de ida sin regreso lo terminaría juntando con Raimundo Díaz Pacheco y los héroes del ’50. Como era allá donde esperaba estar, donde lo esperaban desde 1936 Elías Bouchamp e Hiram Rosado, la cárcel no fue más que una molestia. A sus carceleros, acostumbrados a romperle el espinazo moral a los que llegan desesperados por la ausencia, les molestaría la serenidad de aquel joven de mirada tranquila y pies firmes. Lo intentarían mil veces, por iniciativa propia o mandados desde arriba, pero nunca pudieron romper ni una molécula de su serenidad de héroe.
Buscando otras palabras para hablar de la prisión de Rafaelito llego hasta un poeta joven, Guillermo Rebollo Gil: “¿Cuántas décadas promedio tú crees que nos quedan por vivir en compañía de hombres y mujeres con largos años “perdidos” en prisión a causa de una causa? ¿Cuánto más largo es el típico año en prisión? ¿El tiempo adentro se multiplica por sufrimiento o por soledad o por desesperación? ¿Habrá manera de hacer el cálculo brevemente en papel para firmar con nuestros nombres (sin apellidos) y dedicárselo a Rafael a manera de nunca-te-lo-pagaremos-pero lo reconocemos?”
Guillermo también cita una frase de Rafaelito sobre su tiempo en prisión: “Yo estuve 25 años preso, pero libre”. Ese “pero” contesta muchas preguntas. Igual que Pedro Albizu Campos “nunca estuvo ausente” cuando lo desterraron de su patria, Rafaelito siempre estuvo libre en la prisión. Sólo ese sentimiento de libertad pecho adentro puede vencer la soledad y también la maldad de los carceleros. Por eso, cuando con el pelo canoso dejó atrás la celda, tenía la misma serenidad que vemos en la foto de Washington. Lo llevan agarrado y los empujones ya le sacaron la camisa, pero en el rostro no hay la más mínima señal de preocupación. Con ese mismo rostro de vencedor salió de la prisión.
Hacen falta palabras para hablar del amor que empezó a repartir cuando salió de la prisión. De la tranquilidad con que reemprendió la lucha que realmente nunca abandonó. De la constancia mantenida durante una vida de casi 90 años. ¡Qué ironía! ¡Qué derrota la de sus carceleros! Aquel muchacho que compró un boleto de ida en Nueva York seguro de que no regresaría, volvería a su patria vitoreado por una multitud. Ahora, cuatro décadas después de aquel regreso victorioso decidió irse, pero vencido por los años, no por sus carceleros.
Los que tanto lo quisimos y lo admiramos nos vamos a juntar para despedirlo Y buscando palabras recurro otra vez a Guillermo, porque qué mejor que un poeta joven para despedir a un héroe: “Disculpe el exceso de confianza. Pero su historia es de excesos – de amor, valentía, bondad, sacrificio, ternura, solidaridad, compromiso extendido durante décadas.”
Nota final: A Algunos les sorprenderá que los que estuvimos de una forma u otra cerca del héroe lo llamemos Rafaelito. Por mi parte aprendí a llamarlo así escuchando a un amigo de su infancia, a Juan Mari Brás. Juntos crecieron en el Mayagüez de sus querencias, juntas estuvieron unidas sus familias y juntos emprendieron y recorrieron el camino del sacrificio por su patria. Hoy los junta la muerte, pero qué mucho nos dejan.