De la ceguera al tercer ojo.

 

En Rojo

«Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven».

José Saramago en Ensayo sobre la ceguera.

1.La cuestión de la ceguera es un debate filosófico importante en la modernidad. Para nosotros, los miopes, es una cuestión de vida o muerte. Levantarse en medio de la noche y no encontrar los espejuelos, más que un asunto gnoseológico, es una apuesta a vivir en riesgo. Me he fracturado algún dedo del pie izquierdo y mi frente muestra los estragos de esa condición tan poco comprendida.

Ustedes habrán leído la novela de Saramago. O habrán escuchado que Homero -el griego, no Simpson- era ciego. Hasta su nombre lo explica, Procede de Ὅμηρος (Hómēros), de ὁ μή ὁρῶν (Ò mē òrōn), «el que no ve», «ciego». Como soy especialista en literatura puertorriqueña podría referirme al relato de Alejandro Tapia, “Puerto Rico visto por un cegato sin espejuelos” que no pienso resumir ni reseñar aquí por cuestión de tiempo y espacio.

2. El más ilustre ciego de Latinoamérica, Jorge Luis Borges, escribía:

En el decurso de mis muchas, de mis demasiadas conferencias, he observado que se prefiere lo personal a lo general, lo concreto a lo abstracto. Por consiguiente, empezaré refiriéndome a mi modesta ceguera personal. Modesta, en primer término, porque es ceguera total de un ojo, parcial del otro. Todavía puedo descifrar algunos colores, todavía puedo descifrar el verde y el azul. Hay un color que no me ha sido infiel, el color amarillo. Recuerdo que de chico (si mi hermana está aquí lo recordará también) me demoraba ante unas jaulas del jardín zoológico de Palermo y eran precisamente la jaula del tigre y la del leopardo. Me demoraba ante el oro y el negro del tigre; aún ahora, el amarillo sigue acompañándome. He escrito un poema que se titula «El oro de los tigres» en que me refiero a esa amistad”.

Pensando en esto he tramado pintar las paredes de mi casa de amarillo. De ese modo al menos las paredes serán fieles a mi ceguera, tan poco célebre. Es lo más cerca que estaré del argentino más europeo que haya existido. La verdad sea dicha: es un color cálido que recuerda a los limones maduros y a las abejas que vienen a morir a mi cocina. Con eso bastaría. La ciencia, empero, confirma lo dicho por Borges, es lento en desaparecer. Por algo en el softball, deporte de dominical, se usan pelotas amarillas. Si me preguntan a mí, más allá de la belleza retórica de Borges y de la etimología del nombre griego, prefiero el azul. Además, eso aparte, siempre he querido tener al menos una pared roja. O un tigre. Quizás un leopardo.

3. Perdonen la deriva. El asunto es que no entiendo cómo algunos usan “ la ceguera” como una especie de metáfora fallida de visión alternativa, profunda. ¿Será que no han aterrizado la frente en una pared blanca cuando se dirigen a buscar agua a la cocina en la alta noche?  Las veces que me ha ocurrido tal accidente pienso en Saint Exupéry, y en esa chapucería intelectual de “lo esencial es invisible a los ojos”. Una pared, el filo de un peldaño, la esquina de un viejo acondicionador de aire, ¿son acaso esenciales? Está claro que buscar referencias literarias clásicas parece, paradójicamente, iluminador. A mí me parece de mal gusto. Eso a pesar de que debería pensarse que quien hace tales referencias es alguien con cierta cultura general. Pero por ahí vienen Edipo y Tiresias, favoritos de los pretenciosos.

No se trata tan solo de alusiones literarias. También hay una suerte de acercamientos espirituales que nos presentan la ceguera como proyecto. Como condición. Como puerta. ¿Morada interior?

4. ¿Qué me dicen del “tercer ojo”? Yo es que no tengo claro dónde es que está. Hay ciertas tradiciones espirituales que lo ubican en el entrecejo, pero otras en la glándula pineal. Otras creencias lo ubican en lugares donde el sol no da, Pero siempre es una especie de entrada a un estado de conciencia superior, a una clarividencia interesante porque la evolución nos ha dejado sin ese ojo, atrofiado si queremos, que no ve pero percibe.

Me pregunto si es con ese ojo, el tercero, con el que se mira la realidad cotidiana en Puerto Rico. País en el que la luz (eléctrica) apenas puede percibirse desaparece como herencia fundamental del mundo moderno, los funcionarios gubernamentales ven algo que el resto de los mortales no ven, es decir, perciben luz al final del túnel. La empresa privada que distribuye “luz” funciona por decreto de los que miran con un tercer ojo fruncido por signos de dólar. Lo más jodido es que estos que ven lo que nadie más ve, normalizan la violencia sobre los cuerpos individuales y colectivos. Una vez NO vemos, una vez se destruye una imagen (la de un servicio público, p.e.) se ejerce violencia sin consecuencias. Ese desprecio por lo e-vidente es peligroso. Nos costó 4665 vidas durante la tragedia del huracán María. Nos costó no tener luz durante par de semanas después de una tormenta tropical. Hay barcos varados con combustible porque nadie les ve la bandera norteamericana. Pero el gobernador, por ejemplo, ese iluminado, ve que todo está bien. Para mí que está mirando con ese tercer ojo secular, fruncido de dólares, atrofiado ideológicamente, y que necesitamos VER este cruel diseño como o que es, una guerra de la que tenemos que defendernos.  Usa espendejuelos para mirar.

5.Tenemos más que el leopardo, que el amarillo del tigre, o la parte amarilla del fuego. Nos tenemos. Hay que ver cómo nos organizamos para mirar el paisaje y el país nuevo en construcción.

Perdonen la deriva. No encuentro los espejuelos y lo miro todo con los ojos del corazón.

 

 

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