Esperando el huracán

La mayoría de los puertorriqueños se desespera y se asusta ante el posible paso de huracán. No es para menos según la experiencia de los últimos 28 años, desde que nos golpeó el huracán Hugo. Pero para algunos el huracán es, como dice la frase trillada, “una oportunidad”. Y eso incluye al Gobierno.

La “oportunidad” del Gobierno es múltiple y, en primer lugar, política. En medio de un desastre de ese tipo el liderato de los gobernantes se pone a prueba y algunos lo aprovechan para proyectarse como un gran dirigente y, en ocasiones, para salir de un bache político. En otros casos la “oportunidad” se trastoca y el desastre sólo sirve para dejar en evidencia la pequeñez del líder.

Los ataques terroristas de 2001 catapultaron al alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani como un líder nacional y lo posesionaron para una futura aspiración a la presidencia de su país. Aunque luego perdió en esos intentos, se mantuvo como persona influyente porque la gente evaluó positivamente el aplomo con que atendió la crisis. En cambio, el desastre causado en 2005 por el huracán Katrina, dejó en evidencia la incompetencia del entonces presidente estadounidense George W. Busch y del equipo de allegados que él había colocado en las dependencias a cargo de atender ese tipo de evento. Lo ocurrido tras ese huracán sigue siendo el standard de lo que no debe hacerse. Las imágenes de la gente abandonada clamando ayuda todavía resuenan en la psiquis de la población.

En Puerto Rico hay experiencias similares. Cuando llegó el huracán Hugo nuestro país no estaba preparado, tanto para resistir los vientos como para lo que vino después, que fue peor. Hacía muchas décadas que no sentíamos ese tipo de azote y los daños fueron grandes, particularmente el región Este de la Isla. Pero, más que los daños físicos, lo que el País resintió fue la incompetencia con que se atendió la pérdida de servicios básicos como el agua potable y la energía eléctrica.

Además de una “oportunidad política” el huracán también puede ser, para el Gobierno, una oportunidad de otro tipo. Curiosamente, luego de un evento de esa magnitud la actividad económica se intensifica debido a los cientos de millones de dólares que se invierten en tareas de reparación. Esta inversión se financia por tres vías distintas. En primer lugar, con los fondos de reserva para emergencias que deben mantenerse. En segundo lugar, con las aportaciones que llegan desde el exterior mediante ayudas de emergencia de la agencia federal FEMA y, en tercer lugar, con lo que tienen que desembolsar las compañías aseguradoras. Como es una inversión que se realiza en un corto plazo de tiempo, el efecto multiplicador en la economía es importante.

El otro impacto que se cuantifica es en el comercio. Según un estudio de la Junta de Planificación de 1995, el paso cercano a Puerto Rico ese año de un huracán llamado Luis, obligó a que la gente gastara alrededor de $100 millones en compras de última hora. Los ahorros salieron del bolsillo pero el comercio se benefició. Ahora, como existe el IVU, parte de ese ingreso irá al Gobierno en forma de impuesto sobre las ventas.

Para la mayoría de los ciudadanos, sin embargo, los huracanes no representan “oportunidades”. Antes de la llegada del meteoro está la angustiosa espera, como la que vive nuestro país en el momento en que este artículo se escribe ante el posible paso del huracán Irma. Aun cuando el pronóstico es, hasta ahora, que el huracán pasará al norte, dejando toda su fuerza destructora sobre el océano, el desespero está generalizado.

Más que el huracán mismo, lo que más preocupa a la ciudadanía es el estado en que el fenómeno encontraría la infraestructura isleña, en particular el servicio de energía eléctrica. Tras años de despilfarro –como los $48 millones invertidos en la asesoría de Alix Partners y Lisa Donahue– y de mala administración, los problemas de la Autoridad de Energía Eléctrica parecen haber llegado –antes del huracán– a un punto crítico. Una de las termoeléctricas más importantes del sistema de generación, la de Palo Seco, tuvo que ser apagada debido a su pésimo estado. Otras unidades importantes ubicadas en el municipio de Salinas, han estado defectuosas. Como resultado de esas deficiencias todo el país ha estado sufriendo apagones desde hace meses.

Si a esa condición precaria se añade el azote de un huracán categoría 3 o 4, similar al que recientemente atacó el estado norteamericano de Texas, nuestro pueblo debiera prepararse para estar sin energía eléctrica, no ya semanas, como ocurrió en el pasado, sino meses. Independientemente de la “oportunidad” que representa la inversión que vendrá luego del huracán, el efecto sobre la economía puede ser muy negativo. No sólo se destruirá la producción agrícola, sino que la manufactura y el comercio podrían verse paralizados ante la ausencia de electricidad.

El sábado 2 de septiembre, a cuatro días del posible paso del huracán, miles de hogares, incluyendo el de este articulista, estuvieron sin energía eléctrica casi todo el día. Fue una avería local, dijeron, pero obviamente resultado del pésimo estado de todo el sistema.

La condición de otra infraestructura crucial, la que distribuye y procesa agua, no es muy distinta al de la electricidad. Lo mismo sucede con el estado de las carreteras y otros servicios que debe ofrecer nuestro gobierno en quiebra.

Ante esa realidad, como dice el poema de Antonio Machado, “de nada nos sirve rezar”. Tampoco lamentarnos. Sólo ayuda la preparación y la movilización popular, que tarde o temprano debe venir.

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