El gesto de dignidad de Correa y Beltrán

En la cabeza y en el pecho de miles de puertorriqueños todavía se cobija la indignación que provocó la visita del presidente estadounidense Donald Trump algunas semanas después de que nos azotara el huracán María. Las humillaciones a que sometió a representantes del Gobierno, y al púbico que movilizaron para hacerle coro al visitante, se percibieron como ofensas dirigidas a todo el pueblo. De los políticos se burló en público y a la población le lanzó rollos de papel como quien tira piltrafa en el zoológico.

Pero lo que más indignó a los puertorriqueños fue la reacción supina del liderato colonial boricua. Ninguno fue capaz de presentar un asomo de decencia indignada frente a las humillaciones de que era objeto. La comisionada residente Jennifer González apenas sonrió cuando el energúmeno le dijo con voz socarrona que le repitiera ante el público las alabanzas que le profirió en el avión cuando venían hacia acá. El caso del gobernador Ricardo Rosselló fue un poco más indignante porque, además de aguantar las humillaciones, existe para la historia una foto sacándose un “selfie” con quien lo humillaba.

De aquella experiencia sólo ha trascurrido medio año y cada una de las escenas que se sucedieron en el área metropolitana de San Juan están grabadas en el sentimiento de los puertorriqueños donde permanecerán para siempre. Allí también se guardan las expresiones ofensivas que desde distintos lugares de Estados Unidos ha lanzado contra nosotros el mismo Trump. Nada se olvida.

A diferencia de sus gobernantes, los hijos humildes del pueblo puertorriqueño irán poco a poco contestando la desvergüenza. La pasada semana vimos dos ejemplos que nos reconfortan cuando dos peloteros boricuas echaron por delante sus principios frente a las humillaciones de Trump. Son dos jóvenes que han brillado tanto por su talento deportivo como por la humanidad que proyectan, que crecieron aquí y llevan muy adentro la valentía que les falta a los políticos.

Según una tradición muy establecida en Estados Unidos, los campeones de alguna disciplina deportiva importante son agasajados por el presidente de turno quien los invita a una ceremonia en la Casa Blanca. La ocasión se considera importante y año tras año los equipos campeones posan en los jardines de la mansión ejecutiva con el morador de ocasión. La foto de los atletas sonrientes al lado del Presidente se reproduce en los principales diarios de ese país.

Hace unos días le tocó el turno al equipo de los Astros de Houston, campeón del béisbol estadounidense en 2017. En la ruta que llevó a esa novena hasta el campeonato se destacaron dos puertorriqueños, Carlos Beltrán y Carlos Correa. Uno, Beltrán, está ya al final de su brillante carrera y, para los que se jubilan, de ordinario este tipo de ceremonia en la Casa Blanca sirve como fiesta de despedida. El otro, Correa, es una estrella en ascenso y, con los éxitos ya cosechados, también se beneficiaría con la proyección mediática del agasajo presidencial.

Ambos optaron por no aceptar la invitación de Trump rechazando retratarse a su lado. En el caso de Beltrán, un hijo del municipio de Manatí que siempre ha echado por delante el orgullo que siente por su puertorriqueñidad, había dejado muy claro desde mucho antes que no acudiría a saludar a Trump. La razón para esa negativa también estuvo siempre muy clara: el rechazo a la forma en que Puerto Rico ha sido tratado por el gobierno estadounidense luego del huracán María.

Correa, natural de Santa Isabel, no había hecho expresiones públicas y se esperaba que el muchacho de 23 años viajara hasta a Washington en la comitiva preparada por el equipo de Houston, pero tampoco fue. La oficina de relaciones públicas, desde Texas, se apresuró a anunciar que la ausencia se debía a un “compromiso familiar”, pero luego el mismo Correa se encargó de dejar muy clara la razón cuando afirmó que, en lugar de viajar desde Florida (donde entrena para la venidera temporada) hasta Washington prefería dedicar el día a ayudar a su país. El mensaje entre lo que él hace y lo que no hizo Trump quedó muy claro.

Ambos peloteros pusieron sus principios por delante. Ninguno es ducho en la política y tan sólo se concentran en ser buenos atletas y buenas personas, pero sienten con intensidad su identidad nacional y no pierden ocasión para expresar el respeto por su gente. Por eso actuaron como ningún funcionario público puertorriqueño se atrevió a actuar y expresaron de forma patente el rechazo a Trump dejándolo plantado en la Casa Blanca. Nada había que agradecerle al energúmeno y aunque se trataba de una simple reconocimiento tras un evento deportivo, aprovecharon la ocasión para expresar sus sentimientos.

Protesta en la Sinfónica

Previo al concierto del sábado 17 de marzo, que cerraba la última edición del Festival Casals, los integrantes de nuestra Orquesta Sinfónica hicieron expresiones públicas denunciando su situación laboral. Salarios estancados, difíciles condiciones de trabajo, junto a la indiferencia por parte de los directivos de la entidad gubernamental donde se ubica la orquesta, fueron algunos de los problemas denunciados. Ante esta situación habían considerado efectuar un paro en la última noche del Festival, pero por respeto al público optaron por participar.

No obstante, antes de comenzar el concierto todos los integrantes de la orquesta efectuaron una protesta que, aunque simbólica, fue muy llamativa. En lugar de ir acomodándose poco a poco en sus asientos como es la costumbre, entraron todos de una vez luciendo un llamativo lazo amarillo y se pararon en fila en un gesto silencioso de protesta. El público presente se sorprendió con la entrada, pero muy pronto comprendió lo que sucedía y respondió con un cerrado aplauso.

Cuesta trabajo saber que un país que desperdicia sumas millonarias pagándole salarios astronómicos a funcionarios incompetentes – Natalie Jaresko, Julia Keleher y Carlos Pesquera, para mencionar sólo tres – no compense de forma adecuada a quienes de verdad trabajan para hacer avanzar nuestra cultura. Eso fue lo que sintió el público presente en la sala de festivales del Centro de Bellas Artes cuando respondió a la silenciosa protesta con un sonoro aplauso.

Luego disfrutamos del concierto y de la maravilla de contar con una orquesta como la Sinfónica, que nos llena de orgullo.

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