Topografía / Fábula imposible: el gato y el ratón

“Nuestra política es como toda política de colonia: una asamblea de ratones donde ninguno se atreve a ponerle el cascabel al gato.” –Luis Palés Matos, 1926.

He querido escribir una fábula pero ha sido imposible.

Relean el epígrafe. El vate Palés hablaba desde la década del veinte. Por lo menos, tres veces, y de forma dramática, se le ha puesto el cascabel al gato: el 30 de octubre de 1950, el 1ero de noviembre del mismo año y el 1ero de marzo de 1954; la insurrección nacionalista y los ataques a la Casa Blair y al Congreso respectivamente. El gran animal ha sido identificado. Se le han puesto las banderillas. Falta deshacerse de él o ponerse a salvo. ¿Desunión permanente?

Es claro que la analogía de la asamblea ratonil no aplica con toda exactitud, lo cual comprueba que el tiempo histórico no pasa en vano. No obstante, me “obsede la remota visión” palesiana de un pueblo de ratones. Me interesa el recurso retórico empleado por el poeta. El guayamés, evocando la famosa fábula de Esopo, recurrió a la animalización para describir la política (colonial) del país. Esa técnica no pasa de moda (un misterio de nuestra especial especie). A los humanos nos gusta compararnos con los animales para burlarnos de nosotros mismos o para vernos mejor. ¿No es lo mismo?

Motivado, pues, por la senil y alucinante colonia, he intentado escribir una fábula irónica sobre los atropellos y ridiculeces del poder, pero no logro domesticar los animales símbolos. He consultado fábulas antiguas y modernas. Si bien me atrae la pareja de enemigos íntimos del gato y el ratón algo me aguanta. No me decido. Siento un gran respeto y aprecio por los gatos. Además, ni Bengala, la gata de casa, ni Tigri, su antecesora, desde su cielo, me perdonarían que representara a su especie bajo una luz negativa, pues, según el estereotipo, generalmente el felino es el malo de la antagónica pareja.

Otro artista puertorriqueño, Pedro Flores, en su conocida canción “Borracho no vale” emplea la misma oposición animal. Aquí la cantidad de roedores no es signo de su potencial de victoria, o sea, muchos pequeñines unidos le pueden ganar a un grandullón. Cosa que sería ejemplo de la (a veces) respetable lógica tradicional. No. Esta vez, el ratón supera al gato gracias a su astucia. Giro este afín al espíritu de ciertas fábulas de Esopo, y además, en clave simbólica, muy a tono con la creencia de que Puerto Rico puede con éxito pasarse de listo frente a EE UU. Podríase decir que cierto sector ha querido crear el mito de que el país, eludiendo toda lucha contra el Imperio, se puede salir con la suya gracias a su ingenio: no estábamos sobrios cuando hicimos un convenio, nada nos obliga con el gato, y este nos deja ir tranquilos. Como la colonia es alucinante, hay que tener cuidado con la tendencia a autoengañarnos.

Pero, a lo mejor todavía, a pesar de las dificultades, la enemistad entre ratones y gatos pueda ser útil como analogía de la lucha de un pueblo contra poderes imperiales. (Claro está, salvando las distancias y con el perdón de los animales, que no son humanamente malos.) Y tal vez sea precisamente el contenido humorístico de la tradición de ficciones populares, dibujos animados etc. –elemento que le resta rigidez al heroísmo– lo que hace atractiva a tan dispareja pareja para burlarse de los poderosos. ¿Habrá algo mejor que reírse de aquel que posee el poder de hacerte la vida imposible? Sí. La victoria, para, entre otras cosas, no tener que reírse nunca más de él. Pero en lo que el hacha va y viene, mientras tanto, todos los medios de lucha y resistencia siguen vigentes. (Esa sentencia también hay que tomarla con humor y cautela.) Aunque ¿me temo o celebro? que posiblemente el deseo o la necesidad de reírse sea otro rayo que nunca cesa (parafraseando a Miguel Hernández). (Como ven, todavía no escribo la fábula.)

Ahora acude socarronamente a las teclas la pareja de dibujos animados Tom y Jerry como objeción a todo simbolismo simple y didáctico. El ratón Jerry sí que era un pequeño y cruel demonio. Además, con ellos se complica el panorama porque también entra en juego un tercer jugador, una especie de padrino poderoso, el perro. En este minúsculo sistema de relaciones el astuto ratón siempre se las ingenia para hacerle algún mal al gato. Y lo que es mejor para él y peor para el felino: el roedor cuenta con la simpleza y cooperación del animal más grande y fuerte del triángulo y a quien manipula a su antojo para que termine dándole una paliza al pobre gato. Aquí, sin duda, el felino es digno de nuestra compasión.

Pero la figura del ratón, sin tener que ser cruel, tendrá una especie de apoteosis como poderoso héroe justiciero. Super Ratón, parodia de Supermán, representará el máximo poder al que adviene tan pequeño animal. Ya, con él, la nómina de sus rivales irá más allá del gato (“Oil Can Harry”), pues incluirá a otros enemigos (que varían según las circunstancias). Aquí cabe preguntarse por el posible sentido ¿remoto? de una casualidad biográfica. Curiosamente, en la década del ochenta, Ralph Bakshi (ya famoso por El gato Fritz) se hizo cargo de revivir otra vez para la televisión el personaje de Super Ratón. El cineasta y animador había nacido en Haifa, en 1938, tierra palestina –ahora de Israel– en aquel entonces bajo control británico. Me pregunto si habrá algún significado irónico, casi como un guiño de la historia a modo de acertijo, en el hecho de que aquel niño llegado a EEUU, con apenas un año, huyendo de la guerra con su familia y procedente de una tierra que sería ocupada y robada por otro país, haya sido el renovador de un pequeñín superhéroe que enfrenta a los grandotes abusadores. ¿Habrá habido alguna secreta identificación entre el animador y la imagen del ratoncito animado? Quién sabe.

Y retomando el tema de la relación entre cantidad, pequeñez y arrojo, ¿no serán los frecuentes choques de palestinos contra las fuerzas militares de Israel (apoyado por grandes potencias abusadoras) como una multitud de ratoncitos que enfrenta a poderosos gatos equipados con el armamento más moderno y mortífero de la tecnología bélica? No se ofendan los amigos palestinos con la analogía. Vernos como animales no es ofensa. Lo ofensivo y doloroso son los defectos de la conducta tan demasiado humana que se revela a través de ellos, como la injusticia. Además, es claro el significado de los enfrentamientos: más allá de ponerle el cascabel al gato, también hay que deshacerse de él, y eso intentan los palestinos.

En fin, que me ha sido imposible escribir la fábula irónica sobre el indignante dominio imperial norteamericano y la ridiculez de sus servidores coloniales puertorriqueños. El gato y el ratón se fueron por otros caminos. Quizás fue una estrategia de resistencia de su parte. Ellos, dignos y nobles, acaso no han querido prestarse para el juego. Mejor así. Cuando regrese a casa, podré mirar a los ojos a Bengala sin sentir ningún reproche.

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