Hace tres noches

La muerte de Fernando Picó ha sido sentida por toda la comunidad académica, por todos aquellos que lo conocieron y aun aquellos que, sin conocerle, sabían de su preciosa disciplina de trabajo y su bondad inquebrantable. Maestro. Ésa es la palabra que le queda perfecta.

Uno puede invitar a los lectores a que lean algunos de sus libros más accesibles. 1898. La guerra después de la guerra; Vivir en Caimito; La sequía de 1847; Historia general de Puerto Rico; El día menos pensado: historia de los presidiarios en Puerto Rico (1793-1993). Más de uno se sorprendería al saber que el historiador ejemplar era, además, autor de literatura infantil. Como muestra, un botón: La peineta colorada.

En Rojo quiere rendir homenaje al trabajo de Picó y a su recuerdo, reproduciendo (con permiso del autor) un texto hermoso del periodista Eugenio Hopgood Dávila. Hay centenares de testimonios. El de Eugenio es un sueño y una reflexión sobre cómo un ser humano es capaz de transformar el entorno. Personas y lugares. Gracias al profesor Fernando Picó por su inmenso trabajo y por su grandeza humana. –ER

Hace tres noches soñé con Iziel. Estaba sentado en un ángulo oblicuo hacia mí, no sé si es lo que llaman medio perfil. Había algo místico en el ambiente, como un sueño debía ser. No me miraba, tal vez lo hacía por el rabo del ojo, como si hubiera que evitar el cruce de miradas para no romper un hechizo, me miraba de refilón con una travesura contenida. Era él pero por momentos parecía que no era y lo veía enrarecido, su pelo era parte negro y parte marrón pintado con tinte fino, lucía un recorte muy estilizado, muy diferente al de su cabeza de cabellos escasos de los últimos años, era una cabellera mucho más densa incluso que la que lucía cuando lo conocí, de 17 o 18 años, el pelo largo a la espalda, un jíbaro electrificado de Trujillo Alto con look de roquero inglés. En el sueño hablamos (era obviamente su voz); me preguntó qué andaba haciendo y le dije que andaba tocando con Batty, que si nos habían pagado $700 y pico en algún lugar, cifra verdaderamente inverosímil y él asentía y aprobaba sonriente, En Puerto Rico ha habido una gran cantidad de guitarristas extraordinarios pero en algunos momentos específicos, en Santa Rita, en la plaza Antonia, en el bosque de Orocovis, descubrí que Iziel era el mejor guitarrista del mundo en esos ocho compases, en esos minutos, en esas horas, nadie pudo haber tocado mejor. Algo sonó, la tercera alarma o alguna máquina infernal del vecindario que me hizo despertar ya de mañana. Ahí mismo, como suele suceder, atrapé la escena que abruptamente acababa de terminar. Comprendí que eso era todo. Se había ido. Se acabó la visita. Se cerró esa puerta y no había regreso. Ahora que muere Fernando Picó miro la Plaza Antonia Martínez con otra perspectiva. En uno de los bancos veo al historiador Picó, con su guayabera blanca, el estuche de sus espejuelos en el bolsillo superior, pensativo, contemplativo, emanando su abundante paz interior. En otro banco, más cercano al teatro, veo a Iziel Quiñones con su guitarra, repasando estudios de Scarlatti o desatando el Asturias de Albéniz; el maestro Fernando se pierde en la guitarra de Iziel y viaja sublime en el tiempo por las páginas de sus libros y sus amores; sigo caminando sin prisa y con algo de felicidad, les pienso: cualquier día de éstos me doy la vuelta una tarde para disfrutar la plaza con ustedes.

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