e.s. ortiz-gonzález
— para Francisco Velázquez
Está el judío en la frontera,
en su bolsillo guarda una pepita de oro.
Frente a él, está el guardia aduanero.
En silencio el judío saca la pepita de oro,
su pasaporte más preciado.
En un solo movimiento el aduanero
recibe la pepa,
la sopesa y mete en el bolsillo,
ladea la cabeza permitiendo
el paso antes denegado.
El judío cruza la frontera
sin mirar hacia atrás,
so pena de sufrir el castigo
de la mujer de Lot.
Walter Benjamin se suicida
mientras espera por el permiso
para poder cruzar hacia España.
En una de sus narraciones,
Franz Kafka cuenta el devenir
de un personaje llamado K.
con un guardia ante una puerta,
ante la Ley y su custodia.
Benjamin huye del horror,
- aguarda por el permiso
para poder cruzar.
La espera es la de una grafía secreta,
privada, del horror.
Benjamin acude a la morfina
ante el miedo de ser capturado
y finalizar en los hornos crematorios.
En tanto, K. muere esperando
la concesión –la gracia–
de poder abrir una puerta
en cuyo final descubre
que siempre estuvo disponible
para que la cruzara.
Franz Kafka
muere de tuberculosis
un año antes de que
el régimen nazi subiera al poder.
Kafka logra escapar al horror.
Sus hermanas no tuvieron
la misma suerte.
Tampoco los cuentos
que terminaron en la pira nazi,
o los que confió
a las manos de Dora Diamant,
quien, al contrario de Max Brod,
sí llevó a cabo la petición
que hiciera Kafka
de quemar esos textos.
Sobre Benjamin,
la autorización a cruzar llega tarde.
Se sabe que sólo llevaba consigo
sus escritos en un maletín,
como quien carga en secreto
una pepita de oro.