Otros Betances: el literato, la exclusión y una primera mirada

 

Ubicar a Ramón E. Betances Alacán (1827-1898) en el contexto de la historia cultural de Puerto Rico no debería ser, a altura del siglo 21, un problema mayor. La recuperación y anotación parcial de la mayor parte de una obra relegada al olvido ha sido posible gracias al trabajo de recopilación de Paul Estrade y Félix Ojeda Reyes en su meticulosa obra completa. La lectura de esta colección sugiere que, como médico, pensador y literato, el caborrojeño tradujo bien los valores del científico y el revolucionario modernos. Su obra política y su correspondencia, por otra parte, ratifican que como teórico y activista poseía un proyecto social que aspiraba a representar los intereses del abajo social, como insistiría la interpretación romántica y nacionalista de su vida, así como los intereses de aquel sector del cual provenía, la clase criolla insular que, a pesar de que disfrutaban cierto poder material, era marginada por una minoría peninsular celosa que los devaluaba y excluía de la hispanidad plena.

Historia de una exclusión

Como creador de poesía y narrativa, Betances Alacán sintetizó de forma original algunas de las corrientes más ricas y complejas de su tiempo. En su conjunto el estudioso se encuentra ante un polímata complejo y polifacético que se movía con seguridad entre las artes y las ciencias. Como autor escribía lo mismo en castellano que en francés, traducía de aquel idioma y del latín y era capaz de compartir, en una época en que ello representaba una virtud y no un vicio, los valores de la vieja Europa y de la antillanidad / caribeñidad desplazándose con comodidad en ambos espacios. Su cultura científica y su condición de médico y cirujano destacado, una excepción en esa profesión, completaban el cuadro de lo que Eugenio María de Hostos denominó el “hombre completo”1, un interesante signo del balance ecuánime entre racionalidad y emocionalidad. El resultado de aquella vorágine de elementos era ese intelectual y artista híbrido lleno de contrastes que, en ocasiones, entraban en contradicción y podía resultar difícil de comprender para las gentes del presente. Una figura de esa índole no debería admitir simplificaciones que en última instancia solo mutilarían su imagen.

El hecho de que su obra literaria no fuese muy voluminosa no justifica su omisión. La bibliografía puertorriqueña del siglo 19, si doy crédito a las anotaciones bibliográficas de Manuel María Sama2 y las quejas de los productores culturales del canon desde Alejandro Tapia y Rivera hasta Lola Rodríguez de Tió o a las observaciones de estudiosos casuales como Carlos Peñaranda3, no fue mucha. La industria del libro, un concepto difícil de precisar para aquel siglo tanto como pude serlo en el siglo 21, surgió con dificultad en un escenario poblado de censuras. La producción de editorial fue pobre, fue resultado de la autogestión de tipógrafos e impresores y en general representó un riesgo político y económico para los pequeños inversionistas. La vida literaria de Betances Alacán, aparte de su condición de exiliado desde 1867, no difirió de otros casos del siglo 19 al menos en ese aspecto cuantificable. La paradoja de que los puertorriqueños del siglo 20 pudieron haber conocido mejor que los puertorriqueños del siglo 19 la literatura del siglo 19 está allí, mirándonos con encono. Entre la censura y el analfabetismo el escritor puertorriqueño del siglo 19 produjo objetos de consumo accesible solo a minorías y elites. El olvido sistemático de aquel acervo en la posmodernidad en un tema que debería debatirse con más profundidad en otra ocasión: desmontar la modernidad esquivando la mirada a aquel siglo no me parece práctico.

Para entender a este otro Betances sí debe tomarse en consideración que el vehículo de lenguaje en el cual se expresaba en su escritura creativa no era el castellano o el español de las Antillas. Para la literatura el caborrojeño prefería el francés, idioma literario del siglo. No solo eso: en algunos casos su lenguaje sugiere que escribía para el público europeo. En este aspecto su actitud recuerda la de Eugenio María de Hostos Bonilla quien, durante la década de 1860, vivía ansioso por convertirse en un escritor reconocido en España y en lengua castellana con el fin de invertir el prestigio adquirido como escritor, le sirviese para trabajar políticamente en favor del futuro de las Antillas. El castellano o el español de las Antillas sirvieron a Betances Alacán para organizar su discurso militante y político. Es bien probable que su predilección por el francés como lenguaje literario contribuyera a su exclusión del canon de entronque hispánico de la literatura puertorriqueña decimonónica que la crítica converge en considerar como fundamento de la literatura nacional. No sería tampoco un caso único. Numerosos escritores nacido en Puerto Rico y que incluso escribieron en español disparos por el mundo son también ignorados por el canon, asunto que habría que tratar en otra ocasión. La idea de la identidad legítima es una trampa de muchas bocas.

El affaire y el canon poseía otras complejidades que se hicieron patentes a lo largo del siglo 20. La más notable era que Betances era todo menos hispanófilo. Cuando Pedro Albizu Campos lo rescata como signo identitario del asunto obvia el hecho por completo. De acuerdo con el líder nacionalista Los rebeldes de 1868 “se inspiraron en Dios”, un argumento que chocaba con el secularismo betanciano, y que los problemas entre España y Puerto Rico eran asuntos menoren que podían resolverse en el seno de la familia.4

No solo eso. Como lector Betances miraba con suma cautela ideológica las expresiones literarias de la clase culta criolla y sus representantes a quienes reprochaba su ausencia de compromiso con la independencia y su sumisión a la España autoritaria. La respuesta de la clase culta criolla a aquel reclamo estuvo marcada por la crítica intensa y acrimoniosa a su antiespañolismo, actitud en la cual liberales reformistas y conservadores estaban de acuerdo. El hecho de que el discurso dominante de la identidad puertorriqueña durante el siglo 20 fuese hispanófilo está, por lo tanto, en la base de la supresión de esta figura del canon. La exclusión también es comprensible a la luz de otras de sus prácticas. “Bin Tah” y “Louis Raymond”5, dos de los seudónimos que usó para firmar sus trabajos literarios, no tienen el sabor tropical manifiesto en “El Antillano”, alias utilizado para su producción política.

Por último, el hecho de que el castellano o el español de las Antillas se enseñoreara en sus ensayos, oratoria y correspondencia personal y pública no deja de ser un problema. La crítica convencional nunca estuvo dispuesta a apropiar aquellos subgéneros como una expresión literaria legítima sujeta a la crítica formal. De hacerlo el archivo betanciano crece de manera dramática, hecho que multiplica las posibilidades interpretativas. El cambio de óptica -abrir el concepto de lo literario y hacerlo más inclusivo- produciría un efecto distinto al que la tradición ha impuesto a la elucidación de esta figura central de la cultura del siglo 19.

La exclusión de Betances del canon, en última instancia no puede ser comprendida sólo en el contexto de los (pre)juicios culturales presente en la definición de la identidad puertorriqueña el siglo 19 -dominada por la moderación política de los liberales-, y el siglo 20 -dominada por la hispanofilia clerical de ciertos nacionalistas-. Su exclusión del canon también derivó de su condición de separatista independentista y confederacionista, una postura que excedía los límites de tolerancia de liberales reformistas, autonomistas y conservadores. Ello justificó por mucho tiempo su supresión del panteón político oficial. El hecho de que ideológicamente tampoco encajara en las convenciones nacionalistas emergentes durante las décadas de 1910 y 1920 por su concepción de una identidad colectiva e interinsular, la antillanidad, dificultaba encajarlo en el universo plano de la canonicidad discursiva.

Los liberales reformistas, autonomistas y conservadores, como defensores de la integridad de la relación de Puerto Rico y España y francos opositores de la separación de Puerto Rico confluyeron en el proyecto de “invisibilizar” a Betances sobre la base común del respeto cándido a la hispanidad considerada madre de la expresión local. Me imagino la incomodidad de aquellos sectores ante el médico rebelde que, con refinada ironía, en lugar de referirse a España como “Madre Patria” la reducía, con plena conciencia literaria, a la condición de “madrastra patria”6 o, como cuando en entrevista con Luis Bonafoux Quintero en Neuilly afirmaba que no había sido España una “madre cariñosa”7. A la altura del siglo 21, cuando hispanidad e hispanofilia han dejado de significar algo en un mundo de identidades fluidas o líquidas, ya no debería representar un problema. Es posible que así sea, veremos.

Literatura de Betances: un contexto abierto

En la obra literaria de Betances coinciden una diversidad de tradiciones culturales complejas. Los valores del Racionalismo y la Ilustración francesas de la segunda parte del siglo 18, han sido señalados a la luz de la lectura detenida de su relato satírico “Viajes de Escaldado” (1888), traducido y comentado por Carmen Lugo Filippi (1982)8. La interpretación social como crítica anticlerical en el estilo de Voltaire, uno de los fundadores de la mirada moderna del mundo social, es innegable en el texto aludido el cual ha sido tratado como una reescritura creativa del texto del autor francés. De igual modo, los valores del Romanticismo alemán y británico de fines del siglo 18 y principios del siglo 19 (1820), han sido apuntados en el volumen precursor Betances, poeta (1986)9, antología recopilada y comentada por el poeta trascendentalista y crítico Luis Hernández Aquino, y en las traducciones que hizo de algunos poemas suyos la profesora e investigadora de la Generación del 1930 Concha Meléndez10.

Ese es el Betances de las convenciones literarias, el que se movía entre el Neoclasicismo y el Romanticismo con suma facilidad. No hay que olvidar que el bautismo de la literatura criolla regional, según se concibe en la canonicidad, se dio en medio de aquel contencioso europeo. Esa imagen de Betances literato era producto indirecto de la selección de poemas recogidos por su primer antólogo y comentarista, Bonafoux, en su clásico volumen Betances (1901). El antólogo y el antologado curiosamente, estaban coincidían en dos cosas. Ambos eran rechazados por la clase culta criolla y ambos resentían de la pusilanimidad política de esta desde una perspectiva muy europea o cosmopolita pero ciertamente dispar.

El Betances que se formó intelectualmente entre Tolosa y París, fluyó en aquellos espacios de debate entre los valores neoclásicos y los románticos, sin duda, pero no puede ser reducido a ellos. Este autor se encuentra más allá de aquel dualismo en el cual la crítica canónica ha encontrado los fundamentos de la literatura europea moderna y los de la literatura criolla (puertorriqueña) emergente. En todo caso, el esquema servirá para comprender el Betances literato de las décadas de 1850 al 1889. Pero será poco lo que diga del Betances literato de la década de 1890 quien, del relato y el poema de ocasión, había emigrado al periodismo creativo y a la reflexión crítica en el significativo registro que es su correspondencia personal.

Fragmento del libro inédito El laberinto de los indóciles: epílogos (2021)

El autor es Historiador y escritor

1Eugenio María de Hostos (1939) Obras completas. Vol. XIV. Hombres e ideas. La Habana: Cultural S.A.: 291.

2Manuel María Sama (1887) Bibliografía puerto-riqueña. Mayagüez: Tipografía Comercial.


3Carlos Peñaranda (1878-1880 / 1967) “VI” en Cartas puertorriqueñas. San Juan: Editorial El Cemí: 49-56.


4Refiero al lector la lectura del panfleto Partido Nacionalista de Puerto Rico (1930-1935/ 1967) Lares. Proclamas del Nacionalismo 1930-1935. Lares: Ediciones Año Pre-Centenario de la Proclamación de la República.


5Paul Estrade (2017) “Louis Raymond” en En torno a Betances: hechos e ideas San Juan: Callejón: 29-33.


6Ramón E. Betances “Carta de París” (1876) en Haroldo Dilla y Emilio Godínez Sosa (1983) Ramón Emeterio Betances. La Habana: Casa de las Américas: 157-159.


7Ibid.: 365-368, y Luis Bonafoux (1987) Betances. San Juan: ICP: LXIX-LXXIII.


8Carmen Lugo Filippi (1982) “Betances y Voltaire: Para un Scarmentado un Scaldado (problemas de intertextualidad en un cuento de Betances)” y Ramón E. Betances Alacán, “Viajes de Escaldado” (1888) en Caribe 3.4: 115-129.


9Luis Hernández Aquino (1986) “Betances, poeta” en Betances, poeta Bayamón: Sarobei: 6-15.

10Concha Meléndez (1968) “Día y noche de Betances” en Revista del Instituto de Cultura puertorriqueña 11.40: 48-51
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