Miel que me das: Epitafio a un cabro – Ánite

Epitafio a un cabro
Cabro, los niños te pusieron riendas púrpuras
y en tu hocico lanudo un bozal al jugar
a las carreras de caballo en torno al templo
para que el dios los viera disfrutar su inocencia. 



Epitafio 6.312 (Antología Palatina), traducido del griego antiguo por Cristina Pérez Díaz
Dibujo en tinta sobre papel de Emanuel Torres

 

Nota de la traductora

Ánite de Tegea es una poeta de los siglos 4to y 3ro a.C. Después de Safo, es la poeta mujer de la antigüedad griega de quien más textos conservamos, aunque realmente se lee y conoce muy poco. Su género fue el epigrama; compuso epigramas fúnebres (epitafios), votivos y su innovación parece residir en dos gestos: la invención del epigrama bucólico, en donde el paisaje agreste toma prominencia sobre otros elementos; además, Ánite innovó escribiendo epitafios para animales, pioneros de un género que se popularizaría más tarde, cuyo exponente más conocido es Catulo, el poeta romano del siglo 1ro a.C.: se trata de poemas breves escritos en el estilo y metro de los epigramas inscritos en tumbas, pero compuestos para animales en vez de personas.

Los epigramas solían inscribirse sobre piedra u otros materiales duraderos en lugares públicos (tumbas, caminos, edificios, monumentos, etc.), ya para conmemorar la memoria de una persona o de un evento, ya como ofrenda a los dioses, ya como anuncio. En general, son composiciones breves, usualmente compuestas en dupletos elegíacos: una primera línea en hexámetro dactílico (el verso de la poesía épica) seguida de una línea más corta conocida como “pentámetro”.

Con escritoras como Ánite, el epigrama dejó de ser un género primeramente utilitario u ocasional y se convirtió también en un género “literario”, en el sentido de que comenzaron a componerse epigramas ficticios como imitaciones de epigramas reales, sin relación con una persona, lugar o evento específico, y más bien publicados en libros para la mirada privada, en vez de en superficies exteriores para la mirada pública. Este epigrama de Ánite probablemente perteneció a un libro y no a una tumba.

 

 
Artículo anteriorJunte solidario por Colombia
Artículo siguienteColombia en llamas: el fin del neoliberalismo será violento