Por Jaime Córdova
Soy miembro de la retaguardia canosa
en la cola de la gran manifestación.
Guayabera de mangas cortas,
abrazos de funeraria.
Saludos silenciosos a los compañeros de iremita
que repartieron periódicos con fuego en la portada.
No malgastan palabras,
verbo breve y al centavo
aprendido en las mil reuniones
donde nunca se dijo:
Hay que tener cuidado.
Vayamos paso por paso.
La verdad en arroz y habichuelas.
Convocatoria multisectorial.
Sentarse a dialogar.
Activar los protocolos.
Me gustaría pensar.
Luz al final del túnel.
Los sectores más vulnerables.
Repaso mi resumé,
tamaño clasificado,
ristra de carencias.
Nunca desarrollé una tesis,
no descubrí coyunturas,
mis pocas mociones
fueron malamente derrotadas.
Jamás he estado en mayoría,
tampoco ofrecí cátedras
en cafeterías democráticas.
Admito que he manchado manteles
con tintas cínicas,
y ahora soy
el viejo confundido
que titubea frente a la puerta
de la iglesia cerrada.
Si cargo un bolígrafo,
pierdo el balance.
Si leo en una pantalla,
olvido la letra de Noche de ronda.
Todavía escribo cartas,
voy al correo
y miro esquelas.
Si puedo ayudar en algo,
sirvo para llenar espacios
y levantar un puño pecoso.