Eugenio se fue a la guerra: del periodismo a la literatura.

En Rojo

El periodista Eugenio Hopgood Dávila acaba de publicar su primer libro. Se trata de una novela corta cuyo eje central es la guerra y varios relatos urbanos. Me llamó la atención el tema porque la literatura nacional más reciente apenas trabaja el asunto.

Por supuesto, en la literatura del mundo y en toda época, la relación entre la guerra y la literatura es profunda. Desde relatos épicos antiguos la literatura ha explorado los horrores, las consecuencias y las complejidades de los conflictos armados de diversas maneras haciendo énfasis en la experiencia humana en medio de la violencia y el caos. Los escritores han utilizado la guerra como telón de fondo para explorar temas como el heroísmo, el sufrimiento, la pérdida, la camaradería y la moralidad. Autores clásicos como Homero, con la «Ilíada», o Tolstói, con «Guerra y Paz», -salvando las distancias cronológicas- han dejado una huella indeleble en la literatura mundial al abordar la guerra en sus obras.

La Primera y la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil en España, así como los conflictos más recientes, han dado lugar a una gran cantidad de obras literarias que reflexionan sobre la devastación de la guerra y sus efectos en la psicología humana. Algún lector recordará clásicos como «Adiós a las armas» de Ernest Hemingway, por dar un ejemplo.

En Puerto Rico, volviendo a resumir, a par de años de la Guerra Hispanoamericana, José Elías Levis publicó Estercolero, sobre los efectos de la guerra -y el huracán San Ciriaco- en los habitantes de la isla. De mediados de siglo XX a nuestros días, Emilio Díaz Valcárcel, José Luis González, Jaime Marzán y José Colón Santana son lo más conocidos de mediados de siglo pasado a nuestros días.

Es una generalización, claro. Cinco o seis libros no son pocos, pero dada la presencia de puertorriqueños en todos los conflicos bélicos en los que ha intervenido EEUU, parecería que las narraciones serían muchas más. Entonces, aparece este libro de Eugenio Hopgood Dávila. Se trata de su primer libro de ficción. Tuve el privilegio de leerlo antes de que se imprimiera. Como se trata d alguien entrenado para la escritura -periodista- me di a la tarea de hacerle algunas preguntas sobre el oficio de escribir y la relación entre la ficción y el periodismo, y por supuesto, cómo narrar la guerra.

En Rojo: ¿Eugenio, cómo el periodismo te entrena para narrar? O quizás deba preguntar ¿narrabas y te decantaste por el periodismo?

Eugenio Hopgood Dávila: Me interesaba la literatura desde los 16 años cuando empecé a leer a García Márquez y los del “Boom”. Entonces a los 19 años tomé dos clases de literatura que me impactaron, en Estudios Generales de la UPR en Río Piedras, una de ellas con Pedro Juan Soto, la otra era de inglés avanzado, no recuerdo el nombre de la profesora que era excelente.

De ahí se me ocurrió por primera vez que yo podía escribir algo interesante, algo que me gustara a mí si yo fuera el lector. Escribí un cuento en inglés sobre un tema de contrabando y sexo en Marruecos, donde había estado el verano anterior y un cuento en español sobre un hombre sin hogar que deambulaba por la calle Loíza, un gringo jorobado llamado Jack. Sometí ambos a concursos literarios de la UPR, o de Estudios Generales y no me gané ni el reintegro, como dicen en la lotería. Después he pensado que aquel cuento sobre Jack, pudo haber sido malo, regular o bueno, pero era un cuento de siglo 21 en 1973 porque no tenía casi ninguna de las características que se dice que debe tener el cuento, no tenía mucha trama ni final sorpresivo y quizás no tenía ni un final muy definido. Esos cuentos desaparecieron entre mudanzas y huracanes.

La clase con Pedro Juan Soto fue un punto de inflexión para mí. Yo era un joven muy inseguro en cuanto a mi capacidad y talento, sobre todo en lo artístico. Pedro Juan me motivó mucho durante una especie de taller dentro de la clase que consistía de escribir un diario con ánimo literario. El era un profesor estricto, severo, intimidante, diría yo, por lo que me resultó estimulante que él percibiera talento literario en mi escritura. Luego el asunto cambió, cuando no acepté el reto suyo de escribir al menos cinco cuentos, creo que era, en el segundo semestre. Opté por un trabajo de análisis psicológico de los personajes de una novela. Pedro Juan le pareció algo cobarde de mi parte y me lo hizo saber que lo había decepcionado. Luego del choque con esa personalidad tan fuerte como era la de Pedro Juan Soto y de no haber aceptado su reto literario, me concentré más en el estudio de la música y el interés en la literatura volvió al cauce de ser un lector y la aspiración de hacer literatura quedó inactiva, como un virus latente.

El asunto es que mientras eso ocurría yo andaba estudiando psicología en tránsito a estudiar música y por mi mente nunca había pasado la idea de ser periodista, sin embargo, como ves, ya había hecho algunos intentos literarios y era un tema que me interesaba. Y claro, luego al comenzar a trabajar en el periodismo, me encontré con el relato periodístico y la crónica y me sentí a gusto en ese medio, fue como reencontrarme con esa tendencia a hacer relatos, algo que orgánicamente viene de mi madre, que era lo que llaman “una cuentista” porque tenía mil anécdotas y mucha gracia para contar cosas y hasta dramatizarlas, para colmo con memoria fotográfica, en cualquier conversación o reunión de familia y amistades. Así que el gusto por contar viene de ahí.

Aparte de José Luis González y Emilio Díaz Valcárcel la guerra no es un tema muy recurrente en nuestras letras a pesar de la enorme participación de boricuas en conflictos bélicos. ¿Por qué la guerra?

La guerra es horrible y es trágica y tiene un impacto terrible en la mayoría de los que acaban dentro de ella, sean los civiles de una zona o los soldados. En el Siglo XX nuestras guerras en nuestro territorio nacional han sido asimétricas y de baja intensidad, aparte de las operaciones de combate durante varios días a raíz de la Revolución Nacionalista de 1950. Pero en las dos guerras mundiales, la Guerra de Korea, la de Vietnam y las dos invasiones a Irak, y la guerra de Afganistán, como dijiste, miles de boricuas participaron, murieron, mataron, dejaron huérfanos y viudas, llegaron lisiados, otros perdieron su salud mental.

Durante las guerras de Irak la participación de las mujeres aumentó y así también los daños que ellas han sufrido. Por tanto, aunque la guerras no se desarrollan aquí, nos causan numerosas muertes y lesiones y tienen gran impacto en la sociedad y en la niñez que reciben a tantos padres con daño psicológico. Así que es un tema que ha sido algo subvalorado en la literatura nacional.

Sin embargo, la idea de meterme en el tema de la guerra, que es el tema de Babylon Baby, viene de la experiencia de haber hecho entrevistas y reportajes a veteranos de Vietnam en la década del ochenta, cuando empezaba en el periodismo y luego haber entrevistado y armado reportajes sobre los soldados que habían llegado recientemente de Irak y Afganistán, principalmente miembros de la Guardia Nacional y de la Reserva del Ejército que fueron activados para participar en esas guerras. Ese es el perfil general de Emilio, el personaje principal de Babylon Baby y sus compañeros. Lo de que es un tema subvalorado es una reflexión posterior. Y conste, que no he estado en ninguna guerra, ya que el reclutamiento para combatir en Vietnam había bajado cuando cumplí 18 y nunca me llamaron y mejor fue porque me hubiese rehusado a ingresar al Ejército de Estados Unidos.

Hay buen oído en los textos, en los diálogos, ¿será que eres músico?

Puede haber algo de eso. Pero creo que lo principal es que siempre me ha llamado la atención la forma de hablar de la gente, los modismos, los regionalismos, los acentos y dicciones de un mismo idioma, el argot, los refranes, en fin las palabras, el lenguaje todo. Soy una especie de lingüista aficionado y sin estudios, pero siempre he tenido esa curiosidad que es lo que me lleva a escuchar y analizar el habla incluso más que la escritura.

¿Quiénes son tus modelos literarios, si alguno?

Bueno a partir de los 16 años y en mi juventud, mis referentes eran García Márquez y Cortázar, o sea a partir del 69 e inicios de los setenta, es el momento del boom que estaba en pleno estallido. Leía con gusto también a Borges, Quiroga, Poe, Onetti, entre otros, eventualmente José Luis González pero los primeros modelos de cómo es que se escribe mejor, eran García Márquez y Cortázar. Los cuentos de Ana Lydia Vega de la década del ochenta, Pasión de Historia y Encancaranublado, me abrieron la mente y el oído a una nueva forma de narrar y a un habla de los personajes puertorriqueños más real y natural. A principios de los 90 leía a Kundera.

Más o menos para el cambio de siglo, conocí el trabajo de Roberto Bolaño y leí Los Detectives Salvajes. Sentí que la escritura de Bolaño, tan visceral y cerebral a la vez, derrumbaba muros y me mostraba otras formas de narrar que me fascinaron y fascinan como lector. Es como enamorarse de alguien. A través de Bolaño conocí y leí a Vila-Matas y a Volpi, por otras vías conecté con Sergio Ramírez, Murakami, Juan Marsé, entre otros, también me encanta el trabajo del guatemalteco Rodrigo Rey. Pienso que todo lo que uno lee y disfruta o aprecia, se convierte en una influencia mayor o menor en la escritura de uno. De la literatura nacional más contemporánea he leído y por tanto creo que he tenido algún grado de influencia de escritoras como Mayra Santos, Mayra Montero, Marta Aponte Alsina, Juan Carlos Quiñones, Rafael Acevedo, Rafa Franco y de Pedro Cabiya, entre otros. Pero en resumidas cuentas, mis grandes modelos fueron Cortázar y García Márquez en mi juventud, Borges, antes y después y Bolaño en la madurez. Casi nada.

 Me interesa el asunto de no-ficción y ficción, las distinciones en la producción de textos narrativos, y la crónica periodística.

Bueno pienso que en la crónica que se plasma en un formato más amplio, como los trabajos de Rodríguez Juliá y de Ana Teresa Toro, por ejemplo, son un género distinto a la crónica que se puede escribir en formatos más propiamente periodísticos, si bien hay revistas online sobre todo que presentan crónicas bastante extensas en las que el autor o la autora tiene menos limitaciones. Pero, aunque es más dado a fórmulas también he leído crónicas o escritos que tienen elementos de crónica, de ocho o diez párrafos en los que hay bastante garra y la escritura es creativa.

En mi trabajo periodístico, no tuve tanta oportunidad de dedicarme a la crónica más amplia, aunque algo hice. Era más bien crónica integrada con otros géneros periodísticos como los reportajes en profundidad o incluso la nota policial.

A fin de cuentas, sobre ficción y no ficción, se trata de escritos literarios, si es que lo son, que en la crónica narran hechos reales o que se perciben como reales y en la ficción inventamos los hechos aunque los tomemos, en algún grado de hechos reales, parcialmente reales, posibles o lo que se percibe como imposible. Me interesa mucho el cruce de esas dos vertientes, la novela histórica, por ejemplo, en la que se mezcla la ficción y no-ficción. Me gusta el trabajo de Javier Cercás, como en su Soldados de Salamina y en otra buenísima en la que uno de los personajes principales narra sus experiencias en la Guerra de Vietnam; está el Sexto Sueño y otros libros de Marta Aponte en donde también se navega por esas fronteras. De hecho, Babylon Baby se desarrolla dentro de unos eventos históricos muy específicos, una batalla y otros eventos que sí ocurrieron en Irak pero toda la trama y los personajes principales son ficticios.

¿ Manuel Abreu y tú hablaban de literatura?

Nos conocimos en una clase de inglés avanzado en la Facultad de Estudios Generales que era una clase de literatura en inglés. Yo estaba en segundo año y Manuel en primero, o sea, prepa de 17 o 18 años. En esa clase leímos y estudiamos la novela Portrait of an Artist as a Young Man, de James Joyce. Esa novela me impactó bastante, creo que ambos la disfrutamos y la discutíamos. Una vez me comentó que se había reunido par de veces con Pedro Juan Soto y que este había hecho comentarios muy positivos sobre un cuento que Manuel le había mostrado. Me explicó que era un cuento sobre un personaje que llegaba a una barra de la Calle Cristo que estaba de moda y que los cigarrillos que iba fumándose el personaje marcaban el tiempo del relato.

Una vez me invitó a un taller de Poesía en la residencia Torre Norte, hoy abandonada criminalmente, diría yo, en el que participaban otros compañeros. Nuestras conversaciones eran mayormente sobre cuanto tema imaginable, incluyendo la literatura, pero no creo que fuera el tema dominante. Cuando vino el poeta y sacerdote revolucionario Ernesto Cardenal al teatro de la UPR un día por la mañana en 1973, estábamos sentados en lo que se llamaba Los Tronquitos, en el camino hacia Generales. Corrió la noticia y dijimos: vamos al teatro. Manuel dijo: bueno es verdad que Cardenal es un tipo religioso, ¡pero es un poeta! Y para allá fuimos.

 Cuéntame de cómo se va formando el libro, las historias, los cuentos, cuándo, cómo, por qué.

Pues corría el fin de siglo y yo trabajaba como editor de contenido en la mesa de redacción de El Nuevo Día. Todos los días tenía que editar y corregir las historias, en su mayoría terribles, que acontecían a diario y eran reseñadas por los reporteros y reporteras. Comencé a tener la inquietud por escribir ficción de nuevo, es posible que la impotencia que sentía como editor, al estar obligado a leer y enterarme de tanta historia horrible o de locuras, tener que intervenir con ese texto pero no poder ni siquiera hacer las preguntas averiguaciones que un reportero puede hacer ni redactar en la forma que me pareciera mejor, me causaba mucha frustración y comencé a querer escribir ese tipo de historias, en las que yo pudiera crearlo todo, aunque las tramas o resultados fueran iguales o más horribles que las historias noticiosas. De alguna manera, eso reactivó el deseo de escribir literatura.

El extraño accidente del cuento Corpus Delicti, por ejemplo, sale de una noticia que leí, el de Sharineshka la Voladora, hay hechos basados en un caso real también y es como un intento de escapar del espanto. Estos cuentos y un par más fueron trabajados a cuentagotas y a veces pasaban años guardados, como si hibernaran y luego los sacaba y reescribía partes o añadía y quitaba, mientras muy poco a poco surgía una idea nueva y la iba trabajando. No todos los cuentos tienen origen en situaciones de las noticias. Hay algunas que son ficciones basadas en vivencias propias y de otra gente y otros son puro invento. Como dije antes, la idea de escribir la novela corta, Babylon Baby, surge luego de reflexionar sobre las experiencias de veteranos de guerra que entrevisté y sobre los cuales hice reportajes, la trama es totalmente ficticia pero se mueve dentro de eventos históricos. El año pasado decidí revisar todos los cuentos y lo que resultó ser la novela, reescribí algunas partes y lo pulí lo mejor que pude, La Secta de los Perros me dio el voto de confianza y aquí estamos. Mientras tanto, trabajo en una nueva novela y en otros cuentos

 

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