Guillermo, aquel director de cine

Guillermo, a los 14 años, aún no se llamaba William. Tenía una pequeña cámara super 8 con la que filmaba escenas cotidianas. A la vecina matando una gallina para hacerla con arroz. A un perro tratando de escapar del encierro de una verja de alambre eslabonado. Allí estaba Guillermo filmando, antes de que la cámara en movimiento fuera un lugar común a partir del cine europeo.

Soñaba entonces con ser director de cine. Eran los años cincuenta. Vivir en una isla perdida del Mar Caribe no era, digamos, una ventaja en este sentido. Así que el muchacho se fue con su cámara y su pelo  color zanahoria a Nueva York.

Ésa no fue la única razón. Supe que peleaba mucho con su padre. Un día dejaron de hablarse. Guiller, el hijo, William, también se fue huyendo de su padre, que se sentía castigado por el destino puesto que su hijo le había salido maricón. El viejo lo decía con desdén.

Guillermo, el padre, a veces llegaba borracho de la gallera con sus amigos y su gallo derrotado, pidiendo una sopa. Su esposa y, a veces,  mi madre (una niña entonces) le obedecían con más miedo que alegría.

No era un tipo malo, decían. Una vez le viró la cara a Isaura cuando ésta le respondió a alguna de sus salidas de macho de pico y espuela. Ella bajó la cabeza. Se alejó sin llorar. Esa madrugada Guillermo despertó al escuchar que alguien lo llamaba. Era Isaura que tenía en sus manos una olla de agua hirviendo.

Vas a tener que dormir.  Vas a legar borracho o cansado y vas a cerrar los ojos. Y si vuelves a ponerme una mano encima voy a aprovechar una de esas noches, te voy a derramar agua hirviente en los cojones y en las manos. No te vas a poder ni rascar porque no tendrás con qué ni qué. No vuelvas a hacerlo. Ahora puedes seguir durmiendo, mi amor.

Desde aquella noche Guillermo sufría de insomnio ocasional y jamás volvió a ponerle una mano encima a Isaura. La bebida era cuestión de ocasiones especiales. Para entonces ya el hijo, Guillermo, vivía en la Babel de Hierro. se hacía llamar William y usaba el apellido materno.  William nunca se convirtió en director de cine. Regresó en una sola ocasión a la isla. Al entierro de su padre. Vino con su compañero. Ese día volvió a usar el apellido paterno.

William ocupó un buen puesto en una agencia del gobierno norteamericano. Hizo dinero. No gastaba mucho. Murió a los 81 años dejando su apartamento en Manhattan a su compañero de toda la vida. El resto de su herencia la dividió concienzudamente entre primos, sobrinos y primos segundos. Algunos de nosotros ni siquiera lo conocimos porque se fue de Puerto Rico antes de que naciéramos. Gracias, Guillermo. No sabes cuánto me hubiese gustado conocerte y ver tus películas.

Artículo anteriorPlan Fiscal de la Junta para la UPR: Duro golpe para el País
Artículo siguienteRepudian violencia del estado