¿Se mantendrán las sanciones contra Rusia?

Especial para CLARIDAD

Cuando Marx y Engels estudiaron el capitalismo a mitad del siglo XIX destacaron su naturaleza global como una de sus características fundamentales. En la primera parte del Manifiesto Comunista dicen: “Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía da un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países… En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones, Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual.”

Como vemos, hace 175 años, mucho antes de que se hablara de “globalización”, quienes con mayor profundidad estudiaron el entonces nuevo capitalismo, destacaban el enlazamiento entre naciones como una condición definitoria del sistema. Se trata, nos decían, de una estructura supranacional, que vincula países y los hace depender unos de otros. Sin esa interconexión el capitalismo no puede operar.

Ese análisis primario de Max y Engels venía a la mente cuando leía sobre la lista de “sanciones” que Estados Unidos y la Unión Europea quieren imponerle a Rusia como castigo por su invasión a Ucrania. Las medidas van dirigidas a aislar a Rusia, separándola en la práctica de sus colegas capitalistas y desarticulado su economía, limitando así su capacidad para financiar la operación militar. Buscan, además, que la guerra desatada en Ucrania termine desangrando la economía rusa, causando un efecto similar al que la intervención en Afganistán en 1979 le provocó a la Unión Soviética. ¿Funcionará esta estrategia ante una Rusia capitalista integrada al mercado mundial?

A primera vista, surgen cuestionamiento porque la URSS de la década del ’80 es muy distinta a la Rusia del siglo XXI. Aquella todavía insistía en la autarquía socialista y su vinculación al mercado global capitalista era limitado. La Rusia de ahora es activa integrante del capitalismo mundial y tiene a Europa como su principal mercado. Su sistema bancario está integrado al de sus homólogos y las inversiones transitan en ambas direcciones todo el tiempo. La digitalización de los últimos 20 años ha hecho esos vínculos mucho más intensos mediante la comunicación instantánea e intercambios de todo tipo. Los grandes oligarcas rusos invierten en Nueva York y Londres, mientras los de acá, como Donald Trump, lo hacen en Moscú.

Esa interrelación presenta dos interrogantes. En primer lugar, levanta cuestionamientos sobre la efectividad de las sanciones y su verdadero efecto sobre la economía rusa. Algunas de las acciones necesariamente rebotarán como ya se está viendo en la crisis del petróleo. Y no se trata de que la inestabilidad y la tensión provoquen un aumento en los precios, sino que el motor económico de Europa se alienta cada día con la energía que llega desde Rusia. Esa dependencia no se podrá alterar en cuestión de días y el costo del cambio será altísimo.

En segundo lugar, si bien la interrelación que impone el capitalismo hace que el golpe en una esquina se sienta en la otra, también facilita que una parte de ese todo pueda ser golpeada con mayor facilidad por los demás integrantes del grupo. El sistema bancario de Moscú, por ejemplo, está entrelazado al de Londres, y las relaciones de tamaño y dependencia favorecen al británico. haciendo el ruso más vulnerable. La expulsión de Rusia del sistema de validación e intercambio bancario, así como del financiamiento por medio de tarjetas de crédito, representa un disloque significativo para su economía.

Recientemente el reputado economista estadounidense Paul Krugman expresaba su asombro por la rapidez con que Rusia había sido separada (“cut off”) de la economía mundial. Es decir, según Krugman, ya el aislamiento fue exitoso y se preguntaba si los aliados de Moscú, en particular China, podrían rescatarla permitiéndole darle la vuelta a las sanciones impuestas. Ante esa interrogante, la conclusión del economista es en la negativa porque, aunque se trate de vecinos y aparentes aliados, sus economías tienen poca interrelación, estando Rusia orientada hacia el oeste y no hacia el este. Además, afirma Krugman, dada la diferencia en tamaño de las economías, Rusia terminaría siendo un socio menor (“vassall state”) del gigante asiático.

Lo que Krugman no discute es si el llamado “Occidente”, léase Estados Unidos y la Unión Europea, tienen la capacidad y, más aún, la intención, de mantener las sanciones contra Rusia, reteniendo para ésta el estatus de “paria” que los políticos estadounidenses proclaman. La historia reciente está repleta de ejemplos de sanciones que no se mantienen porque los socios capitalistas, como algunos matrimonios, se contentan tras la disputa y vuelven juntarse, aunque cada uno mantenga el puñal oculto en la espalda. Todos sabemos, además, que los líderes nacionales van y vienen, pero el capitalismo como sistema, permanecerá. Dentro de algunos años Putin o su sucesor podría estar sentado en la misma mesa con el sucesor de Biden o discursando en la última cumbre de la Unión Europea, mientras los oligarcas de uno u otro lado pasean en sus yates o se retratan con el último Picasso adquirido en subasta.

Los que no estarán sentados en la mesa serán los ucranianos que fueron aplastados por el misil ruso ni los que ahora sufren el éxodo doloroso que vemos cada noche en la pantalla. Para ellos las leyes del capitalismo funcionan de forma distinta.

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