El corsario

 

 

 

Por medio de una carta enviada por hasta ese momento su prometida, Héctore Berlioz se entera de que contrajo matrimonio con otro. Con rabia sorda, el compositor compra un boleto de viaje en tren con destino a París, ello con el sólo propósito de matarla. En el tren conoce a un hombre, del cual escucha embelesado toda clase de aventuras en la mar como corsario. Berlioz desiste de la razón principal por la cual emprende viaje hacia París, y en su vuelta compone una pieza hermosa y divertida basada en la memoria de ese encuentro.

Regreso a la escena en el vagón del tren. Basado en el testimonio de Berlioz, conozco el motivo de su viaje. Pero el testimonio del compositor me permite además descubrir el por qué del viaje del corsario, quien va rumbo a París para recibir una condecoración por sus hazañas en pos de la corona francesa. Lo siguiente, lo conjeturo. El ojo avisor con el cual el corsario intuye la razón del tormento que carcome las entrañas de aquel joven sentado en frente. El gesto en sus manos al rebuscar en su aliño una botella de ron con pimienta. El leve gruñido de placer cuando al fin la encuentra, y en un solo movimiento la saca y destapa. Tras un largo buche la ofrece a Héctore, quien, tras un inicial gesto de rechazo, la acepta ante la insistencia del otro. El corsario entonces lleva a los labios y enciende una pipa armada con una mezcla de picadura de tabaco y una yerba mantenida en secreto, y apenas conocida por cualquier otro que no ejerza esta profesión. Berlioz entonces repara en los brazos cubiertos de tatuajes, de cicatrices de heridas precariamente curadas, el salvaje que transpira detrás de una muda limpia y un acucioso estudio repetido de ciertos ademanes civilizados.

Con la primera bocanada el corsario rompe el silencio. en el vagón. Pasa la pipa a Berlioz, quien la toma ante una segunda insistencia, y tose tras la primera aspiración. La voz áspera del corsario resuena en Berlioz en una melodía que transmite el vigor de quien vocifera comandos y pasa enemigos a bala o filo. La pipa y el ron sumados a la voz del corsario logran un efecto narcótico en el joven compositor. Mientras el tren discurre en medio de un bosque, ante Héctore Berlioz un barco se abre camino en alta mar. Un corsario vocifera una orden tras otra. Una tripulación de hombres duros responde con la solidez de un enjambre, arabescos de hombres sazonados de mar, contrabando y pillaje, así como los bucaneros de aquellas historias de infancia que en otra época, y desde Guayama, escuchara Palés.

 

 

 

 

Artículo anteriorDedican a Tito Matos el Primer Festival Afroantillano de Río Piedras.
Artículo siguienteEl baseball y la ideología