El PPD de la virazón

Desde que el Congreso de Estados Unidos le permitió a los puertorriqueños elegir un gobernador, han pasado 70 años (1948-2018). En 42 de esos años la persona electa para el cargo ha sido miembro del Partido Popular Democrático (PPD). En realidad la cifra se acerca al medio siglo porque a los gobernadores electos debemos añadir el periodo entre 1941-48 cuando los últimos designados por el presidente el estadounidense, Rexford Tugwell y el puertorriqueño Jesús T. Piñero, ocuparon la Fortaleza. El primero fue siempre cercano al PPD y el segundo miembro del partido, que también controlaba la Legislatura. De modo que no es arriesgado concluir que el Puerto Rico que ahora conocemos tiene marcado el sello (o el carimbo) del partido político que Luis Muñoz Marín fundó el 22 de julio de 1938.

Desde aquella fundación han pasado ocho décadas y sobre esa experiencia se impone hacer dos afirmaciones muy pertinentes. La primera es que el Puerto Rico de hoy sigue pareciéndose mucho al de 1938, y no precisamente porque el pasado año nos arrasara un huracán. Hay grandes diferencias materiales y la semántica pública es diferente, pero en su esencia política, el país es el mismo. La segunda afirmación es que el PPD de ahora, lo que queda de él, se parece muy poco al que comenzó a inscribirse como partido electoral aquel año.

Contrario a lo que algunos dicen, el PPD no comenzó a organizarse desde cero. Su principal líder, Luis Muñoz Marín, era ya una de las principales figuras del país gracias a su origen familiar y a la fuerza política que obtenía de La Democracia, importante periódico fundado por su padre que él controlaba. Se había destacado como líder desde la década del ’20 y desde 1933, cuando comenzó el Nuevo Trato del presidente Franklyn D. Roosevelt, era visto en Puerto Rico como representante de aquella administración. Cuando abandonó el Partido Liberal para, un poco después, comenzar a fundar el PPD, se llevó consigo un gran pedazo del agonizante partido de Antonio R. Barceló. Antes de participar en una elección ya tenía representación legislativa porque cuatro legisladores Liberales se pasaron a la naciente colectividad.

Esa realidad organizativa y la pertinencia de las posiciones políticas que comenzó a propagar, convirtieron de inmediato al PPD en una fuerza pujante, de gran impacto en la población. Sus emblemas y consignas lo identificaron muy pronto como una fuerza progresista, de izquierda, muy apropiado para el empobrecido Puerto Rico de finales de la década del ’30. Su color fue el rojo, el mismo que enarbolaba el socialismo europeo desde el siglo anterior, y su consigna principal –Pan, Tierra y Libertad– había presidido la revolución bolchevique veinte años antes. Para ajustarla a la realidad de Puerto Rico sólo tuvieron que cambiar Paz por Libertad. En la Rusia de 1917, ensangrentada por la guerra, al reclamo de tierra y pan se le añadía el de paz, pero en colonia puertorriqueña de los años ‘30 lo pertinente era la libertad.

El trabajo desplegado bajo aquella consigna, que juntaba los tres reclamos básicos de casi todos los puertorriqueños, facilitó que el PPD aglutinara en poco tiempo a la mayoría del pueblo. Al sector progresista que abandonó el Partido Liberal se unieron sectores que venían del socialismo, el independentismo y el sector sindical para constituir un movimiento pujante que, en apenas dos años, ascendió al primer plano de la política isleña.

Fue visto como un movimiento de redención muy necesario para un país que necesitaba urgentemente ser redimido. Aquel Puerto Rico empobrecido, sometido al más clásico de los colonialismos, que dos años antes había visto como se reprimía y se encarcelaba a todo el liderato del Nacionalismo, apostó sin reservas por el novel movimiento que prometía pan, tierra y, sobre todo, libertad.

Hoy, 80 años después, ¿qué ha cambiado? En el Puerto Rico de 1938 se hablaba de democracia (ya se decía que vivíamos en una “democracia”), pero los que se juntaron en el PPD sabían que no era verdad, que no puede vivir en democracia una país dirigido y gobernado desde afuera por leyes que aprueba el Congreso de otro país. Ocho décadas después esa realidad no sólo se mantiene, sino que es más asfixiante que nunca antes. Como lo esencial nunca cambió, el poco gobierno propio que Muñoz y el PPD se esforzaron por conseguir en entre 1940 y 1952, desapareció con un leve soplo en 2016 al aprobarse la legislación bochornosamente llamada Promesa. Ahora, como en 1938, ya no quedan ni apariencias.

El viraje que dio el nuevo partido para ser lo que es ahora, y que representó el punto de inflexión de aquel movimiento que nos prometía la redención de la patria, comenzó muy temprano, a mediados de su primera década, cuando Muñoz y el PPD renunciaron formalmente al soberanismo. Desde entonces vive en el doble discurso, en permanente ambigüedad, cuando no en la tragedia de quien disfruta de sus propias manipulaciones.

Habrá algunos lectores pensando en que si bien el PPD no nos legó la redención libertaria que anunció al nacer, sí logró afianzar un cambio económico que fue beneficioso para la mayoría. Sin duda, el pueblo se benefició con la estrategia de desarrollo económico que se implantó con éxito hasta la década del ’70. Es justo reconocer que los efectos sociales de aquellas políticas, se ampliaron gracias al pensamiento progresista del liderato Popular en el gobierno. Pero ya es hora que se tenga claro que aquella estrategia de desarrollo fue ideada a principios de la década de 1940 por el último gobernador estadounidense, Rexford Tugwell, y nunca dependió del llamado “ela”, nombre que le dieron a los cambios políticos logrados en 1952. Eventualmente, como el colonialismo nunca fue superado, las limitaciones que éste impone se convirtieron en una camisa de fuerza que achicó el desarrollo económico, llevándonos hasta el estado de indefensión que vivimos en la actualidad.

En cuanto al actual liderato del PPD sería un error proclamarlo heredero de los que fundaron el partido en 1938. Si vinculación no está con la ideología de aquellos fundadores, sino con la que condujo al viraje de la siguiente década. Desde entonces han vivido inventando cuentos de libertad que nunca existieron, buscando justificar la virazón.

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