La profecía de la Iglesia en el grito de los excluidos

Especial para En Rojo

En el 7 de setiembre, Brasil celebra la fecha de su independencia política de Portugal (1822). Sin embargo, desde 1995, organizaciones de trabajadores del campo y de las ciudades hacen encuentros y manifestaciones públicas en las calles y plazas para dejar claro que la independencia política de un pais jamás será real y profunda mientras que la mayoría del pueblo viva en situación de pobreza y inseguridad alimentar. Por eso, desde 1995, las conmemoraciones del día de la patria han sido marcadas por el evento que se llama Grito de los Excluidos.

Esa iniciativa tuvo su origen en las organizaciones de pastoral social vinculadas a la Conferencia de Obispos Católicos Brasileños, que, en 1995, celebraban la 2ª Semana Social Brasileña. Y aunque fue iniciativa de pastorales católicas, el Grito de los Excluidos contó, desde el principio, con la participación de movimientos de trabajadores y organizaciones cristianas ecuménicas como el CONIC, Consejo Nacional de Iglesias Cristianas.

Este año, el 29º Grito sigue con el tema de siempre: «La Vida es la primera cosa y tiene prioridad”. El lema de este año es la pregunta: «¿De qué tienes hambre y sed?». El objetivo es provocar el diálogo con las comunidades más empobrecidas para responder de qué las personas tienen hambre y sed. De este modo, a partir de los deseos reales de las camadas más marginadas del pueblo, podremos buscar soluciones que pongan fin a todas las formas de exclusión y violencia.

En varios países de América Latina, el Grito Continental de los Excluidos es celebrado en el 12 de octubre, que conmemora el inicio de la conquista y colonización del continente, nuestra Abya Yala, tierra que da frutos, como dicen los indígenas Kuna en el norte de Colombia y Panamá.

La realidad social y política que hoy vivimos en toda América Latina y el Caribe tiene profundas raíces en el sistema de colonización que se instauró en nuestro continente, hace más de 500 años y que se fortaleció con los intentos de exterminio de los pueblos indígenas y la esclavización de una multitud de africanos, secuestrados y vendidos como se fueran mercancía. Desgraciadamente, al legitimar esta estructura inicua, las Iglesias cristianas han contraído una deuda histórica con las poblaciones que fueron víctimas de este sistema. Ahora hay que saldar esta deuda.

Desde tiempos inmemoriales, los imperios han utilizado las religiones y los cultos para perpetuarse en el poder. Por eso, a lo largo de la historia, en los más diversos lenguajes espirituales, han surgido profetas y profetisas que han protestado contra la utilización de la religión como instrumento de poder para dominar a los pueblos. En la Biblia, los antiguos profetas y profetisas siempre insistieron en que el nombre de Dios es Justicia liberadora. En la sinagoga de Nazaret, Jesús afirmó que el Espíritu Divino había descendido sobre él para llevar a cabo la liberación de todos los oprimidos. Por eso, funcionarios del templo y de la religión lo arrestaran y lo entregaran a los militares romanos para ser condenado a morir en la cruz.

Hoy, Francisco, obispo de Roma, propone una Iglesia comprometida con las poblaciones pobres, con migrantes y excluidos. En sentido contrario, gran número de sacerdotes y obispos se aferran a una religión cerrada en si misma. Intentan reactivar el catolicismo barroco de tiempos pasados.

Ante esto, cristianos de diversas Iglesias han sentido el llamado divino a reafirmar el carácter profético de la fe cristiana y quieren unir sus voces al 29º Grito de los Excluidos a través de un nuevo anuncio de la Profecía de un Cristianismo de Liberación. Necesitamos dejar claro al mundo que la fe y la espiritualidad deben hacer a las personas más humanas y atentas al cuidado de los pobres. De este modo, la fe en el Evangelio que Jesús proclamó como buena noticia de liberación para toda la humanidad nos llevará a clamar para que nadie pase hambre ni sed.

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