De amigos que son también siervos: el poder perturbador de lo abyecto

 

En su ensayo “El narrador”, Walter Benjamin elogia la narrativa de Nikolai Leskov a la vez que traza una genealogía de la decadencia del arte de narrar. A grandes rasgos, su historización sugiere la causalidad entre las transformaciones tecnológicas y las formas de comunicación que dominan determinados enclaves históricos. La antigua práctica de la épica, comunal por naturaleza, cae en crisis con la imprenta y el surgimiento de la novela, individual y desprovista de consejos. En nuestra era, domina la información, desprovista de toda atadura de la experiencia, sabiduría o longevidad. De ahí, Benjamin se da a la tarea de resaltar los aspectos más valiosos de los narradores y su arte moribundo. Contra la inmediatez y el carácter inequívoco de la información, resalta la polisemia del relato, que lo hace eterno.

Para ilustrar este aspecto alude al primer cuentista de los griegos, Heródoto. Da el ejemplo específico del cuento sobre Psaménito III, faraón derrotado y capturado por el rey persa Cambises II.

Cambises decide humillar a Psaménito al obligarle a presenciar la caravana triunfal del ejército persa. La caravana incluía la tortura de tener que ver a su hija como esclava, obligada a cargar un jarrón de agua de camino al pozo junto a otras mujeres nobles. Todas las mujeres nobles lloraban y sus familias sufrían al verlas, pero Psaménito no reaccionaba ante esta injuria. Luego le tocó ver a su hijo, junto a otros dos mil varones egipcios, desfilar como bestias con sogas al cuello y bridas en la boca, camino a la ejecución. Psaménito, inexplicablemente, permanecía parco. Sin embargo, cuando reconoció entre la procesión a uno de sus viejos siervos, ahora harapiento, enloqueció. Se dio golpes en la cabeza y calló en un profundo estado de luto.

Aquí ocurre una alteración inexplicable. Curiosamente, Benjamin describe a este último personaje como sirviente, mientras que Montaigne y el mismo Heródoto, a quienes alude en su ensayo, hacen referencia a un “amigo” del rey Psaménito en sus relatos. En el ensayo “De la tristeza”, Montaigne fija la interpretación en el aspecto acumulativo de la emoción. Al igual que explicaba el mismo Heródoto, el rey se había descompuesto al ver a un viejo amigo por puro agotamiento emocional. Montaigne se acerca a la tristeza como al vicio. Son elementos de magnitud capaces de abrumar el cuerpo y la vida misma.

Pero la versión benjaminiana resulta irresistible. ¿Dónde habrá leído esta traducción? ¿De qué boca le habrá llegado este relato? ¿Quién habrá sustituido a aquel amigo por este siervo? ¿Habrá sido al revés, en algún punto en la historia que se esconce como una aguja en un pajar? ¿Importa?

Para Benjamin, el relato ofrecía alternativas. Le sugería que el destino de los hijos no conmueve al rey porque es también su propio destino. También le sugería que lo que el rey ve podría conmoverle como nos conmueve una obra de teatro y que el antiguo sirviente fungía como un actor. Incluso apuntaba a la posibilidad de que el viejo criado le permitió relajación al rey, o una pausa de su sufrimiento.

Reconozco que el objetivo del ensayo no es agotar la capacidad semántica del cuento de Heródoto, sino ilustrar precisamente su insondable potencia semiótica. De todos modos, creo que vale la pena aventurar otra explicación convencido de que, si bien no agotamos el caudal simbólico del cuento, le permitimos desbordarse hacia su potencial revolucionario.

El faraón no se conmueve con el funesto destino de quienes cuentan con sangre real, pues es su propio destino. Bien. ¿Pero qué le conmueve del destino del siervo? Su falta de sangre real es el elemento constitutivo de su subordinación y consecuentemente, la otra mitad de la dialéctica que fundamenta la identidad del soberano. En el desfile de la humillación, observa cómo pasa ante sí quien antes le había acompañado: de todos los prisioneros de guerra quien más antiguamente le había reconocido como monarca. El rey no se conmueve con el funesto destino de quienes cuentan con sangre real, pues es su propio destino. Sin embargo, se descompone ante el espectáculo trágico de quien no cuenta con sangre real, pues no es su propio destino, sino el destino del Otro, que sostenía con su presencia aquello que lo entronizaba. El siervo harapiento traía consigo el poder perturbador de lo abyecto.

La distinción entre amigo y siervo se desdibuja en el campo semántico de la corte cuando estudiamos otro caso. Entre los siglos XVI y XVIII, algunos monarcas europeos, principalmente los británicos, delegaban las tareas de aseo del retrete a nobles de la corte que gozaran de su confianza. Se ha reportado que el Groom of the Stool asistía tanto con la digestión y excreción como con la consejería y la protección de secretos de Estado. Tenía llaves para todos los espacios privados del monarca. Así, un siervo podía ser a la vez gran amigo del regente por virtud de su vínculo con la abyección. Este servil amigo no solo acompañaba a su majestad en sus momentos más vulnerables, sino que además echaba mano de aquello que el rey, humano al fin, relegaba al ámbito de lo abyecto: todo eso, lo indeseable, que no soy.

Cada vez que dudo de la curiosa sustitución del famoso texto de Walter Benjamin, recuerdo un viaje a Madrid en 2018 en el que me topé con un objeto curioso en un museo pequeño en el centro de la ciudad. Allí relucía el retrete de nada más y nada menos que Fernando VII, el Deseado. La caoba barnizada del gabinete hacía juego deslumbrante con el terciopelo dorado del sillón. Aquello podía pasar por un trono si no fuera por el recorte circular en el mismo centro del asiento. Se había construido en 1830, luego de que la práctica de tener un magister del retrete cayera en desuso. Pero allí estaba, a la vista de cualquiera. En la parte inferior, una compuerta que daba acceso al interior del trono, donde se colocaba la bacinilla. Y en esta compuerta, la presencia inexplicable de una cerradura, aguardando la llave correcta. Una llave que jamás cargaría su majestad.

Poco ha podido esclarecer la información, a pesar de mis múltiples intentos. Solo me queda el relato.

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