Estimada señora Esperanza

 

 

Estimada señora Esperanza,

Me paré en la fila de la escuela como me pidió. Y mira si le hice un favor, que un diluvio me saturó los zapatos de un agua que nunca se secó. Una señora, por pena, me guareció del chubasco y admitió que usted también la había convocado a la misma encomienda. Éramos del primer cohorte que entraría a diseñar, según nos pidió, ese espacio común que queremos. Me parece absurdo, que conste. Mejor que cada quien construya en vez de dibujar, pienso yo.

Mi compañera de sombrilla lo quería pintar con casas sin trueques, calles sin dueños y orillas intactas. Le confesé que no dibujo muy bien, pero que coincidía en trazar un espacio- una finca amplia, le dije- con insondables recursos, de modo que nadie carecería de nada.

Para mi sorpresa, el agua se hizo garúa cuando entramos. Húmedos, nos llevaron por un corredor oscuro y sinuoso hasta que subimos unos peldaños empinados. El camino acabó en unos portones abiertos que, adentro, tenían cuartos con muchos pizarrones para que todos dibujaran. La dama del parabrisas y yo nos bifurcamos en las escaleras que dividían los Muñiz de los Pérez. Nos despedimos con una guiñada y confiados de que, de verdad, cada cual habría de esmerarse en su garabato. Su nombre era Inocencia.

Me fui de la escuela, señora Esperanza, pero recordé que la próxima instrucción suya era esperarle en la calle Iluso. No comprendía cómo le hallaría entre tanta persona que le buscaba igual. Meditabundo, desoí al barullo y fijé la vista en una tarima; ahí supuse que le vería.

Jamás imaginé que llegaría tan exhausta, ojerosa y cabizbaja. Me dio coraje con usted, si me puedo sincerar. La esperaba apañada, preponderante y audaz. Nos habló de paciencia, señora, pero yo soy un señor de mechas cortas. No tengo tiempo ni casco para seguir imaginando un lugar que nunca llega.

No sé si debo seguirle haciendo caso. Ayer hablé con don Coraje, el que vendía helados en la Iluso, y su manera de verlo me era más factible: olvida el dibujo que quieres tener y borra el que te hace daño. No sé si le haré caso.

De todos modos, sabe que la estimo como a una aliada del porvenir, y lamentaría no contar con usted de cara al futuro.

Cordialmente,

Desencanto Muñiz

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