La solidaridad sobrevive al dolor

Por Susana Antón/susana@granma.cu

y Sumaily Pérez Carrandi/internet@granma.cu

En Cuba no son comunes los accidentes aéreos, el más reciente ocurrió el 29 abril del 2017 y anterior a éste, en el año 2010. Pero este viernes nos recordó esos dolores cuando un Boeing 737-200 arrendado por Cubana de Aviación, en el momento del despegue se precipitó a tierra entre el aeropuerto José Martí y Santiago de las Vegas.

La Avenida Rancho Boyeros de la capital cubana está diferente. No es común sentir por los alrededores el sonido de las sirenas, por ello las personas comienzan a asombrarse ante tanto tráfico. Pasan en caravanas custodiadas por la policía los camiones de bomberos, las ambulancias, las pipas de agua. Todas se dirigen a un mismo sitio.

Nadie sabe con seguridad qué ha sucedido. Al poco tiempo, otra caravana. El Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez se dirige al lugar del siniestro.

En Alturas del Aeropuerto, localidad situada entre el Aeropuerto José Martí y Santiago de las Vegas, en el municipio de Boyeros, ocurre la tragedia.

Quienes vivieron la experiencia cuentan lo sucedido de muchas maneras, pero todos coinciden en algo: el piloto del Boeing 737-200 giró el avión para caer en el campo.

Cerca de la finca La Cakuta, nombre del sitio, se encuentra el preuniversitario Eduardo García Delgado. Si no fuese por el piloto, relata un hombre, la tragedia hubiese sido mayor. No pudo llegar a la pista del aeropuerto, pero prefirió caer en tierra que sobre las casas del lugar, describen.

Dice un joven que la nave impactó contra los cables de la electricidad. No pudo llegar a tiempo, pero su maniobra salvó sin duda la vida de muchos. “Yo no lo vi, pero así me lo contaron”.

En el área viven aproximadamente 800 personas, además de existir  empresas pertenecientes a los servicios aeroportuarios. En la calle detrás del pre hay un grupo grande de residentes, periodistas, policías, bomberos, trabajadores. Veo un hombre de pie, está conversando con otros.

Yo lo sentí todo, narra, pero qué podía hacer, pensé que el avión caía sobre mí. Tiene las manos en la cabeza y los ojos rojos. No sé si es de llorar o por el susto vivido.

No sabe qué hacer, su casa está cruzando la línea por eso habla con todos. Tal vez es su manera de sentir alivio.

Cinco minutos después del impacto llegó un vecino al lugar. Él lo intentó todo. Dicen que pudo socorrer a dos accidentados. Al poco tiempo, los rescatistas. A partir de ahí comenzaron las labores de salvamento.

Encuentro a un grupo de colegas en el mercado El Caney, en la entrada de la Avenida Van Troi, cerca de la Terminal 1. Junto a ellos, más de 20 personas con sus celulares en mano. Todos observan los videos de quienes pudieron filmar. Me “pasan” uno.

Calculo más de cien personas. Al fondo, se ve el humo. “Hay que correrse para atrás”, se oye. De pronto, un silbato. La policía aparta a quienes están en el lugar. Abren un espacio. Más silbatos. La ambulancia está lista. Todos corren, el tiempo es vital. Llevan a un sobreviviente.

Llueve en Boyeros. No hay mucho más que podamos hacer. Ahora, todo depende del trabajo que realicen las autoridades cubanas en el lugar del siniestro.

De regreso al periódico, cerca del Cupet ubicado en la calle Santa Catalina, escucho de nuevo las sirenas. Por la ruta que llevamos, no sé qué pueda suceder. Guía la caravana un policía, le siguen dos carros y luego cuatro camiones blancos.

Rápido entiendo. Continúa la caravana su paso por la rotonda de la Ciudad Deportiva y dobla a buscar la Avenida 26. El convoy se separa. Uno de los camiones se adentra en el Hospital Docente Clínico Quirúrgico Joaquín Albarrán, los otros doblan en la calle 51 hasta llegar a la entrada trasera del Instituto de Medicina Legal.

A la hora del accidente, mi hijo estaba en Santiago de las Vegas. La distancia fue poca pero el susto, la duda y el dolor… ese fue inmenso.

Nadie imagina nunca la magnitud de un desastre hasta que lo ve con ojos propios. Uno puede hacer especulaciones, pero no es hasta que estás allí, rodeada de humo, bomberos, ambulancias, pobladores, que alcanzas a saberlo. La adrenalina me llevó a obviar cualquier resistencia, mi objetivo y el de mis dos compañeros de equipo –el fotógrafo y el chofer- era llegar hasta el lugar de los hechos.

Y por un momento me sentí como quien está viviendo todo en cámara lenta: las ambulancias llegando, los camilleros corriendo de un lado a otro, los bomberos cortando aquella masa grande de metal que aun pende de un árbol.

Todo era polvo y cenizas… y humo, pertenencias dispersas manchadas por el fango, perdidas en la maleza. Me sentí entumecida  por unos minutos. Luego descubrí que ese no era solo mi sentir. Estábamos atónitos y no es para menos, en Cuba han sido  pocos los accidentes aéreos. Nadie sabía qué decir, nadie podría responder mis preguntas, entonces supe que no era por negar la información, sino porque todos, absolutamente todos, estábamos siguiendo un instinto humano: salvar, ayudar, socorrer.

Un oficial de la Policía Nacional Revolucionaria insistió en que con mi presencia estaba entorpeciendo la labor de los bomberos y mientras me hablaba, me detuve a reparar bien en él: era un hombre joven, moreno, delgado, quizá con poco tiempo dentro de las filas de la PNR, no lo sabría decir con seguridad. Le temblaba el mentón al hablar y la voz. Esa actitud me sacó del estado de adormecimiento que tenía, porque comprendí la conmoción de cada persona. Volvía a la noticia, era vital contar todo lo que allí estaba ocurriendo.

Atravesé un campo para llegar hasta donde los pobladores, pensé en mis alergias, pero cuando volteé a mirar por encima del hombro, detrás mío había una mancha negra enorme del accidente, cualquier padecimiento resultaba insignificante en aquel instante. Llegué hasta las personas, esperanzada de que alguien pudiera saber.

Dos señores, vecinos cercanos al lugar del accidente conversaban fuera de su casa. Interrumpen la charla cuando me les acerco. Uno se queda mirando detenidamente mi identificación que en letras grandes y rojas dice: Prensa Granma. Mira al piso y no espera que le pregunte.

“No vi el avión», dijo. “Sentí una explosión fuerte y cuando salí pa’l camino vi el humo, las explosiones seguían y sentí miedo».  Se miran entre sí. El otro hombre, uno años más joven, me asegura que sintió el sonido de la explosión, pero hasta que no vio el humo no comprendió de qué se trataba.

“Los vecinos salimos enseguida a tratar de ayudar. Lo más importante era salvar a las personas. Esto no lo vemos todos los días aquí. Estas cosas no pasan en Cuba», me dice como quien busca una explicación para tan fatídica situación.

El vuelo Habana-Holguín llevaba 104 pasajeros. Cuatro personas llegaron en estado crítico al Hospital Universitario General Calixto García. Uno murió.

Nos entrevistamos con Roberto Peña, presidente de la Corporación de la Aviación Cubana. “Era un avión arrendado por Cubana de Aviación a la Aerolínea mexicana Global. Las autoridades trabajan en identificar las causas que dieron origen a tal accidente», afirmó Peña.

Allí no nos quedaba mucho más por hacer que dejarles espacio a las autoridades y los oficiales para que continuaran lo más rápido posible las investigaciones pertinentes.

Fui entonces hasta donde estaban los familiares y, por primera vez, reprimí el impulso periodista de preguntar. No podía, esos, sin lugar a dudas, fueron los rostros más tristes que he visto en mi vida.

Reproducido de www.granma.cu

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