Con la Patria entre las cuerdas

Especial para En Rojo

“Soy aquel muchacho que se fue

con la esperanza de volver al paraíso

quedejó al partir por un camino,

sin regreso, que ha podido resistir

por su amorosa evocación…”

Alos 16 años, Rafael Scharrón Alicea salió de San Sebastián de las Vegas del Pepino a trabajar en una fábrica de pinceles, en Arecibo. Desde los 10 años, no hacía otra cosa que estudiar (sacando siempre las calificaciones más altas de su clase) y tocar la guitarra, acompañando a su padre, Don Emilio Scharrón y a Mario, su hermano mayor, ambos cuatristas destacados en el Pepino. Poco sabía, entonces, que la vida le jugaría una treta: una brillantísima carrera musical y las complicaciones propias de la fama impedirían el regreso a su pueblo amado.

En Arecibo, ingresó a su primer trío; el Trío Nacional, con Armando Vega y Felito Martínez. En menos de un año, había sido reclutado por Felipe Rodríguez y su trío Los Antares. Desde ese momento, la música popular puertorriqueña jamás fue la misma. Scharrón volcó su gran talento y sensibilidad en su requinto y se destacó también como compositor, arreglista y tercera voz. Su extraordinario sentido musical le permitió dominar la difícil tarea de musicalizar poemas de forma magistral. Alba, de Federico García Lorca; Bolívar, el soneto perfecto de Luis Lloréns Torres; y Canción Amarga, de Julia de Burgos, son sólo tres ejemplos.

En 1953 fue llamado al servicio militar en Corea, pero su alma pacifista era tan evidente como su talento y la música le ganó la simpatía de los oficiales, quienes le asignaron labores fuera del frente de batalla. En 1955, regresa de Corea y vuelve a tocar con Felipe Rodríguez, pero sólo por un corto tiempo, ya que lo recluta Cheíto González y luego Julito Rodríguez, quien acababa de salir de Los Panchos y funda, con Scharrón y Tatín Vale, el trío Los Primos.

En 1975, junto a Junior Nazario, crea Los Barones y luego se une a Fernandito Álvarez y el inolvidable Trío Vegabajeño. Entre 1981 y 1982, este inquieto de la música funda Voces de Puerto Rico con Cheíto Cruz y Tatín Vale, a quien sustituye, posteriormente, Junior Nazario. Este junte marca un hito en la música de tríos ya que, por primera vez, suenan, junto a tres exquisitas voces, las cuerdas de tres requintos. Scharrón fue embajador de la música puertorriqueña en Latinoamérica y el mundo. En la feria de Sevilla y hasta en Japón se escuchó su característica insistencia en las notas que hacían vibrar almas.

En 1994 une su espectacular requinto y su tercera voz única a las voces y guitarras de Quique Taboas y su hijo Rafael para lograr el Trío Taboas-Scharrón. Otra vez hace historia en nuestra música al tener tres primeras guitarras, es decir, un requinto y dos guitarras, ejecutando a tres voces, sin acompañamiento. Este trío incorporaba piezas clásicas, así como tangos, valses y danzas al repertorio bohemio. Cada presentación en vivo abría con una fuga de la introducción de El ideal de mi verso y terminaba con una coda de El buen borincano.

Y es que Scharrón llevaba la Patria entre las cuerdas. En 1998 forma, junto a Rafael Taboas, el dúo Voces Patrias cuyo tema era un fragmento de un poema de Andrés Castro Ríos, musicalizado por el maestro Scharrón, en un arreglo con sabor a tierra adentro:

“Soy el pájaro del monte, el verde de la llanura,

el alma de la espesura, la sangre del horizonte…

A mi sentir nadie afronte pues romperé mi grillete.

Extraño recoge-y-vete que a la luz del nuevo día

en mi canto y mi poesía canta la voz del machete…”

Este singular dúo grabó en honor a nuestros grandes patriotas puertorriqueños y latinoamericanos. Gilberto Concepción de Gracia, Juan Mari Bras, Pedro Albizu Campos, José De Diego y Hostos son sólo algunos de los gigantes homenajeados en ese trabajo.

Como compositor, Scharrón fue un poeta finísimo. Sus hermosas metáforas y el amor por su pueblo se desbordaban en todas sus canciones. Su composición Mi Pepino en el recuerdo, que dedicó al patriota Oscar López Rivera, pepiniano como él, es un hermoso retrato de San Sebastián:

“Alfombra verde…

verde, color sueño en lontananza

cuando besa el horizonte…

Sierra nacarada de luna en serenata,

salto refrescante de alegre bienvenida,

lago confidente de mudas despedidas,

imágenes que entrañan querencias de mi vida…”

Y a su vez, un hermoso testimonio de amor y patriotismo:

“Mío, pueblo mío, es tu recuerdo abrasador

que esmalta con sus raíces la canción

proclamando los laureles de tus hijos

que honran con decoro tu escudo y tu bandera.

Y el valor de aquel que tuvo que partir dejando,

sin consuelo, su corazón allí…

Y en la añoranza de esta ausencia sin fin,

mía la transparencia de mi amor por ti…”

Hay golpes que sabemos que algún día, inevitablemente, enfrentaremos. Algún día. Y nos preparamos. Creemos que nos preparamos. Entonces, “algún día” se hace verdad y comprendemos que era una fantasía. Nada nos prepara para las despedidas. Uno se agarra fuerte, siente el manotazo duro de la pérdida, se abraza a los seres queridos, a los recuerdos y comprende que hay que celebrar la vida. Sobre todo la vida plena, limpia y productiva. Y Scharrón vivió una vida plena, limpia e increíblemente productiva.

Rafael Scharrón Alicea fue muchas cosas en nuestro hogar. Para mi esposo fue padre, hermano, mentor, maestro, amigo inseparable y al final, un poco, hijo, como pasa casi siempre con los padres. Sostenían largas conversaciones sin mediar palabra. Guitarra y requinto hablaban por ellos. Mis hijos tuvieron la bendición de crecer en un hogar donde todas las tardes había música viva en el balcón y el cariño de un “Panino” fuera de serie.

Hay pérdidas irreparables. Y Puerto Rico ha perdido un virtuoso de la música y de la solidaridad. Como anheló, sus restos regresan a descansar en su amado suelo pepiniano. Descanse en paz, compadre querido. Y sí, la vida es corta… ¡Cortísima!

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