Será otra cosa: Memorial a destiempo

Los memoriales deben ser edificaciones simbólicas para rectificar el silencio, la violación de derechos humanos y la violencia injustificada sobre un grupo de personas. A diferencia de los monumentos, no celebran una gesta o una vida, sino, como su nombre señala, se erigen para recordar el sufrimiento injustificado de un determinado grupo de personas en un momento particular de la historia. La pieza de arte se propone en el espacio público para materialmente reconocer y confrontar errores sociales. Es una forma de digerir un asunto neurálgico de la historia, pero desde una perspectiva reparadora. Si bien aluden a una escena dolorosa del pasado de un país, deben proponer un proyecto común en el presente y el futuro que repare lo que el memorial insiste en recordar. Son la materialización del inicio de un proceso social encaminado a resolver lo que causó la edificación del memorial.

Así, en Berlín, por ejemplo, el impresionante Monumento a los Judíos de Europa Asesinados se impone como un lugar de recuerdo, honra y advertencia. Diseñado por Peter Eisenman e inaugurado en 2005, el memorial a las víctimas del holocausto está situado en el centro de la ciudad, cerca de la Puerta de Brandemburgo. Es un pétreo centinela de un pasado vergonzoso que se quiere superar.

En Santiago de Chile, el Memorial del Detenido Desaparecido y el Ejecutado Político, así como el Parque de la Paz Villa Grimaldi dan cuenta de los crímenes del régimen dictatorial de Augusto Pinochet. Son sitios de la memoria construidos por iniciativa de amigos y familiares, lugares donde los ciudadanos pueden ir a recordar a los muertos, pero también a censurar las acciones de la dictadura. Son huellas materiales de una historia criminal, un NuncaMás en piedra. Los nombres de los hombres y mujeres asesinados o desaparecidos impunemente tallados en las murallas obligan a procesar el trauma y a no olvidar.

Quizás uno de los ejemplos más recientes y conmovedores es el memorial a las víctimas de los linchamientos en Montgomery, Alabama. Inaugurado en abril pasado, el Memorial Nacional para la Paz y la Justicia está dedicado a los miles de afroamericanos linchados por los blancos supremacistas durante la historia del terror racista en los Estados Unidos. Este es un caso inusual, porque a diferencia de otros memoriales, la injusticia social aún no ha desaparecido, toda vez que el racismo hacia los afroamericanos se evidencia cotidianamente, como sabemos, en la violencia policiaca, la violación de los derechos humanos y civiles de la comunidad o en la brecha racial de la sociedad. Confrontar la perpetuidad del racismo y de la violación de los derechos a la comunidad afroamericana en la sociedad norteamericana actual es uno de los imperativos de Equal Justice Initiative, la organización a cargo del memorial.

De aquí que la petición del gobierno a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico para que diseñe un memorial para las víctimas del huracán María sea indigna y a destiempo. En la conferencia de prensa sobre los resultados de la investigación del Instituto Milken de la Escuela de Salud Pública de George Washington University (GWU), cuando el gobierno, al fin, aceptó oficialmente el elevado número de víctimas del huracán María, que según dicho informe es 2975 muertes, el gobernador Ricardo Roselló Nevárez aprovechó para encomendar a la Escuela de Arquitectura el diseño del memorial que planifica colocar en algún lugar del sur de la isla.

Un memorial no puede ser la estrategia estatal para acallar a los muertos, para falsificar lo sucedido, para pasar a otra agenda, para cerrar la puerta a los espectros que recuerdan una administración bochornosa organizada sobre el lucro corporativo, la ineficiencia y el encubrimiento. No puede ser tan fácil desentenderse de la responsabilidad de esas muertes. Sobre todo, cuando tan temprano como octubre pasado, a semanas del paso del Huracán María, ya el Centro para el Periodismo Investigativo, entre otros medios, alertaba sobre el alto número de muertes, la posible epidemia de leptospirosis y la crisis en las morgues y los hospitales del país. En ese momento era importante asumir la responsabilidad de gobierno y encaminar la agenda al bienestar público. En cambio, la respuesta fue mantenerse en la cifra oficial de 64 muertos, incluso después de que se publicaran los resultados de la Universidad de Harvard, que puso en la mirilla internacional la corrupción y el encubrimiento del gobierno, al estimar en 4,645 la cifra de muertes relacionadas al huracán María.

A un año del paso del huracán, todavía los toldos azules son los techos de miles de hogares puertorriqueños. Más que un monumento, habría que orquestar proyectos y acciones que alivien la situación precaria de los damnificados, como bien sugieren los miembros del Consejo de Estudiantes de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Puerto Rico. Hay que coincidir con los estudiantes, sería un monumento a destiempo pues aún continúa la tragedia para miles de ciudadanos.

No son tiempos de memoriales, Sr. Gobernador, sino de una verdadera agenda de reparación y reconstrucción que dignifique el sufrimiento y la vida de todos los puertorriqueños.

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