Un Mundial de inmigrantes

/CLARIDAD

Mientras un torpe imitador de Mussolini, llamado Matteo Salvini, hace lo posible porque inmigrantes rescatados se mueran en el mar, cerrando los puertos italianos, el más importante evento deportivo del planeta, la Copa Mundial de Fútbol, se convierte en el escenario donde brillan ¡precisamente! quienes protagonizaron en otro momento el drama de la emigración. En la competición que se desarrolla en Rusia varios de los principales equipos europeos, fuertes candidatos a proclamarse campeones, están integrados mayormente por inmigrantes o por los hijos de éstos.

El caso más dramático es Francia donde casi todos los integrantes del onceno regular y al menos trece de los 23 integrantes de la selección, son inmigrantes o hijos de éstos. Nombres como Kyliam Mbappé, Ousmane Dembelé, Samuel Umtiti y Paul Pogba, para mencionar sólo algunos de los más destacados, nos conducen al África subsahariana. De allí vinieron directamente algunos de ellos, como Umtiti que nació en Camerún, o sus padres. Otro nombre, el de Nabir Fekir, nos lleva a Argelia, la combativa ex colonia de donde llegaron sus padres. Raphael Verane, defensa de Francia y del Real Madrid, nos traslada a nuestro Caribe, a Martinica, donde están sus raíces.

Bélgica es otro destacado mundialista con gran presencia de inmigrantes. Buena parte de los goles de ese equipo, nacen de los pies de Romelu Lukaku, nacido en Amberes y cuyas raíces viajan hasta el lejano Congo. Aquella productiva colonia que la monarquía belga –la del terrible Leopoldo– martirizó por largas décadas, no sólo envió materias primas a la metrópolis, también inmigrantes que ahora le dan gloria con el fútbol.

La historia de Lukaku es igual a la de muchos hijos de inmigrantes que ahora llenan de gloria a las selecciones nacionales de los países de acogida. En una entrevista narró que de niño se fue varias veces temprano a la cama para olvidar que no había comido y cuando lo hacía el manjar se reducía a pan con leche mezclada con agua. Su padre fue un destacado futbolista, pero no en la reluciente Europa donde los atletas como el joven Lukaku ahora reciben pagas millonarias, sino en el empobrecido Congo. Allí, el haber sido miembro de la selección nacional no lo libró de la pobreza que lo forzó a emigrar a la ex metrópolis, donde nació su hijo. Aquel niño negro de Amberes logró superar la pobreza y el rechazo social y hoy llena los estadios de Inglaterra (juega con el Manchester United) y Rusia donde, como decía un periodista argentino, los que van a verlo jugar gastan en una hora más que lo que él gastaba en alimentos durante un mes.

Entre los inmigrantes o hijos de éstos no sólo están los que llegaron empujados por la pobreza, sino también los que arribaron al país de acogida (lo de “acogida” en muchas ocasiones es un decir) huyendo de las guerras, la persecución política o la limpieza étnica. En la selección de Suiza hay dos de estos que, como Lukaku en la belga, producen muchos goles. Se llaman Granit Xhaca y Xherdan Shaqiri y aunque son ciudadanos helvéticos, sus raíces los llevan a los Balcanes, específicamente a Kosovo. Xhaka es hijo de un exprisionero político que, tras abandonar la cárcel, emigró a Suiza. Shaqiri, por su parte, nació en el país balcánico y emigró con sus padres dejando atrás el conflicto. Cuando a la selección suiza le tocó jugar contra Serbia, en este Mundial, ninguno pudo reprimir los conflictos que permanecen vivos en su sangre por el papel que tuvo el ejército y el gobierno serbio en las guerras balcánicas.

A muchos televidentes no les llamó la atención que tanto Xhaka como Shaqiri cruzaron sus brazos mientras celebraban con extrema euforia los goles anotados contra la selección serbia, pero resulta que el gesto fue un claro mensaje político. Aquellos goles fueron misiles de desquite y ambos, como buenos albanokosovares, los celebraron dibujando con sus brazos el águila de dos cabezas que está en la bandera de Albania. Ahora, por la expresión política que hicieron celebrando la anotación, enfrentan sanciones de la FIFA.

El deporte, por más que quieran los puristas, no puede abstraerse de la realidad sociopolítica. La gran presencia de hijos de inmigrantes en los equipos que juegan en Rusia, particularmente en las selecciones europeas, es sólo uno de los muchos ejemplos positivos que estas oleadas han traído a Europa. Llegan superando el rechazo y deben sobrevivir en medio de la pobreza y la escasez, pero representan una aportación enorme para la economía y el desarrollo social. De paso, alteran la monotonía racial y enriquecen las culturas con nuevas aportaciones de todo tipo, entre las que destaca el deporte.

Cada partido jugado en Rusia por las selecciones europeas retrata esa realidad. Mientras la disfrutamos, es inevitable soñar con que ese ejemplo ayude a amortiguar el rechazo que tanto en Europa como en América se manifiesta contra los que llegan buscando una oportunidad para trabajar. Por acá, particularmente en Estados Unidos, lo que se respira no es solo rechazo, sino puro odio, alimentado por un presidente que ya tiene muy cuajado un espacio entre los inmortales de la maldad.

Este campeón del oprobio tiene sus contrapartes en el viejo mundo. Uno de ellos es Matteo Salvini, el actual Ministro de Interior de Italia, quien en uno de sus primeros actos en el cargo impidió el arribo a puertos italianos de un barco, el Aquarius, que transportaba inmigrantes rescatados en el Mediterráneo. La selección italiana no cualificó para el Mundial de Rusia, a pesar de su pasado como campeona del torneo, pero en esa selección también hay hijos de inmigrantes. Qué lástima que Salvini no pueda verlos jugar junto a los Pogba, Umtiti, Lukaku y tantos otros que hoy prestigian a las selecciones europeas.

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