Topografía: A partir de noviembre

Digamos que cada mes tiene su afán, su peso histórico y emotivo.

Estamos en noviembre de 2017. Si viajáramos a través del tiempo, gracias a la imaginación y a los documentos, hasta ubicarnos en 1950 y recorriéramos las cárceles de Puerto Rico, podríamos ver y oír cómo las celdas se van llenando de presos nacionalistas. Hace unos días ha ocurrido la Insurrección del 30 de octubre. Es, pues, a partir de noviembre, y por los años venideros, que comienza el encierro grande y crece la capacidad de resistencia. Durante las décadas siguientes, los insurrectos irán saliendo, con cicatrices, más viejos; pero victoriosos y ejemplares; los últimos vendrán de Estados Unidos en 1979.

Si viajáramos, veríamos acciones y actitudes heroicas, y otras que escapan a estas clasificaciones pero serían significativas. Veríamos la cotidianidad de líderes y combatientes anónimos y escucharíamos conversaciones de las que nadie ha tenido noticia. Para este viaje contamos con testimonios que alimentan la imaginación. Heriberto Marín, Francisco Matos Paoli, Blanca Canales e Isabel Freire, entre otros, han escrito de sus experiencias.

Al transportarnos escucharíamos, por ejemplo, los debates (“discusiones sobre ideologías y tácticas”) entre Tomás López de Victoria (Comandante General del Ejército Libertador y el responsable de la orden marchar el día de la Masacre de Ponce ) y Deusdedit Marrero, comunista, que no participó en la Insurrección. La esposa encinta de Marrero, muy afectada por la prisión de su compañero, se suicidó. Al salir, ya no sería el mismo. Según Marín, a Deusdedit “lo habían destruido”, “deambulaba por las calles”. (Eran Ellos, 107)

Podríamos escuchar las conversaciones entre Heriberto Marín (uno de los alzados en Jayuya) y Ramón Medina Ramírez cuando tenían “la oportunidad de salir a coger sol” y caminaban “por el pasillo de la sección”. Medina Ramírez fue presidente interino del Partido Nacionalista y autor del monumental libro El Movimiento libertador en la historia de Puerto Rico.

Veríamos a Corretjer, que había estado ya preso con Albizu, y fundaría después la Liga Socialista,  y a José Enamorado Cuesta, viejo comunista. (Ninguno participó de la Insurrección). Ambos escribirían poesía. Don José recitaría desde su celda. Marín nos dice: “Caminaba derechito, recordando que había sido miliciano en la Guerra Civil Española.” (35)

Más adelante seríamos testigos de los ayunos patrióticos de Matos Paoli y de su escritura en papel y en muros. Lo veríamos escribiendo “Somos el porvenir de las espadas. / Somos el sándalo de la noche ciega. / Somos, como nunca, una alegría secreta.” Versos que con otros saldrán clandestinamente de la prisión dentro de un saquito de azúcar. Podríamos presenciar, por ejemplo, la escritura de la nota que acompaña un poema dedicado a sus hijas pequeñas: “Les envío esta canción de un pajarito que viene a visitarme todos los días desde la rama de un árbol de quenepo cercano a La Princesa en donde me hallo. Dios me conceda el poderlas ver pronto como veo a este pajarito que se ha hecho muy amigo. Dios me las bendiga a las dos. Coman bien y duerman mucho y reciban saludos de mí y del pajarito que ya las conoce porque yo he hablado con él acerca de mis dos hijitas del alma.” (Luz de los héroes,13) Luego, también veríamos su “locura”. Y si tenemos suerte, veríamos ese sueño suyo en el que la Virgen María le promete curarlo de su demencia. Ya sabemos que la promesa se cumplió (con recaídas) siempre auxiliada por la solidaridad de otros, especialmente de la esposa, Isabel Freire, y de algunos médicos.

También seríamos testigos de pequeñas historias tiernas y tristes. Por ejemplo, la de la amistad de Heriberto Marín con un minúsculo visitante, que es digna de un cortometraje: “A mi celda del tercer piso entró por la ventana un lagartijo. Y entró para quedarse. Para entonces, estábamos incomunicados. Hice de él mi amigo y compañero. Le daba de comer migajas de pan y residuos de comida. Se paraba en mi mano y permanecía largos ratos. Dormía sobre mis libros. Se paraba en los barrotes de la ventana, pero nunca decidió irse. Caminaba por mi camastro como si tal cosa. No dejaba que araña alguna entrara a mi celda. Los compañeros me oían hablar y preguntaban qué me pasaba, cuando les decía que hablaba con mi amigo el lagartijo, me decían que estaba loco.  Una tarde después de almorzar, me acosté a leer y me quedé dormido. Tenía puestos los zapatos. Cuando desperté, que me tiré del camastro, sentí debajo del zapato el restrillar de unos huesitos. Lo presentí. No quería mirar.” (Eran ellos, 59).

Seríamos testigos del silencio y el dolor de Gregorio Hernández Rivera (Goyito) el único sobreviviente del ataque de 1950 a Fortaleza. Según Marín, en la primera visita que  Gregorio recibió de su esposa se enteró de la muerte de su niña de año y medio. La esposa le había escrito antes, pero en la prisión no le habían dado la carta. Guardó silencio por dos días. Al tercero estalló. Los compañeros sintieron “los barrotes de su celda que querían caerse.” (30) Entonces él estuvo dispuesto a hablar, y sus compañeros supieron de su dolor. Lo sabemos. Para sentir esa realidad habría que haber estado allí.

Veríamos a Doris Torresola, que fue herida de bala en la defensa de la sede del Partido Nacionalista en San Juan. Veríamos a Carmín Pérez que estuvo en el combate con Doris y la llevó al hospital, donde se negaron a atenderla. Carmín estaría 15 años en la cárcel de Vega Alta. Al salir en 1965 se uniría a La Liga Socialista. Veríamos también en la cárcel de Arecibo a la solidaria y pacifista norteamericana, Ruth Reynolds, nacida en Dakota del Sur.

Podríamos acercarnos a la emoción de Blanca Canales en la cárcel en Vega Alta al recordar los últimos momentos de Carlos Irizarry. Lo llevaban a Utuado, porque en Jayuya “el hospital lo habían cerrado y el médico luego de negarse a curarlo había huido con las enfermeras por la parte de atrás.” (41). Irizarry pidió agua, bebió y luego sus palabras fueron de reafirmación en su compromiso patriótico. Años después, Blanca escribiría,”Fueron las últimas palabras que le oímos pronunciar.” [. . .] En esos años en la cárcel siempre que recordaba este episodio sentía la misma emoción” (La constitución es la revolución, 43)

Veríamos tanto y tanto que sería demasiado para una página. Ya lo escribió Blanca Canales, “Todas estas cosas requieren volúmenes” (p. 13)

En estos días, luego del huracán María se oye mucho la frase “Puerto Rico se levanta”. Sin entrar en callejones metafóricos sin salida o en consignas vacías, se debe precisar que si de veras hay que levantarse es bueno saber por qué y contra qué. Recordemos la admonición última de Ramón Emeterio, “¿qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan?” Con eso en mente, recordarnos e imaginarnos de pie también ayuda. Contamos con la historia y la imaginación. Por ejemplo, a partir de noviembre.

El autor es profesor de la UPR en Río Piedras.

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