En la foto, un personaje de espaldas, vestido y accesoriado de negro: largo chaleco de cuero sin mangas, sombrero panamá, múltiples brazaletes. Una bellísima ventana que me resulta familiar, por sanjuanera.
En el titular, las palabras “crypto” y “utopia”. “The Dawn of a new Crypto Utopia?”.
Los lectores regulares de la sección de negocios del New York Times (yo, la verdad, voy directo a “magazine” y “book review”, aunque así como están las cosas, me vendría bien saber algo sobre finanzas) seguramente vieron lo mismo que yo (titular y foto) pero su proceso de libre asociación fue probablemente racional, y pensaron cosas así como “bitcoin” o “blockchain”.
¿La palabra que llegó primero a esta atormentada mentecita mía?
CHUPACABRAS.
Sí, qué pachó. A estas alturas todos deberíamos saber alguito del nuevo mundo de la moneda virtual. Especialmente teniendo en cuenta que algunos de sus protagonistas le han echado el ojo a esta isla nuestra que se vacía. Pero déjeme describir mi tren de pensamiento: la palabra “cripto” significa “oculto”, y la “criptozoología” (algunos la llaman “ disciplina”, y otros “pseudociencia”) se refiere al estudio de criaturas tipo chupacabras, monstruo del lago Ness, y Patota (A.K.A. Big Foot.) Los criptozoólogos boricuas, el más famoso de los cuales es posiblemente Chemo, antiguo alcalde de Canóvanas, se ocupan del estudio y cacería de entes esquivos e improbables como el chupacabras, la gárgola, la pantera, el alien de Lajas, y el vampiro de Moca.
Estas criaturas misteriosas y siniestras se llaman “críptidos”.
Así que ya ve usted por qué la imagen del personaje de negro, encima de ese cripto-titular, me puso a pensar en chupacabras y vampiros.
Se trata, sin embargo (según me fui enterando al leer) de Brock Pierce, un joven magnate que ha hecho una fortuna produciendo y especulando con modalidades digitales de moneda que son descentralizadas e independientes de bancos o gobiernos. Pierce y sus crypto-amigos se han mudado a Puerto Rico y se han puesto a comprar edificios y terrenos. Aún no deciden si montar su ciudad (PuertoCrypto) en Roosevelt Roads, el Viejo San Juan u otra parte, pero en el interín se pasan el día comprando propiedades, jangueando y haciendo turismo. Se van a reunir en una cripto-conferencia en marzo y confían en recibir allí el espaldarazo público de nuestro gobernador.
A Pierce le gustan los rituales: se acurrucó en una ceiba frente a la periodista, a meditar y rezar, y, acto seguido, le besó los pies a un mendigo que pasaba por allí. ¡De complejo de Buda a complejo de Cristo en veinte minutos! El suyo es un cripto-sincretismo de lo más pintoresco: cree en los poderes de los cristales; predica las virtudes sagradas del discurso de Chaplin en su personaje de Hitler; recoge basuritas de metal para su altar. Sus acólitos en varios blogs se refieren a él como un “líder espiritual”, a nuestra situación como una “tormenta perfecta”, y al cripto-movimiento como “una nueva religión”. Uno de sus más fieles seguidores lo llama, sin tapujos y sin ironía, “Grand Wizard.” En serio. De seguro que el pobre (¡¿pobre?!) no sabe nada del Ku Klux Klan y piensa que está haciendo referencia a…qué sé yo. ¿Harry Potter, quizás?
Los adinerados crypto-chicos que han decidido vivir entre nosotros en nuestra isla exhiben esa extraña combinación –inconsciencia, egocentrismo adolescente, y una especie de crédula inocencia–que suelen padecer los billonarios. Tal vez porque creer que la fuente de su fortuna es su (extraordinario) talento, combinado con la voluntad divina o con fuerzas espirituales que residen en ceibas y cristales, es una manera eficaz de protegerse de la terrible verdad: que las mismas estructuras que les permiten enriquecerse mantienen a otros humanos en la pobreza. Que su riqueza y nuestra miseria son dos caras de la misma cripto-moneda.
Que la Biblia la pegó, con eso del camello y el ojo de la aguja. Que su talento es privilegio, que la ceiba es una ceiba y no un bodhi tree, que el mendigo es un mendigo y no un asceta.
No saben qué hacer con sus montones de dinero, pero sí tienen muy clara una cosa: que no se lo quieren dar al gobierno. De hecho están aquí porque por alguna razón hemos decidido no cobrarle impuestos a la gente rica, con la loca esperanza de darnos una mojaíta en el trickle down de su actividad económica.
A la periodista del New York Times, sin embargo, le dijeron que están aquí por motivos de “compasión” y “transparencia”. Que vienen a salvar la isla de 500 años de abuso. Que son “capitalistas benévolos”. Muy altruistas, en fin, nuestros cripto-salvadores. Dos meses antes de salir en el NYT y alarmarnos a todas, uno de ellos describió al grupo como “pensadores avanzados” que “no están aquí por el dinero” sino para predicar una nueva religión, “la religión de la paz, la religión de la economía, la religión de todas las cosas bellas y de todas las cosas que queremos para este mundo.” Ajá.
No que la manada de ricos que llegó hace algunos años atraídos por la ausencia de impuestos y la invitación a iluminarnos con su buen ejemplo (A.K.A. Ley 22 del 2012) sea mejor o menos…críptida. Esos ricos más maduritos que hoy critican a los jóvenes cripto-ricos tampoco pasan el test de la aguja, y sus instrumentos financieros (derivativas, fondos de cobertura, acciones, aparatos así) me parecen tan especulativos y misteriosos como el bitcoin, francamente. De hecho nos han quebrado (sin ellos quebrarse) más de una vez.
Al final del día, son todos una partida de críptidos, comprando la isla a precios de liquidación, con la complicidad de los chupacabras y vampiros del patio.