De fábulas de conejo y cazador

 

 

Del bosque le llegan nuevas: anuncios del cambio en hoja y luz que trae la estación de la espera.

En la quebrada ocurre la huida callada: un zarcillo errante baja por la orilla y el animal se aferra a él por un instante antes de escabullirse entre las piedras. Ha escuchado una ocelote en celo y el crujir de cortezas. El agua se apura por lo bajo en estos días de caída suave; el aire ha soltado ancla y el frío se adueña del hierro.

Conejo roe una drupa hallada al azar. Siente en su pelaje el recuerdo del umbral traspasado en la víspera, el umbral dado en ofrenda, el que volverá a cruzar llevada de la mano de Cazador.

En el sentir, el anuncio. Ella recuerda y anticipa el romper de ola que apenas acaba de conocer, el que aún no entiende, del que no podrá regresar.

Anoche, este oleaje le arrebató el sentido, le arrancó el equilibrio que su cuerpo siempre había tenido con el entorno de hierba y cal. Anoche la orden sonó absoluta, y al instante una ola veloz la ensabanó en su promesa truquera de bálsamo. Pero ahí, cuando creía perderse en la miel, la ola la ciñó, rabiosa, y su apriete impío pulsó sobre cada punto de la carne.

El aire salió en fuga y se llenaron las cuencas: el contraer repetido y en aumento.

Cada capilar rogó en vano. Derramó, irradiando enorme y rehilante.

–De Fábulas de Conejo y Cazador

 

 

Artículo anteriorLos desafíos inspiradores de Gena Rowlands
Artículo siguientePoesía de Eddie S. Ortiz-González